domingo, 25 de septiembre de 2016

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
-- Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas."
Pero Abraham le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abraham le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." Abraham le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."

HOMILIA
En víspera de Navidad, el director del hospital de niños de Managua, Fernando Silva se quedó trabajando en el hospital hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes de Navidad cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar la noche buena. Hizo un último recorrido por las salas del hospital; vio que todo quedaba en orden y decidió salir. A un cierto momento sintió que unos pasos lo seguían; eran unos pequeños pasos suaves, casi de algodón. Se volvió y descubrió que uno de los niños enfermos caminaba detrás de él, en la penumbra. Lo reconoció; era un niño que no tenía padres, ni parientes, ni amigos que los vinieran a visitar. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que casi pedían disculpas por existir. Se acercó y el niño le rozó con la mano y le susurró: "DÍGALE A ALGUIEN QUE YO ESTOY AQUÍ"
Vivimos en la sociedad de la comunicación, de la televisión, de internet. Nos enteramos de lo que pasa en el otro lado del mundo en un instante, y sin embargo pasan desapercibidas a nuestros ojos tantas cosas cercanas que asusta sólo con pensarlo.
Podemos ver como sufren personas en la India, y sin embargo no vemos a los que sufren más cerca de nosotros, quizá porque no son noticia, porque no salen en los telediarios o en twiter.
El Evangelio de hoy nos pone cara a cara con nuestra responsabilidad, nos pide que abramos los ojos a nuestro alrededor, y no a la pantalla, y que seamos capaces de descubrir a todos aquellos que necesitan de nosotros y que están a nuestro lado.
Hay mucha gente gritando lo mismo que decía el niño del hospital: “Estoy Aquí”, y esperan una respuesta de nosotros. Quizá no necesariamente económica, sino simplemente de amor, de compañía, de perdón. Está en nuestras manos dar respuesta a todos ellos, hagámoslo.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 18 de septiembre de 2016

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-- Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido. El administrador se puso a echar sus cálculos: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Éste respondió: Cien barriles de aceite. Él le dijo: Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes" Él contestó: Cien fanegas de trigo. Le dijo: Aquí está tu recibo, escribe ochenta. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
-- Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
HOMILIA
Si hubiera que tomarse el Evangelio de hoy al pie de la letra, yo está claro que diría, parad el mundo que me bajo. ¿Pero qué clase de mundo propone crear el Señor donde el más rico, el más ladrón, el que más engaña, es el más alabado?.
Y sin embargo sabemos que el Señor en toda su predicación quiere crear un mundo donde las injusticias se eliminen, donde los hombres se puedan mirar unos a otras con una mirada limpia de orgullo, de avaricia, de rencor, de envidia.
Y precisamente es esto último lo que el Señor nos propone, porque aunque el mundo se rija muchas veces por el valor del dinero, nosotros como cristianos no podemos dejar de pensar que para nosotros vale mucho más tanto Dios como las personas, y es ahí donde debemos esforzarnos en ser de fiar.
Cuentan que un maestro había llegado a las afueras de la aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche. De pronto llegó corriendo donde él un habitante de la aldea y le dijo:

-“La piedra, la piedra, dame la piedra preciosa”.

- ¿Qué piedra? - preguntó el maestro

- La otra noche se me apareció en sueños un ángel - dijo el aldeano - y me aseguró que si venía al anochecer a las afueras de la ciudad, encontraría un maestro que me daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre.

El maestro rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra.

- Probablemente se refería a ésta - dijo, mientras entregaba la piedra al aldeano –. La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Por supuesto que puedes quedarte con ella.

El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un diamante! Tal vez el mayor diamante del mundo, pues era tan grande como la mano de un hombre.

Tomó el diamante y se marchó. Pasó la noche dando vueltas en la cama, totalmente incapaz de dormir. Al día siguiente, al amanecer, fue a despertar al maestro y le dijo:

- Toma el diamante, no lo quiero. Lo que de verdad quiero es la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante.
Así es como nosotros debemos tomarnos el Evangelio y nuestra vida. Apreciando las cosas en su justo de valor, y sobre todo valorando por encima de todo lo que de verdad nos da la vida, nos da la alegría y nos da la felicidad. Seamos capaces de desprendernos de todo aquello que no necesitamos, pero sobre todo, seamos capaces de luchar por lo que de verdad merece la pena, por Dios y por nuestros hermanos.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 11 de septiembre de 2016

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 15, 1-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
-- Ése acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
-- Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido" Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.
También les dijo:
-- Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestido; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."

HOMILÍA
Cierto día leí en algún sitio que el corazón de Dios y el de los hombres están unidos por un hilo. Cada vez que cometemos algún pecado ese hilo se rompe y la comunicación entre Dios y nosotros se interrumpe, pero en cuanto nos arrepentimos Dios lo une de nuevo haciendo un nudo. Con eso consigue dos cosas: mantenerse unidos a nosotros y la segunda y más importante, consigue que la distancia entre nuestros corazones se acorte ya que con el nudo el hilo se hace cada vez más corto.
Precisamente esa es la enseñanza que hoy nos muestra Jesús con las tres parábolas que nos ha contado en el Evangelio. No importa dónde nos vayamos o lo que hagamos, Dios siempre está dispuesto a acogernos.
Una persona que no sea creyente tendrá siempre motivos para ser feliz y tener ilusión en la vida. Lo que precisamente nos diferencia de ellos es que nosotros tenemos una razón por nuestra fe que ellos nunca tendrán: saber que seamos como seamos Alguien no nos va a dar nunca por perdidos. Que a Alguien le duelen, le interesan y se preocupa siempre de  nuestras cosas. Por eso no tenemos razones para la desesperanza,  y siempre nos sobrarán motivos para mirar la vida con ilusión.
Confiemos en el Dios que nos ama, por encima de lo que hacemos o de lo que somos, porque para Él siempre seremos un motivo para alegrarse cada vez que volvemos a los brazos del Padre.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 4 de septiembre de 2016

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 14, 25-33
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo:
--Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

HOMILIA
Si el Señor se hubiera dedicado a la política, habría perdido todas las elecciones a las que se hubiera presentado. Porque su programa político no va de promesas absurdas ni de quedar bien con la gente.
Para muestra el Evangelio de hoy. Con tales exigencias, quién iba a querer seguirlo.
Pero ¿de verdad el Señor quiere que nos olvidemos de nuestros seres queridos para seguirlo?. Yo creo que no. De hecho el hacerlo iría en contra del mandamiento principal que Él mismo nos dejó: “amaos unos a otros como yo os he amado”. ¿Entonces en qué quedamos?.
Un poderoso sultán viajaba por el desierto seguido de una larga comitiva que transportaba su tesoro favorito de oro y piedras preciosas.
A mitad del camino, un camello de la caravana, agotado por el ardiente reverbero de la arena se desplomó agonizante y no se volvió a levantar. El cofre que transportaba rodó por la falda de la duna, reventó y derramó todo su contenido de perlas y piedras preciosas entre la arena.
El sultán no quería aflojar la marcha; tampoco tenía otros cofres de repuesto y los camellos iban con más carga de la que podían soportar. Con un gesto, entre molesto y generoso, invitó a sus pajes y escuderos a recoger las piedras preciosas que pudieran y a quedarse con ellas.
Mientras lo jóvenes se lanzaban con avaricia sobre el rico botín y escarbaban afanosamente en la arena, el sultán continuó su viaje por el desierto. Se dio cuenta de que alguien seguía caminando detrás de él. Se volvió y vio que era uno de sus pajes que lo seguía, sudoroso y jadeante.
- ¿Y tú – le preguntó el sultán – no te has detenido como los demás a recoger el tesoro?
El joven respondió con dignidad y orgullo:
- No, ¡yo sigo a mi Rey!
Muchas veces nos creemos que ser cristianos es ir los domingos a misa, es rezar de vez en cuando, y acordarte del Señor cuando lo necesitas. Y nada más lejos de la realidad. Ser cristiano, es algo nada fácil de conseguir, es superar muchas dificultades, y sobre todo es anteponer el bien del otro antes que el mío, es anteponer a Dios a todo.
Por eso el Señor nos recuerda que si hemos decidido seguirlo debemos aceptar no sólo las cosas buenas que tiene ser cristiano, ni sólo lo que nos conviene. Debemos aceptar el mensaje completo, aunque nos cueste, aunque no sea fácil, aunque debamos renunciar a mucho por seguirlo.
Que el Señor nos ayude a optar por completo por seguirle, porque, y en eso radica la grandeza de ser cristiano, esa es la única forma de sentirnos plenamente realizados y plenamente felices.

QUE DIOS OS BENDIGA.