LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
-- Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y
banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado
en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de
la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham.
Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio
de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su
seno, y gritó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje
en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas
llamas."
Pero Abraham le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste
tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo,
mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo
inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros,
ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego,
entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco
hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este
lugar de tormento." Abraham le dice: "Tienen a Moisés y a los
profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abraham.
Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." Abraham le dijo: "Si
no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un
muerto."
HOMILIA
En
víspera de Navidad, el director del hospital de niños de Managua, Fernando
Silva se quedó trabajando en el hospital hasta muy tarde. Ya estaban sonando
los cohetes de Navidad cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo
esperaban para festejar la noche buena. Hizo un último recorrido por las salas
del hospital; vio que todo quedaba en orden y decidió salir. A un cierto
momento sintió que unos pasos lo seguían; eran unos pequeños pasos suaves, casi
de algodón. Se volvió y descubrió que uno de los niños enfermos caminaba detrás
de él, en la penumbra. Lo reconoció; era un niño que no tenía padres, ni
parientes, ni amigos que los vinieran a visitar. Fernando reconoció su cara ya
marcada por la muerte y esos ojos que casi pedían disculpas por existir. Se
acercó y el niño le rozó con la mano y le susurró: "DÍGALE A ALGUIEN QUE
YO ESTOY AQUÍ"
Vivimos
en la sociedad de la comunicación, de la televisión, de internet. Nos enteramos
de lo que pasa en el otro lado del mundo en un instante, y sin embargo pasan
desapercibidas a nuestros ojos tantas cosas cercanas que asusta sólo con
pensarlo.
Podemos
ver como sufren personas en la India, y sin embargo no vemos a los que sufren
más cerca de nosotros, quizá porque no son noticia, porque no salen en los
telediarios o en twiter.
El
Evangelio de hoy nos pone cara a cara con nuestra responsabilidad, nos pide que
abramos los ojos a nuestro alrededor, y no a la pantalla, y que seamos capaces
de descubrir a todos aquellos que necesitan de nosotros y que están a nuestro
lado.
Hay
mucha gente gritando lo mismo que decía el niño del hospital: “Estoy Aquí”, y
esperan una respuesta de nosotros. Quizá no necesariamente económica, sino simplemente
de amor, de compañía, de perdón. Está en nuestras manos dar respuesta a todos
ellos, hagámoslo.
FELIZ
DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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