domingo, 24 de abril de 2016

DOMINGO V DEL TIEMPO PASCUAL

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 31-33a.34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
-- Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.) Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.

HOMILÍA

Una pareja de jóvenes estaban muy enamorados y se iban a casar. Unos meses antes de la boda, la novia tuvo un accidente y quedó con el rostro totalmente desfigurado.
 - “No puedo casarme contigo”, le comunicó en una carta a su novio. “Quedé marcada y muy fea para siempre, búscate a otra joven hermosa como tú te mereces, yo no soy digna de ti”
 A los pocos días la muchacha recibió esta respuesta de su novio: “El verdadero indigno soy yo, tengo que comunicarte que he enfermado de la vista y el médico me dijo que voy a quedar ciego... Si aún así estás dispuesta a aceptarme, yo sigo deseando casarme contigo”.
Y se casaron, y cuando lo hicieron, el novio estaba ya totalmente ciego. Vivieron 20 años de amor, felicidad y comprensión, ella fue su lazarillo, se convirtió en sus ojos, en su luz, el amor los fue guiando por ese túnel de tinieblas.
Un día ella enfermó gravemente y cuando agonizaba, se lamentaba por dejarlo solo entre esas tinieblas. El día que ella murió, él abrió sus ojos ante el desconcierto de todos.
- “No estaba ciego”, dijo. “Fingí serlo para que mi mujer no se afligiera al pensar que la veía con el rostro desfigurado. Ahora mi amor descansa en ella”
En esto consiste el mandamiento nuevo que nos dejó el Señor, en amarnos unos a otros simplemente porque sí. No porque lo merezcan, no porque sean mejores o peores, no porque sean más guapos o más feos. Amarnos porque cada uno, sea como sea y haga lo que haga merece la pena.
Pasamos la vida sin darnos cuenta que el amor que Dios nos tiene no es porque nos lo merezcamos, sino por ser nosotros, porque para Él cada uno de nosotros es especial, porque somos únicos e irrepetibles. Y justamente su mandato viene a a recordarnos que cada persona es digna de ser amada no por lo que sea, sino por ser ella, por ser única.
El problema es que para poder hacer hay que mirar con los ojos de Dios, unos ojos que miran al corazón y que miran el valor de las personas en su interior.
Hoy Jesús nos recuerda que toda nuestra vida merecerá la pena ser vivida si cerramos los ojos y somos capaces de amar a todo el que esté a nuestro alrededor, porque solamente amando si distinción es como conseguiremos llevar a cabo el mandamiento nuevo de Cristo, un mandamiento que el cumplió primero muriendo por nosotros sin importarle si éramos más buenos o más malos, simplemente murió porque éramos nosotros. Hagamos nosotros lo mismo.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA. 

domingo, 17 de abril de 2016

DOMINGO IV DEL TIEMPO PASCUAL

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 10, 27-30
En aquel tiempo, dijo Jesús:
-- Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno

HOMILÍA

Un viejecito, ateo e incrédulo, fue a visitar a un sacerdote. Quería que le ayudase a resolver sus dudas de fe. No lograba convencerse de que Jesús de Nazareth hubiera resucitado. Buscaba pruebas de la resurrección.
 Cuando entró en casa del sacerdote, estaba ya alguien hablando con él. El sacerdote entrevió al anciano de pie en el pasillo, y corrió en seguida, sonriente, a ofrecerle una silla.
 Cuando el otro se despidió, el sacerdote hizo entrar al señor anciano. Una vez conocido su problema, le habló largamente y, después de un denso coloquio, el anciano de ateo se convirtió en creyente y quiso volver a ponerse en contacto con la Palabra de Dios, recibir los sacramentos y recobrar la confianza y devoción a la Virgen María. 
 El sacerdote satisfecho, pero también un poco sorprendido por el cambio, le preguntó:
 - Por favor, después de nuestro largo coloquio. ¿cuál ha sido el argumento teológico que yo le he dado y que le ha convencido de que Cristo de verdad ha resucitado y de que Dios existe?
 - El detalle de acercarme la silla para que no me cansase de esperar. – respondió el anciano.
Celebramos en este IV Domingo de Pascua el Domingo del Buen Pastor. Hoy Jesús nos recuerda que el vino a este mundo para guiarnos hacia el Padre, para hacer de nosotros, la Iglesia, su rebaño. Pero también para recordarnos que el rebaño está en nuestras manos y que es deber nuestro guiarlo y llevarlo hacia Dios.
El problema muchas veces está, en que dejamos esta tarea sólo a los curas y a los Obispos, y la cuestión es, que es tarea de todos. Está claro que el sacerdote debe guiar a su parroquia y que es el primero que debe dar ejemplo, y que muchos casos de escándalo sobre sacerdotes hace mucho daño a la Iglesia. Pero ¿y si unos padres dan mal ejemplo a sus hijos y después de bautizarlo no le enseñan a vivir como cristianos no pasa nada?, ¿y si las familias se rompen sólo por cuestiones de dinero y de herencia no pasa nada?, ¿y si los cristianos cada vez vivimos menos como cristianos dejando a Dios de lado no pasa nada?.
Hoy, Jesús nos recuerda que la Iglesia la dejó en manos de todos los cristianos, y si bien es verdad que los sacerdotes deben predicar con el ejemplo, somos todos los cristianos los que debemos ser buenos pastores los unos con los otros, haciendo que la Iglesia brille ante el mundo como el rebaño que Dios quiere.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 10 de abril de 2016

DOMINGO III DEL TIEMPO PASCUAL

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 21. 1-19
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón
Pedro les dice:
-- Me voy a pescar.
Ellos contestaban:
-- Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice:
-- Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron:
-- No.
Él les dice:
-- Echad la red a la derecha de la barca y encontrareis.
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro.
-- Es el Señor.
Al oír que era el Señor. Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaba de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
-- Traed de los peces que acabáis de coger.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice:
-- Vamos, almorzad.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quien era, porque sabían muy bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer dice Jesús a Simón Pedro:
-- Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
Él le contestó:
-- Sí, Señor, tu sabes que te quiero.
Jesús le dice:
-- Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le pregunta:
-- Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Él le contesta:
-- Sí, Señor tu sabes que te quiero.
Él le dice:
-- Pastorea mis ovejas.
Por tercera vez le pregunta:
-- Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
-- Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contesto:
-- Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
-- Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió:
- Sígueme.

HOMILÍA
Existe un poema que se canta en la lengua de los indios cherokees de los Estados Unidos y que dice así: “Un hombre susurró: «Dios, habla conmigo». Y un ruiseñor comenzó a cantar, pero el hombre no oyó. Entonces el hombre repitió: «Dios, habla conmigo». Y el eco de un trueno se oyó. Pero el hombre fue incapaz de oír. El hombre miró alrededor y dijo: «Dios, déjame verte». Y una estrella brilló en el cielo. Pero el hombre no la vio. El hombre comenzó a gritar: «Dios, muéstrame un milagro». Y un niño nació. Pero el hombre no sintió el latir de la vida. Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse: «Dios, tócame y déjame saber que estás aquí conmigo...» Y una mariposa se posó suavemente en su hombro. El hombre espantó la mariposa con la mano y, desilusionado, continuó su camino, triste, solo y con miedo”.

Nos pasamos la vida buscando al Señor, intentando encontrarlo en los grandes acontecimientos, y en las grandes cosas, y no nos damos cuenta que está muy cerca de nosotros, en cada rincón de nuestra vida.
“Es el Señor”, dice el discípulo amado cuando ven al resucitado. Simplemente porque su corazón así se lo decía. “Es el Señor”, es lo que nosotros debemos decir cuando sentimos que ese Cristo vivo se hace presente en la Eucaristía, en cada persona que necesita de nuestro amor, de nuestro cariño. “Es el Señor”, es la frase que debemos interiorizar en nuestro corazón cada vez que llenos de oscuridad encontramos una luz que nos guía y nos acompaña.
Descubramos al Señor en toda nuestra vida, en las cosas buenas y malas, y sobre todo hagamos que los demás lo descubran a través de nuestros pequeños gestos de amor.


FELIZ DOMINGO, FELIZ SEMANA, FELIZ ENCUENTRO CON EL RESUCITADO. QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 3 de abril de 2016

DOMINGO II DEL TIEMPO PASCUAL

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-- Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino el Señor. Y los otros discípulos le decían:
-- Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-- Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto el dedo en el agujero de los clavos, si no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo:
-- Paz a vosotros.
-- Luego dijo a Tomás:
-- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomas:
-- ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean si haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
HOMILÍA
Una madre llevó a su hijo de seis años a casa de un gran santo, y le suplicó:

- “Se lo ruego, Padre. Dígale a mi hijo que no coma más azúcar, es diabético y arriesga su vida haciéndolo. A mí ya no me hace caso y sufro por él. Sé que a usted le hará caso, porque lo admira.”

El santo reflexionó y dijo:

- “Lo siento señora. Ahora no puedo hacerlo. Traiga a su hijo dentro de quince días.”

Sorprendida la mujer le dio las gracias y le prometió que haría lo que le había pedido. Quince días después, volvió con su hijo. El santo miro al muchacho a los ojos y, con autoridad, le dijo:

- “Chico, deja de comer azúcar. Te estás haciendo daño.”

Agradecida, pero extrañada, la madre preguntó:

- “¿Por qué me pidió que lo trajera dos semanas después? Podría haberle dicho lo mismo el primer día.”

El santo respondió:

- “Hace quince días, yo comía azúcar.”
Continuamos celebrando la resurrección de Jesús, y hoy el Evangelio nos muestra la escena en la que Tomás no termina de creer que Cristo ha resucitado, y ante su increencia, Jesús sólo da como prueba sus manos traspasadas y su costado herido. No son ganas de ser macabro, sino de hacerle ver que todo lo que dijo, lo cumplió. Todo lo que nos dejó como enseñanza Él lo vivió primero.
Para ser testigos de la resurrección no se nos piden palabras, se nos piden unas manos dispuestas a vaciarse y un corazón dispuesto a entregarse. Ese es el verdadero testimonio de los cristianos para mostrar a este mundo que Jesús ha resucitado. Pero claro está, primero debemos nosotros vivirlo para poder mostrarlo a los demás.
Que la vida nueva de Cristo nos ayude a ser testigos de la resurrección mostrándole al mundo nuestras manos dispuestas a dar y nuestro corazón dispuesto a mar.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.