LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 51-62
Cuando se iba
cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a
Jerusalén. Y envío mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de
Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a
Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, le preguntaron.
-- Señor, ¿quieres
que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
El se volvió y les
regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:
-- Te seguiré adonde
vayas.
Jesús le respondió:
-- Las zorras tienen
madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar
la cabeza.
A otro le dijo:
-- Sígueme.
Él respondió:
-- Déjame primero ir
a enterrar a mi padre.
Le contestó:
-- Deja que los
muertos entierren a tus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo;
-- Te seguiré,
Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
Jesús le contestó:
-- El que echa mano
al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios.
HOMILÍA
Había una vez... otro rey. Este era el monarca de un pequeño
país: el principado de Uvilandia. Su reino estaba lleno de viñedos y todos sus
súbditos se dedicaban a la fabricación de vino. Con la exportación a otros
países, las 15.000 familias que habitaban Uvilandia ganaban suficiente dinero
como para vivir bastante bien, pagar los impuestos y darse algunos lujos.
Hacía ya varios años que el rey estudiaba las finanzas del
reino. El monarca era justo y comprensivo, y no le gustaba la sensación de
meterle la mano en los bolsillos a los habitantes de Uvilandia. Ponía gran
énfasis, entonces, en estudiar alguna posibilidad de rebajar los impuestos.
Hasta que un día tuvo la gran idea. El rey decidió abolir
los impuestos. Como única contribución para solventar los gastos del estado, el
rey pediría a cada uno de sus súbditos que una vez por año, en la época en que
se envasaran los vinos, se acercaran a los jardines del palacio con una jarra
de un litro del mejor de su cosecha. Lo vaciarían en un gran tonel que se
construiría para entonces, para ese fin y en esa fecha.
De la venta de esos 15.000 litros de vino se obtendría el
dinero necesario para el presupuesto de la corona, los gastos de salud y de educación
del pueblo. La noticia fue desparramada por el reino en bandos y pegada en
carteles en las principales calles de las ciudades. La alegría de la gente fue
indescriptible.
En todas las casas se alabó al rey y se cantaron canciones
en su honor. En cada taberna se levantaron las copas y se brindó por la salud y
la prolongada vida del buen rey.
Y llegó el día de la contribución. Toda esa semana en los
barrios y en los mercados, en las plazas y en las iglesias, los habitantes se
recordaban y recomendaban unos a otros no faltar a la cita. La conciencia
cívica era la justa retribución al gesto del soberano. Desde temprano,
empezaron a llegar de todo el reino las familias enteras de los viñateros con
su jarra, en la mano del jefe de familia. Uno por uno subía la larga escalera
hasta el tope del enorme tonel real, vaciaba su jarra y bajaba por otra
escalera al pie de la cual, el tesorero del reino colocaba en la solapa de cada
campesino, un escudo con el sello del rey.
A media tarde, cuando el último de los campesinos vació su
jarra, se supo que nadie había faltado. El enorme barril de 15.000 litros
estaba lleno. Del primero al último de los súbditos habían pasado a tiempo por
los jardines y vaciado sus jarras en el tonel.
El rey estaba orgulloso y satisfecho; y al caer el sol,
cuando el pueblo se reunió en la plaza frente al palacio, el monarca salió a su
balcón aclamado por su gente. Todos estaban felices. En una hermosa copa de
cristal, herencia de sus ancestros, el rey mandó a buscar una muestra del vino
recogido. Con la copa en camino, el soberano les habló y les dijo:
— Maravilloso pueblo de Uvilandia: tal como lo imaginé,todos
los habitantes del reino han estado hoy en el palacio. Quiero compartir con
vosotros la alegría de la corona, por confirmar que la lealtad del pueblo con
su rey, es igual que la lealtad del rey con su pueblo. Y no se me ocurre mejor
homenaje que brindar por vosotros con la primera copa de este vino, que será
sin dudas un néctar de dioses, la suma de las mejores uvas del mundo, elaboradas
por las mejores manos del mundo y regadas con el mayor bien del reino, el amor
del pueblo.
Todos lloraban y vitoreaban al rey. Uno de los sirvientes
acercó la copa al rey y éste la levantó para brindar por el pueblo que aplaudía
eufórico... pero la sorpresa detuvo su mano en el aire, el rey notó al levantar
el vaso que el líquido era transparente e incoloro; lentamente lo acercó a su
nariz, entrenada para oler los mejores vinos, y confirmó que no tenía olor
ninguno.
Catador como era, llevó la copa a su boca casi
automáticamente y bebió un sorbo.¡El vino no tenía gusto a vino, ni a ninguna
otra cosa...! El rey mandó a buscar una segunda copa del vino del tonel, y
luego otra y por último a tomar una muestra desde el borde superior. Pero no
hubo caso, todo era igual: inodoro, incoloro e insípido.
Fueron llamados con urgencia los alquimistas del reino para
analizar la composición del vino. La conclusión fue unánime: el tonel estaba
lleno de AGUA, purísima agua y cien por cien agua. Enseguida el monarca mandó
reunir a todos los sabios y magos del reino, para que buscaran con urgencia una
explicación para este misterio. ¿Qué conjuro, reacción química o hechizo había
sucedido para que esa mezcla de vinos se transformara en agua...? El más
anciano de sus ministros de gobierno se acercó y le dijo al oído:
— ¿Milagro? ¿Conjuro? ¿Alquimia? Nada de eso, muchacho, nada
de eso. Vuestros súbditos son humanos, majestad, eso es todo.
— No entiendo – dijo el rey.
— Tomemos por caso a Juan. Juan tiene un enorme viñedo que
abarca desde el monte hasta el río. Las uvas que cosecha son de las mejores
cepas del reino y su vino es el primero en venderse y al mejor precio. Esta
mañana, cuando se preparaba con su familia para bajar al pueblo, una idea le
pasó por la cabeza... ¿Y si yo pusiera agua en lugar de vino, quién podría
notar la diferencia...? Una sola jarra de agua en 15.000 litros de vino...
nadie notaría la diferencia... ¡Nadie!...Y nadie lo hubiera notado, salvo por
un detalle, muchacho, salvo por un detalle:¡TODOS PENSARON LO MISMO!.
A todos nos llama el Señor para la construcción del Reino, y
todo debemos dar lo mejor de nosotros mismos, lo que pasa es que muchas veces,
la comodidad y las distintas cosas que rodean nuestra vida, hacen que caigamos
en dejar que otros hagan el trabajo que debería hacer yo.
Y estamos muy equivocados, nadie puede hacer lo que nosotros
no hagamos, y es responsabilidad nuestra construir ese reino de verdad, de
amor, de libertad.
Seamos capaces de llenar nuestra jarra con el mejor de los
vinos, con el vino del amor, y respondamos a la llamada del Señor con la
alegría de saber que somos parte de esa gran obra que es hacer de nuestro mundo
un mundo mejor.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA