domingo, 29 de noviembre de 2020

DOMINGO PRIMERO DEL TIEMPO DE ADVIENTO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-- Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!

HOMILÍA

Era un pequeño y antiguo pueblecito, presidido por un castillo aún más viejo, que estaban situados en la frontera de un país lejano, al lado de un gran desierto. Tanto el pueblo como el castillo eran muy aburridos, porque raramente pasaba alguien cerca de ellos. Alguna vez se detenían a pernoctar extrañas caravanas o caminantes solitarios, pero, en cuanto se alimentaban y descansaban, volvían a irse, dejando a los habitantes del pueblecito y del castillo con su diario aburrimiento.

Y así hasta que un día llegó un mensaje del rey de la nación informando de que, en la corte, se habían recibido noticias de que Dios en persona iba a venir a su país, si bien aún no se sabía qué ciudades y zonas visitaría. Pero era probable o, al menos, posible que pasara por nuestro

pueblecito. Por lo cual, por si acaso, el pueblo y el castillo debían prepararse para recibirle tal y como Dios se merecía.

Esto trastornó de entusiasmo a las autoridades, que mandaron reparar las calles, limpiar las fachadas, construir arcos triunfales, llenar de colgaduras los balcones. Y, sobre todo, nombraron centinela al más noble habitante de la aldea. Este centinela tendría la obligación de irse a vivir a la torre más alta del castillo y desde allí avizorar constantemente el horizonte, para dar lo antes posible la noticia de la llegada de Dios.

El centinela recibió el encargo con orgullo: jamás en su vida había hecho algo tan importante. Y se dispuso a permanecer firme en la torre con los ojos abiertos como platos. "¿Cómo será Dios?", se preguntaba a sí mismo. "¿Y cómo vendrá? ¿Tal vez con un gran ejército? ¿Quizá con una corte de carros majestuosos?" En este caso, se decía, será fácil adivinar su llegada cuando aún esté lejos.

Y durante las veinticuatro horas del día y de la noche no pensaba en otra cosa y permanecía en pie y con los ojos abiertos. Pero, cuando hubieron pasado así algunos días y noches, el sueño comenzó a rendirle y pensó que tampoco pasaría nada si daba unas cabezadas, ya que Dios vendría precedido por sones de trompetas, que, en todo caso, le despertarían.

Y pasaron no sólo los días, sino también las semanas, y la gente del pequeño pueblo regresó a su vida de cada día y comenzó a olvidarse de la venida de Dios. Y hasta el propio centinela dormía ya tranquilo las noches enteras y él mismo se dedicaba a pensar en otras cosas, porque ya no era capaz de concentrarse sólo en aquella espera.

Y pasaron no sólo las semanas, sino también los meses e incluso los años y ya nadie en el pueblo se acordaba de aquel anuncio para nada. Incluso un año de gran hambre, la población fue desfilando, uno tras otro, hacia tierras más prósperas. Y se quedó solo el centinela, aún subido en su torre, esperando, aunque ya con una muy débil esperanza. Y pasaban ejércitos y caravanas que, por unos momentos, encendían sus sueños, pero ninguno era el ejército o la caravana del Dios anunciado.

Y el centinela comenzó a pensar: "¿Para qué va a venir Dios? Si este pueblo nunca tuvo interés alguno, y ahora, vacío, mucho menos. Y si viniera al país, ¿por qué iba a detenerse precisamente en este castillo tan insignificante?" Pero, como a él le habían dado esa orden y como esa orden le había levantado la esperanza, su decisión de permanecer era más fuerte que sus dudas.

Hasta que un día se dio cuenta de que, con el paso de los días y los años, se había vuelto viejo y sus piernas se resistían a subir la escalera de la torre. Sintió que sus ojos se iban cerrando, que ya apenas veía y que la muerte estaba acercándose. Y no pudo evitar que de su garganta saliera una especie de grito: "Me he pasado toda la vida esperando la visita de Dios y me voy a morir sin verle."

Y entonces, justamente en ese momento, oyó una voz muy tierna a sus espaldas. Una voz que decía: "Pero ¿es que no me conoces?" Entonces el centinela, aunque no veía a nadie, estalló de alegría y dijo: "¡Oh, ya estás aquí! ¿Por qué me has hecho esperar tanto? Y ¿por dónde has venido que yo no te he visto?" Y, aún con mayor dulzura, la voz respondió: "Siempre he estado cerca de ti, a tu lado, más aún: dentro de ti. Has necesitado muchos años para darte cuenta. Pero ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: yo estoy siempre con los que me esperan y sólo los que me esperan, pueden verme."

Y entonces el alma del centinela se llenó de alegría. Y viejo y casi muerto, como estaba, volvió a abrir los ojos y se quedó mirando, amorosamente, al horizonte.

Comenzamos el tiempo de Adviento. Tiempo de espera, tiempo de mirar en nosotros y encontrarnos con aquel que nos ama, con aquel que siempre está a nuestro lado, con aquel que pasa por nuestras vidas deseando que lo reconozcamos. Que no pase este tiempo como algo más. Que nos sirva para encontrarnos con un Dios que nos espera hecho hombre para que lo amemos como Él nos ama a nosotros.

 

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA

domingo, 22 de noviembre de 2020

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 25, 31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.

Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.

Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha:

"Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme".

Entonces los justos le contestarán:

"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?"

Y el rey les dirá:

"En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos, más pequeños conmigo lo hicisteis".

Entonces dirá a los de su izquierda:

"Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.

Entonces también estos contestarán:

"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"

Él les replicará:

"En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo".

Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

 

HOMILÍA

Cierto día un maestro preguntó a sus discípulos:

¿Cómo podemos saber que la noche ha terminado y que ha empezado el día?

Todos los discípulos se apresuraron a responder: “Cuando vemos salir los primeros rayos de luz”, otros decían: “cuando podemos distinguir un árbol de una persona”, y así continuaron diciendo respuestas.

El maestro callaba, hasta que terminaron de hablar, entonces repuso: “Estáis equivocados, la noche termina y el día empieza cuando miramos a una persona y vemos al prójimo en ella”.

Ese es el reino que Jesús viene a traer. Ese es el reino que nosotros debemos implantar aquí en la tierra. Un lugar donde no veamos a hombres o a mujeres, sino en el que veamos a hermanos, al prójimo en cada esquina de la vida.

Al final de nuestra vida, nos van a juzgar de las veces que hayamos visto al prójimo en el que tenemos al lado, del amor que hayamos dado, del cariño que hayamos repartido, de la misericordia que hayamos tenido.

Cristo quiere reinar en nuestras vidas, y lo único que nos pide es que seamos capaces de iluminar las vidas de los que se acercan a nosotros, que hagamos que un nuevo sol se alce sobre el mundo. Un sol lleno de amor, de entrega, de generosidad.

Cristo puede reinar en este mundo, sólo debemos abrir los ojos y ver en cada uno de los que pasan a nuestro lado al prójimo, ser capaces de verlo a Él en el hermano.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 15 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 25, 14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó.

El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos.

En cambio, el que recibió uno fue hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

Al cabo de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos y se puso a ajustar las cuentas con ellos.

Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:

"Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco".

Su señor le dijo:

"Bien, siervo bueno y fiel; cómo has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor".

Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo:

"Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos".

Su señor le dijo:

"¡Bien, siervo bueno y fiel!; cómo has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor".

Se acercó también el que había recibido un talento y dijo:

"Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo".

El señor le respondió:

"Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabias que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes"».

 

HOMILÍA

“Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: – ¡Buen día, abuelo! Él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: – ¡Hoy es día de inventario, hijo! – ¿Inventario? – pregunté sorprendido. – Si... ¡El inventario de las cosas perdidas! – me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: – En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi inercia. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: – En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te amo". Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: – Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.

Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: – ¿Sabes qué he descubierto en estos días? – ¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó nuevamente: –¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atine a decir, con inseguridad: – No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: – El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.

Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese ser: "Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Señor, por favor perdóname".

El Señor ha puesto en nuestras vidas unos talentos, y los primeros perjudicados en no ponerlos a funcionar somos nosotros, nos perdemos la alegría de vivir por los demás, de ver como nuestra vida cobra un sentido más allá de nosotros, de nuestros gustos.

Por eso, seamos valientes, hagamos inventario, y comencemos a poner a trabajar nuestros talentos en hacer que los demás sientan nuestra presencia y  la presencia de Dios en sus corazones.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 8 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

-- El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:

--¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!

Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:

--Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.

Pero las sensatas contestaron:

-- Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.

Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:

--Señor, señor, ábrenos. Pero él respondió:

--Os lo aseguro: no os conozco.

Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

HOMILÍA

Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí  los Euros que sus padres les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajos extras.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran
originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba claro, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora.

El primer niño gritó: -¡Mira mamá un globo! Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al cielo. Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá  le comprara  un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas,
tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.
-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara.
Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:
-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores?

Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:-Haz tu mismo la prueba. Suéltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás. Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:
-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene dentro.

Lo que hace arder nuestras lámparas, no es si somos más listos, más altos, más guapos, o más piadosos. Lo que hace arder nuestra lámpara es lo que llevamos dentro. Lo que somos capaces de hacer por los demás, lo que somos capaces de dar a los que se acercan a nosotros.

Dentro de nosotros está la capacidad para hacer que cuando Jesús venga, encuentre nuestras lámparas encendidas y ardiendo. Solo tenemos que darnos cuenta, y comenzar a llenar nuestras lámparas del mejor aceite posible, llenarlas de amor por los demás.

Que nunca se nos apaguen nuestras lámparas, eso será señal de que vivimos como auténticos cristianos, de que nos hemos dado cuenta de que cuanto más demos de lo que llevamos dentro, más será lo que recibamos.

Hoy celebramos el día de la Iglesia Diocesana, donde se nos recuerda que es necesario que todas nuestras lámparas alumbren allí donde vivimos, que colaboremos con nuestra parroquia pero sobre todo que seamos Iglesia viva, porque esa es nuestra forma de decirle al mundo que la luz de Cristo es la que brilla entre nosotros.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 1 de noviembre de 2020

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron los discípulos; y él se puso a hablar, enseñándolos:

-- Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos lo que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

 

HOMILÍA

Hoy celebramos una de las fiestas más cercanas a todos nosotros. Recordamos a los mejores hijos de la Iglesia a aquellos que siendo como tu y como yo lograron llevar una vida parecida al Evangelio, una vida fundamentada en el mensaje de la Bienaventuranzas.

El Señor nos pide a nosotros que sigamos el ejemplo de todas aquellas personas que, siendo como nosotros, con sus fallos y sus equivocaciones, nos han demostrado que se pueda, en esta vida, cumplir el mensaje del Señor.

Pero él sabe que esto es difícil, por eso nos deja un regalo para que podamos hacerlo.

Hace ya un tiempo, un hombre castigó su pequeña niña de 3 anos por desperdiciar un rollo de papel de regalo dorado.

El dinero era escaso en esos días por lo que exploto en furia, cuando vio a la niña tratando de envolver una caja para ponerla debajo del árbol de Navidad, mas sin embargo la niña le llevo el regalo a su padre la siguiente mañana y
dijo:
" Esto es para ti, Papá "
" El se sintió avergonzado de su reacción de furia, pero este volvió a explotar cuando vio que la caja estaba vacía.

Le volvió a gritar diciendo: " ¡¡¡Que no sabes que cuando das un regalo a alguien se supone que debe haber algo adentro!!!

La pequeñita se volvió hacia arriba con lagrimas en los ojos y dijo, " Oh, Papá, no está vacía, Yo sople besos dentro de la caja, Todos para ti, Papi. "

El Padre se sintió morir; Puso sus brazos alrededor de su niña y le suplico que lo perdonara.

Se ha dicho que el hombre guardó esa caja dorada cerca de su cama por años y siempre que se sentía derrumbado, él tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña había puesto ahí.

Así es el regalo que el Señor nos ha dejado, con todos los santos. No los vemos, pero todos ellos están intercediendo por nosotros, ayudándonos a vivir cada día mejor, a dar lo mejor de nosotros mismos.

Disfrutemos de este día, disfrutemos de todas las personas que han marcado nuestra vida y que ya están descansando en el Señor, pero sobre todo disfrutemos de esta vida, viviendo las bienaventuranzas, con la ayuda de todos aquellos santos que han pasado por nuestra vida y que sigan protegiéndonos y animándonos.

QUE DIOS OS BENDIGA Y FELIZ DÍA DE TODOS LOS SANTOS.