LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 6, 1-6
En aquel tiempo fue Jesús a su tierra en compañía de sus
discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la
multitud que le oía se preguntaba asombrada: "¿De dónde saca todo eso?
¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No
es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y
Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí?" Y desconfiaban de él.
Jesús les decía:
-- No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre
sus parientes y en su casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó a algunos
enfermos imponiéndoles las manos. Y se extraño de su falta de fe. Y recorría
los pueblos del contorno enseñando.
HOMILÍA
No hay nada más contagioso que una gran muchedumbre sintiendo
lo mismo, ya sea para alegrarse o para entristecerse. Si un grupo numeroso de
personas se ponen de acuerdo para llevar a cabo algo, lo consiguen, o al
contrario, si mucha gente se pone de acuerdo para rechazar algo, hasta el más
fervoroso defensor comenzará a dudar.
Eso mismo le pasó al Señor en su pueblo. La gente comenzó a
criticarlo, no creían en él, pero como siempre el Señor no sigue lo común y
razonable, no se dejó vencer por el rechazo de sus paisanos, sino que siguió
predicando por otros sitios, porque esa era su misión.
Y este es precisamente el mensaje que hoy nos deja el
Evangelio. Vivimos en un mundo en el que el pasotismo y el rechazo a la Iglesia
y a la fe es cada vez mayor, pero nosotros no podemos dejarnos llevar por ello,
y mucho menos hacernos partícipes de su desánimo. Debemos ser como aquel gran
violinista llamado Paganini. Algunos decían que él era muy extraño. Otros, que
era sobrenatural. Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido
diferente, por eso nadie quería perder la oportunidad de ver su espectáculo.
Una cierta noche, el palco de un auditorio repleto de
admiradores estaba preparado para recibirlo. La orquestra entró y fue
aplaudida. El maestro fue ovacionado.
Mas cuando la figura de Paganini surgió, triunfante, el
público deliró. Paganini coloca su violín
en el hombro y lo que se escucha es indescriptible. Breves y semibreves, fusas
y semifusas, corcheas y semicorcheas parecen tener alas y volar con el toque de
sus dedos encantados.
De repente, un sonido extraño interrumpe el solaz de la
platea. Una de las cuerdas del violín de Paganini se rompió. El maestro paró.
La orquestra paró. El público paró. Pero Paganini no paró. Mirando su
partitura, continúa arrancando sonidos deliciosos de un violín con problemas.
El maestro y la orquesta, exaltados, vuelven a tocar.
Antes de que el público se serenara, otro sonido perturbador
derrumba la atención de los asistentes. Otra cuerda del violín de Paganini se
rompe. El maestro paró nuevamente. La orquesta paró nuevamente. Paganini no
paró. Como si nada hubiese sucedido, él olvidó las dificultades y avanzó
sacando sonidos de lo imposible. El maestro y la orquesta, impresionados
volvieron a tocar. Pero el público no podría imaginar lo que estaba por
suceder.
Todas las personas, atónitas, exclamaron OHHH! Una tercera
cuerda del violín de Paganini se rompe. El maestro se paralizó. La orquesta
paró. La respiración del público se detuvo. Pero Paganini como si fuese un
contorsionista musical, arranca todos los sonidos de la única cuerda que
sobrara de su violín destruido. El público parte del silencio para la euforia, de
la inercia para el delirio. Paganini alcanza la gloria.
Y es que no importa como sea El ambiente que nos rodea. Si
nosotros confiamos en lo que creemos y sobre todo confiamos en que Dios está
siempre con nosotros, podremos ser, aún en los ambientes más difíciles fieles a
la misión que Dios nos encomendó, que no es otra que la de anunciar el
Evangelio.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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