domingo, 19 de abril de 2015

DOMINGO III DEL TIEMPO PASCUAL

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 23, 35-48
En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y como reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaba; se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo:
-- Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:
--¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
--¿Tenéis ahí algo que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
--Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
--Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.

HOMILÍA

En un hospital una hermana había curado con infinita ternura a un paciente totalmente incrédulo. Nunca le pudo hablar de Dios ni de Jesucristo. Cuando le dieron de alta, este hombre le dijo a la religiosa: "Hermana, usted no me habló de Dios, pero hizo mucho más: me lo hizo ver".

Vivimos en mundo saturado de palabras, de discursos vacíos que se quedan en humo, en nada. Hoy, este mundo nos pide algo más que palabras, nos pide que al igual que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar, porque las palabras se les habían olvidado, nosotros mostremos en nuestra vida al resucitado, a aquel que nos da la vida, a aquel que sigue vivo entre nosotros.
Basta ya de discursos vacíos, de palabrerías baratas, hoy el mundo nos exige respuestas en forma de obras, en forma de vida.

Cuando Jesús se aparece a sus discípulos, no les habla, sólo les muestra sus manos y sus pies, las señales del sacrificio realizado por ellos, por nosotros. Les muestra las obras y les pide que sean testigos de esa vida entregada y de esa vida resucitada. Hoy nos pide a nosotros lo mismo, ser sus testigos, pero no con palabras, sino con nuestras obras, con nuestras manos entregadas, rotas por el necesitado, por el hermano que nos grita desde el borde del camino.

Que celebrar la resurrección de Jesús sea para nosotros un estímulo para hacer vida lo que celebramos, para vivir la resurrección en nuestras vidas, para dar vida a aquellos que lo necesitan.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 12 de abril de 2015

DOMINGO II DEL TIEMPO PASCUAL

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19- 31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-- Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-- Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-- Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-- ¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

HOMILÍA

Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua, inicio su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para el solo, por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y mas tarde, y no se preparo para acampar, sino que decidió seguir subiendo decidido a llegar a la cima, y oscureció. La noche cayo con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a sólo 100 metros de la cima, se resbalo y se desplomo por los aires... caía a una velocidad vertiginosa. Sólo podía ver veloces manchas mas oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida, el pensaba que iba a morir, sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos. Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedo más que gritar:
- ¡Ayúdame Dios mío!
De repente, una voz grave y profunda de los cielos le contesto:
- ¿QUE QUIERES QUE HAGA?
- Sálvame Dios mío, decía él.
- ¿REALMENTE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?
A lo que el Alpinista respondía:
- Por supuesto, Señor.
- ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE.
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó...
Cuenta el equipo de rescate que el otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza con las manos a una cuerda... ¡a tan sólo dos metros del suelo!

Dichosos los que crean sin haber visto. Es lo que Jesús le dice a Tomás, que ha quedado para siempre como signo de la incredulidad, pero que sin embargo tiene tanto en común con nosotros mismos.

Todos decimos tener fe, pero cuando tenemos que hacer una auténtica prueba de fe, es cuando las dudas, y ese Tomás que llevamos dentro aparecen.

Nuestra fe, debe ser una fe de total confianza, de entrega, de dejar que Dios vaya trabajando, vaya realizando su trabajo, su plan, en nuestras vidas.

Hoy también se celebra el domingo de la Divina Misericordia, en el que se nos recuerda, que de ese costado abierto de Cristo brota el amor más intenso para cada uno de nosotros.

Confiemos pues en Aquel que entrego su vida por nosotros, soltemos la cuerda de la segura a la que nos asimos, y dejemos que sean las manos de Dios, de su Divina Misericordia, las que nos lleven por esta vida.


FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 5 de abril de 2015

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y le dijo:
—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

HOMILÍA

Cuenta una leyenda que el hijo de Dios, antes de descender a la tierra, dijo a sus ángeles: tengo deseo de ir a ver a los hombres, haciéndome uno de ellos. Quiero llevarles regalos que les sean útiles a su felicidad. "Ángeles, desciendan a la tierra y fíjense bien qué necesidades tienen los hombres."
Partieron los ángeles. Recorrieron todo el universo, y luego volvieron al cielo para referir lo visto Dijeron al Hijo de Dios:" entre tantas necesidades de los hombres, he aquí las principales:
- Tienen necesidad de pan
Respondió el Hijo de Dios: "seré el Pan para ellos".
- Los hombres tienen necesidad de perdón, porque son pecadores.
" Seré el perdón para ellos."
- Los hombres tienen necesidad de verdad, para descubrir el misterio de la vida."
" Yo seré la verdad".
- Los hombres tienen necesidad de amor...
" Yo seré el amor."
Concluyeron los ángeles:
- Los hombres tienen necesidad de vida. Y el Hijo de Dios respondió: Yo seré la vida de los hombres para siempre.
Hoy más que nunca cobra sentido esta leyenda. Hoy Domingo de Resurrección culminamos unos días llenos de la alegría de saber que el camino que Jesús recorrió hace 2000 años, sigue recorriéndolo con nosotros, sigue a nuestro lado. Que aquella promesa que les hizo a sus discípulos, “siempre estaré con vosotros”, sigue siendo una realidad para todos los que creemos en él.
Hoy es el día de la felicidad suprema, de la alegría, del gozo, del sabernos amados, de saber que podemos amar, porque para eso se quedó Cristo con nosotros, para que podamos sentirlo vivo, para que podamos sentir su amor, para que podamos amarnos los unos a los otros.
Que Cristo resucitado sea nuestro compañero de viaje, que lo sintamos cercano y que sobre todo lo podamos hacer cercano a los demás, amándolos como él nos amó a nosotros.

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN, FELIZ VIDA. QUE DIOS OS BENDIGA.

viernes, 3 de abril de 2015

VIERNES SANTO (ciclo B)

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN 18, 1-19,42
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ ¿A quién buscáis?
C. Le contestaron:
S. A Jesús, el Nazareno.
C. Les dijo Jesús:
+ Yo soy.
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: + -«¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. A Jesús, el Nazareno.
C. Jesús contestó:
+ Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
C. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. ¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?
C. Él dijo:
S. No lo soy.
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó:
+Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. ¿Así contestas al sumo sacerdote?
C. Jesús respondió:
+ Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si le hablado como se debe, ¿por qué me pegas?
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. ¿No eres tú también de sus discípulos?
C. Él lo negó, diciendo:
S. No lo soy.
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. ¿No te he visto yo con él en el huerto?
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. ¿Qué acusación presentáis contra este hombre?
C. Le contestaron:
S. Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
C. Pilato les dijo:
S. Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.
C. Los judíos le dijeron:
S. No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. ¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús le contestó:
+ ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
C. Pilato replicó:
S. ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
C. Jesús le contestó:
+ Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
C. Pilato le dijo:
S. Con que, ¿tú eres rey?
C. Jesús le contestó:
+ Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.
C. Pilato le dijo:
S. Y, ¿qué es la verdad?
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C. Volvieron a gritar:
S. A ése no, a Barrabás.
C. El tal Barrabás era un bandido.
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. ¡Salve, rey de los judíos!
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. Aquí lo tenéis.
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. ¡Crucifícalo, crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él. C. Los judíos le contestaron:
S. Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. ¿De dónde eres tú?
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?
C. Jesús le contestó:
+ No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. Aquí tenéis a vuestro rey.
C. Ellos gritaron:
S. ¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. ¿A vuestro rey voy a crucificar?
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. No tenemos más rey que al César.
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Soy el rey de los judíos".
C. Pilato les contestó:
S. Lo escrito, escrito está.
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.
C. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados.
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ Mujer, ahí tienes a tu hijo.
C. Luego, dijo al discípulo:
+ Ahí tienes a tu madre.
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ Tengo sed.
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ Está cumplido.
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
(Todos se arrodillan, y se hace una pausa)
C. Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”.
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura dé mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
HOMILÍA
Cada vez que llega este día del Viernes Santo me acuerdo de una poesía de José María Gabriel y Galán que escuché hace ya muchos años y que marcó mi visión de la celebración de hoy y de las procesiones. Se titula la Pedrada, y he aquí un fragmento:
¡Cuántas veces he llorado
recordando la grandeza
de aquel hecho inusitado
que una sublime nobleza
inspiróle a un pecho honrado!

La procesión se movía
con honda calma doliente,
¡Qué triste el sol se ponía!
¡Cómo lloraba la gente!
¡Cómo Jesús se afligía...!

¡Qué voces tan plañideras
el Miserere cantaban!
¡Qué luces, que no alumbraban,
tras las verdes vidrieras
de los faroles brillaban!

Y aquél sayón inhumano
que al dulce Jesús seguía
con el látigo en la mano,
¡qué feroz cara tenía!
¡qué corazón tan villano!

¡La escena a un tigre ablandara!
Iba a caer el Cordero,
y aquel negro monstruo fiero
iba a cruzarle la cara
con un látigo de acero...

Mas un travieso aldeano,
una precoz criatura
de corazón noble y sano
y alma tan grande y tan pura
como el cielo castellano,

rapazuelo generoso
que al mirarla, silencioso,
sintió la trágica escena,
que le dejó el alma llena
de hondo rencor doloroso,

se sublimó de repente,
se separó de la gente,
cogió un guijarro redondo,
miróle al sayón la frente
con ojos de odio muy hondo,

paróse ante la escultura,
apretó la dentadura,
aseguróse en los pies,
midió con tino la altura,
tendió el brazo de través,

zumbó el proyectil terrible,
sonó un golpe indefinible,
y del infame sayón
cayó botando la horrible
cabezota de cartón.

Los fieles, alborotados
por el terrible suceso,
cercaron al niño airados,
preguntándole admirados:
-¿Por qué, por qué has hecho eso?...

Y él contestaba, agresivo,
con voz de aquellas que llegan
de un alma justa a lo vivo:
-«¡Porque sí; porque le pegan
sin hacer ningún motivo!»


Hoy, que con los hombres voy,
viendo a Jesús padecer,
interrogándome estoy:
¿Somos los hombres de hoy
aquellos niños de ayer?.

Podríamos hoy al celebrar la muerte del Señor, esa sublime entrega hacernos una pregunta: al igual que al ver al Señor en la cruz, sufriente nuestro ser sufre con él, cuando lo vemos en la calle tirado, con hambre, sólo, triste, ¿también nos entristecemos con él? De nada sirve recordar lo que pasó hace dos mil años y no darnos cuenta de las veces que sigue muriendo Jesús en nuestro tiempo, en medio de nosotros.
Cojamos nuestras piedras, las piedras del amor y seamos capaces de luchar contra tanta muerte, contra tanto sufrimiento. Seamos los niños de ayer, vivamos como cristianos de hoy.

FELIZ VIERNES SANTO. QUE DIOS OS BENDIGA.

jueves, 2 de abril de 2015

JUEVES SANTO (ciclo B)

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:
—Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le replicó:
—Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
Pedro le dijo:
—No me lavarás los pies jamás.
Jesús le contestó:
—Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo:
—Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo:
—Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos." (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios".)
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
— ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "El Maestro" y "El Señor", y decís bien, por que lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

HOMILÍA
Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz; ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo. Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos.

¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer? ¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual? ¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores? ¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma? Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.

Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para, aunque sea en ausencia, ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria. Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro.

Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.

En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez. Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.

- "Por un peso te alquilo el catalejo. "

Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la dio al viejo, que desplegó el catalejo y se lo alcanzó. Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.

- "¡Qué raro!", exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

- "¿Qué es lo raro?", preguntó el viejo.

- "El punto brillante", dijo Martín, "ahí en el patio de la escuela", siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía.

- "Son huellas", dijo el anciano.

- "¿Qué huellas?", preguntó Martín.

- "¿Te acuerdas de aquel día...? Debías tener siete años; tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares", contestó el viejo.

Y después de una pausa siguió:

- "¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tenías un lápiz nuevecito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cortaste el lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier."

- "No me acordaba", dijo Martín. "Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante?"

- "Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su vida."

- "¿Y?"

- "Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros", explicó el viejo, "las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas."

Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio.

- "Ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo del guardapolvo arrancado."

Martín miraba la ciudad.

- "Ese que está ahí en el centro", siguió el viejo, "es el trabajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica...y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez... las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él."

Apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él, empezó a ver cómo miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, todo el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas.

Celebramos hoy el día de La Huella, la más importante que vamos a encontrar en nuestra vida, aquella que nos dejó Jesús para que la disfrutáramos, su amor entregado en su cuerpo y en su sangre.

Hoy Jueves Santo recordamos que el amor deja huella en nuestras vidas, que la Eucaristía debe de clavarse en lo más profundo de nuestro ser y recordarnos cada día que si él nos amó hasta el extremo, debemos nosotros hacer lo mismo. Dejar huellas en las vidas de los demás, gravar nuestro amor en sus corazones, porque sólo así viviremos y experimentaremos verdaderamente la Eucaristía, el mayor gesto de amor.

No dejemos que la rutina, las costumbres o incluso los curas, borren de nuestra vida esa huella. Renovémosla cada día y sobre todo vayamos con nuestro amor dejando huellas en los demás, de esas que no se borran, de esas que se disfrutan, de las que tocan el corazón, lo ablandan y enternecen y te hacen disfrutar.


FELIZ DÍA DEL AMOR, FELIZ JUEVES SANTO. QUE DIOS OS BENDIGA.