LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 14, 25-33
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se
volvió y les dijo:
--Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su
madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso
a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mi no
puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una
torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para
terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a
burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y
no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro
rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al
paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía
lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que
no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
HOMILIA
Si el Señor se hubiera dedicado a la política, habría
perdido todas las elecciones a las que se hubiera presentado. Porque su
programa político no va de promesas absurdas ni de quedar bien con la gente.
Para muestra el Evangelio de hoy. Con tales exigencias,
quién iba a querer seguirlo.
Pero ¿de verdad el Señor quiere que nos olvidemos de
nuestros seres queridos para seguirlo?. Yo creo que no. De hecho el hacerlo
iría en contra del mandamiento principal que Él mismo nos dejó: “amaos unos a
otros como yo os he amado”. ¿Entonces en qué quedamos?.
Un poderoso sultán viajaba por el desierto seguido de una
larga comitiva que transportaba su tesoro favorito de oro y piedras preciosas.
A mitad del camino, un camello de la caravana, agotado por
el ardiente reverbero de la arena se desplomó agonizante y no se volvió a
levantar. El cofre que transportaba rodó por la falda de la duna, reventó y
derramó todo su contenido de perlas y piedras preciosas entre la arena.
El sultán no quería aflojar la marcha; tampoco tenía otros
cofres de repuesto y los camellos iban con más carga de la que podían soportar.
Con un gesto, entre molesto y generoso, invitó a sus pajes y escuderos a
recoger las piedras preciosas que pudieran y a quedarse con ellas.
Mientras lo jóvenes se lanzaban con avaricia sobre el rico
botín y escarbaban afanosamente en la arena, el sultán continuó su viaje por el
desierto. Se dio cuenta de que alguien seguía caminando detrás de él. Se volvió
y vio que era uno de sus pajes que lo seguía, sudoroso y jadeante.
- ¿Y tú – le preguntó el sultán – no te has detenido como
los demás a recoger el tesoro?
El joven respondió con dignidad y orgullo:
- No, ¡yo sigo a mi Rey!
Muchas veces nos creemos que ser cristianos es ir los
domingos a misa, es rezar de vez en cuando, y acordarte del Señor cuando lo
necesitas. Y nada más lejos de la realidad. Ser cristiano, es algo nada fácil
de conseguir, es superar muchas dificultades, y sobre todo es anteponer el bien
del otro antes que el mío, es anteponer a Dios a todo.
Por eso el Señor nos recuerda que si hemos decidido seguirlo
debemos aceptar no sólo las cosas buenas que tiene ser cristiano, ni sólo lo
que nos conviene. Debemos aceptar el mensaje completo, aunque nos cueste, aunque
no sea fácil, aunque debamos renunciar a mucho por seguirlo.
Que el Señor nos ayude a optar por completo por seguirle,
porque, y en eso radica la grandeza de ser cristiano, esa es la única forma de
sentirnos plenamente realizados y plenamente felices.
QUE DIOS OS BENDIGA.
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