domingo, 29 de marzo de 2020

DOMINGO QUINTO DEL TIEMPO DE CUARESMA


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 11, 1-45
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:
-- Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
-- Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
-- Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le replican:
-- Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas
a volver allí?
Jesús contestó:
-- ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.
Dicho esto, añadió:
-- Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a
despertarlo.»
Entonces le dijeron sus discípulos:
--Señor, si duerme, se salvará.
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que
hablaba del sueño
natural.
Entonces Jesús les replicó claramente:
-- Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
-- Vamos también nosotros y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
-- Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
-- Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
-- Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
-- Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
-- Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
-- El Maestro está ahí y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
-- Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:
-- ¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
-- Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
-- ¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
-- Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad
cubierta con una losa.
Dice Jesús:
-- Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dice:
-- Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dice:
-- ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-- Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-- Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
-- Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

HOMILÍA
Cuestión de fe. Esa es la frase que resume el evangelio de hoy. Cuestión de fe. Jesús le pregunta a Marta: “¿Crees que tu esto?”, a lo que ella contestó: “sí, Señor”. Al final del evangelio nos cuenta el evangelista: “y muchos de los que fueron creyeron en Él”. No dice que todos los que estaban allí creyeron, sino que muchos fueron los que creyeron, porque el que no está abierto a la fe, ni aunque resucite un muerto, creerán.
Y esta es la gran enseñanza que nos deja el evangelio que hemos leído, que solo a través de la fe conseguiremos creer en la resurrección de Jesucristo, y en nuestra propia resurrección. Yo no tengo argumentos para convencer a nadie, y mucho menos pruebas tangibles que puedan explicar que después de la muerte existe una nueva vida. Sólo, por medio de la fe, podremos llegar a confiar en ello.
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua inició su travesía, después de años de preparación pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo decidido a llegar a la cima.
La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires... caía a una velocidad vertiginosa, solo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de la vida... El pensaba que iba a morir, sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos...
SI, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedo más que gritar: -"AYUDAME DIOS MIO..."
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
-"¿QUE QUIERES QUE HAGA?"
-"Sálvame Dios mío."
-"¿REALMENTE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?"
-"Por supuesto Señor "
-"ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE..."
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó...
Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... A DOS METROS DEL SUELO...
Sólo la confianza ciega en Dios nos podrá llevar a creer en la resurrección. Pero no sólo basta la fe para probar nuestra confianza en la vida eterna, sino que debemos dar un paso más. Sería demasiado fácil, que con sólo una espera pasiva, fuéramos capaces nosotros de transmitir esa confianza en Dios a los demás.
Nuestra tarea, como cristianos, es compartir nuestra experiencia con los que no creen, para que por nuestro medio puedan llegar a creer. Y la única forma que tenemos de hacerlo es siendo testigos de la vida ya en este mundo. Siendo testigos del amor que Dios nos tiene, siendo testigos vivos de la resurrección.
Por tanto el creer en la resurrección no  es sólo esperar la nueva vida, sino anticiparla en nuestros ambientes, dando luz, dando amor, dando vida a todos los que se crucen en nuestro camino. Sólo entonces podremos decir que creemos en la resurrección, sólo entonces podremos decir que somos cristianos.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 22 de marzo de 2020

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 9, 1-41
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
-- Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
-- Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
-- Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
-- ¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían:
-- El mismo.
Otros decían:
-- No es él, pero se le parece.
Él respondía:
-- Soy yo.
Y le preguntaban:
-- ¿Y cómo se te han abierto los ojos?
Él contestó:
-- Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.
Le preguntaron:
-- ¿Dónde está él?
Contestó:
-- No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
-- Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.
Algunos de los fariseos comentaban:
-- Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
-- ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
-- Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
Él contestó:
-- Que es un profeta.
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
-- ¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
Sus padres contestaron:
-- Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: "Ya es mayor, preguntádselo a él."
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-- Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
-- Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo. Le preguntan de nuevo:
-- ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
-- Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-- Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
-- Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
Le replicaron:
-- Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
-- ¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
- ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
-- Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.
Él dijo:
-- Creo, Señor.
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-- Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
-- ¿También nosotros estamos ciegos?
Jesús les contestó:
-- Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.

HOMILÍA
Cuentan que un hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos, entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaron de muchas cosas y tocaron muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios. El peluquero dijo: – Fíjese, caballero, que yo no creo en la existencia de Dios, como usted afirma. – Pero, ¿por qué dice usted eso? – preguntó el cliente. – Pues es muy fácil, – respondió el peluquero – basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O dígame, ¿si Dios existiera, habría tantos enfermos, habría niños abandonados, y tanto sufrimiento en este mundo? No puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas. El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión con un hombre que pasaba a cada momento su navaja afilada muy cerca de su garganta...
El peluquero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Apenas dejaba la peluquería, cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largos, que parecía no haber visitado una peluquería hacía mucho tiempo. Entonces, el hombre entró de nuevo a la peluquería y le dijo al peluquero: – ¿Sabe una cosa? Acabo de darme cuenta de que los peluqueros no existen. – ¿Cómo que no existen? – preguntó el peluquero –. Si aquí estoy yo y soy peluquero. – ¡No!, Dijo el cliente, no existen porque si existieran, no habría personas con el pelo así y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle. – ¡Ahh!, los peluqueros sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí. ¡Exacto! – Dijo el cliente. – Ese es el punto. Dios si existe, lo que pasa es que las personas no van hacia El y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria en este mundo.
Sólo el que quiera ver, podrá acercarse al Señor. La fe es un regalo de Dios, pero para poder disfrutar de ella, hace falta aceptar ese regalo. El ciego del Evangelio lo aceptó, el Señor no sólo le curó la ceguera física, sino que también le abrió los ojos a la fe en Él, sin embargo, los fariseos no fueron capaces de ver en Jesús al Mesías, al enviado de Dios.
Por eso hoy nosotros le vamos a pedir a Dios que nos abra nuestros ojos, para que aceptando su regalo seamos capaces de verlo allí donde Él nos necesite.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 15 de marzo de 2020

DOMINGO TERCERO DE CUARESMA


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 4, 5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:
--Dame de beber.
(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.)

La samaritana le dice:
--¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana?
(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)
Jesús le contestó:
--Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
--Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
--El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
--Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que
venir aquí a sacarla.
Él le dice:
--Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
-- No tengo marido.
Jesús le dice:
--Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
--Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
--Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
--Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos
lo dirá todo.
Jesús le dice:
--Soy yo, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?" La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
--Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían:
--Maestro, come.
Él les dijo:
--Yo tengo por comida un alimento que vosotros no
conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
--¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dice:
--Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer:
--Me ha dicho todo lo que he hecho.
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
--Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

HOMILÍA

Dos son las veces que el Señor pide de beber en el Evangelio, y las dos veces son para mostrarnos que él es el agua viva de la cual se tiene que llenar nuestro corazón. Una de la veces es en el trocillo del Evangelio que hemos escuchado, la otra en la cruz. En las dos nos deja entrever cómo la entrega generosa de la vida, nuca queda sin recompensa, y como el encuentro con Él siempre vale la pena.
Existe mucha gente que dice que eso de la fe está trasnochado, que no tiene sentido creer, que para ser buena persona no hace falta ir a la Iglesia. Pues yo les diría a todas esas personas, que cualquier tiempo con el Señor, para los que creemos es tiempo que transforma nuestro corazón, y que precisamente por eso nos hace falta estar con Él, acudir a misa o rezar un ratico. Porque para mejorar como personas nos hace falta Él.
Cuentan una historia que un fraile le dijo al abad, que quería dejar la oración porque no le decía nada. El abad le pidió que antes de tomar aquella decisión cogiera una cesta sucia de mimbre del almacén y que fuera al río para traerle agua. El fraile, obedeció y al volver con la cesta vacía, el superior le dijo: ¿no traes agua? El contestó, que no, porque al intentar llenar la cesta de mimbre el agua se escapaba por los agujeros. Entonces el abad le dijo: “es verdad que no has traído agua, pero como puedes observar la cesta ahora está más limpia que antes, porque al contacto con el agua la suciedad se le ha ido yendo. Lo mismo le pasa a nuestro corazón. Puede que no le encontremos sentido a la oración, puede que nos aburramos cuando rezamos, pero el simple hecho de estar en contacto con el Señor deja nuestro corazón más limpio”.
Aprovechemos nosotros cada encuentro con el Señor. Y aunque las circunstancias nos impiden acercarnos a la Eucaristía presencial, se nos siguen dando muchas oportunidades en la radio y en la tele en las que Él se sigue ofreciendo, nos sigue dando la oportunidad de encontrarnos con Él. No dejemos pasar su presencia. Y aunque el cura sea un pelmazo, o la oración me aburra, cualquier ratillo que pasemos con él irá transformando nuestro corazón.  
Ahora mas que nunca, unidos en la oración y pidiendo con fe a Dios que nos ayude.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 8 de marzo de 2020

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
--Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
--Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
--Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
--No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

HOMILÍA
UNA CARTA DE DIOS PARA TI

“Cuando te levantabas esta mañana, te observaba y esperaba que me hablaras, aunque sólo fueran unas cuantas palabras preguntando mi opinión o agradeciéndome por algo bueno que te haya sucedido ayer. Pero noté que estabas muy ocupado buscando la ropa adecuada para ponerte e ir al trabajo. Seguí esperando de nuevo.

Mientras corrías por la casa arreglándote, supe que habría unos cuantos minutos para que te detuvieras y me dijeras: “¡Hola!”, pero estabas demasiado ocupado. Por eso encendí el cielo, lo llené de colores y dulces cantos de pájaros, por si me oías. Pero ni siquiera te diste cuenta de esto.

Te observé mientras ibas rumbo al trabajo y esperé pacientemente todo el día. Con todas tus actividades supongo que estabas demasiado ocupado para decirme algo. De regreso vi tu cansancio y quise rociarte un poco para que el agua se llevara tu estrés; pensé agradarte para que así pensaras en mí, pero enfurecido ofendiste mi nombre. Deseaba tanto que me hablaras.

Después, al llegar a tu casa, encendiste el televisor, esperé pacientemente mientras lo veías y cenabas, pero nuevamente olvidaste hablar conmigo. Te noté cansado y entendí tu silencio, así que apagué el resplandor del cielo, pero no te dejé a oscuras, dejé prendida una estrella. En verdad fue hermoso, pero no estuviste interesado en verla.

A la hora de dormir, creo que ya estabas agotado. Después de decirle buenas noches a tu familia, caíste en la cama y casi de inmediato te dormiste. Acompañé con música tu sueño y mandé a mis ángeles nocturnos que te protegieran. No te diste cuenta, pero yo, despierto, pasé toda la noche junto a ti, velando con amor tu sueño.

Ya ves que tengo más paciencia de la que te imaginas. También quisiera enseñarte cómo tener paciencia y amor por los demás.

YO TE AMO TANTO que espero todos los días por una oración y el paisaje que pinto cada día es para ti. Pero bueno, te estás levantando de nuevo y otra vez, un día más, esperaré, sin nada más que mi amor por ti. ¡Que tengas un buen día, hijo mío!!”.

Tu Padre y Amigo: DIOS.
Descubrir en medio de este mundo a ese Dios que nos ama, que entregó a su Hijo por nosotros, que está siempre esperando, es el verdadero sentido de la transfiguración. Dios cada día nos muestra su gloria en las miles de cosas y personas que nos rodean, solamente hace falta unos ojos dispuestos para verlo y descubrirlo.
Nuestra vida esté llena de la presencia de Dios, pero andamos tan ocupados en nuestros problemas y en nuestros asuntos, que pasamos la mayoría del tiempo con los ojos cerrados para Dios.
Que cada día sintamos la experiencia del monte Tabor, como los discípulos, para reconocer a ese Dios que se ha hecho hombre solo por amor a nosotros, y que quiere entregarnos un mundo lleno de Él.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA

domingo, 1 de marzo de 2020

DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 4, 1- 11
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo:
--Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
Pero él le contestó, diciendo:
--Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:
--Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."
Jesús le dijo:
--También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:
--Todo esto te daré, si te postras y me adoras.
Entonces le dijo Jesús:
--Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían

HOMILÍA
El jefe de una tribu estaba manteniendo una charla con sus nietos acerca de la vida, cuando les dijo:

- "¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!... ¡es entre dos lobos!”

- "Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, orgullo, egolatría, competencia y superioridad.”

- "El otro es bondad, alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, dulzura, generosidad, benevolencia, amistad, empatía, verdad, compasión y fé.”

- “Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes y dentro de todos los seres de la tierra.”

Lo pensaron por un minuto, y uno de los niños le preguntó a su abuelo:

- "¿Y cuál de los lobos crees que ganará?"

El anciano jefe respondió, simplemente...

- "El que alimentes."

Cada Cuaresma llega para recordarnos que debemos convertir nuestra vida en una vida según el modelo de Dios. Pero cada Cuaresma nos damos cuenta de lo mucho que nos falta por llegar a ser como Jesús. La Cuaresma nos recuerda que a pesar de las buenas intenciones, seguimos haciendo aquello que no queremos, y nos cuesta mucho hacer las cosas que queremos.
Todos nosotros quisiéramos ser buenas personas, no tener envidias ni rencores. Estar atentos a las necesidades de los demás y ayudarlos. Pero cada día nos damos cuenta del trabajo que nos cuesta.
Por eso, cada Cuaresma la comenzamos con el texto de las tentaciones del Señor, para recordarnos que la única manera de seguir creciendo como personas y como cristianos es alimentarnos de la Palabra de Dios, fiarnos de Aquél que nos ha creado y nos ha llamado a vivir como cristianos, dejarnos en sus manos y seguir caminando sin detenerse por las tentaciones que podamos tener.
La Cuaresma es el tiempo de la confianza y sobre todo del abandono, porque sólo en Dios encontraremos la fuerza para combatir todas nuestras tentaciones.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.