LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 25, 1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-- El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:
--¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:
--Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.
Pero las sensatas contestaron:
-- Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
--Señor, señor, ábrenos. Pero él respondió:
--Os lo aseguro: no os conozco.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.
HOMILÍA
Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había
dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza
principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa
linda una pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de
lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y
domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado
hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes
para que los chicos gastaran allí los Euros que sus padres les habían
regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajos extras.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los
colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran
bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos,
vistosos o raros, todos los globos eran
originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas
que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la
gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de
sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo
comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había
en la plaza. El cielo estaba claro, y el sol radiante de la mañana iluminaba
aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente
hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora.
El primer niño gritó: -¡Mira mamá un globo! Inmediatamente
fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más
cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro
color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo
dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel
sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su
subida al cielo. Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los
mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla
de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá le
comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al
gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le
valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos. Porque realmente
tenía globos de todas formas,
tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban
con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el
suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con
tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado
de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole
le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a
tomarlo.
-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo
tomara.
Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes,
hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba
ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo
que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:
-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto
como los otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro,
que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le
decía:-Haz tu mismo la prueba. Suéltalo y verás como también tu globo sube
igual que todos los demás. Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que
había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba
velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear,
a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada,
le dijo con cariño:
-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino
lo que tiene dentro.
Lo que hace arder nuestras lámparas, no es si somos más listos, más altos, más guapos, o más piadosos. Lo que hace arder nuestra lámpara es lo que llevamos dentro. Lo que somos capaces de hacer por los demás, lo que somos capaces de dar a los que se acercan a nosotros.
Dentro de nosotros está la capacidad para hacer que cuando Jesús venga, encuentre nuestras lámparas encendidas y ardiendo. Solo tenemos que darnos cuenta, y comenzar a llenar nuestras lámparas del mejor aceite posible, llenarlas de amor por los demás.
Que nunca se nos apaguen nuestras lámparas, eso será señal de que vivimos como auténticos cristianos, de que nos hemos dado cuenta de que cuanto más demos de lo que llevamos dentro, más será lo que recibamos.
Hoy celebramos el día de la Iglesia Diocesana, donde se nos recuerda que es necesario que todas nuestras lámparas alumbren allí donde vivimos, que colaboremos con nuestra parroquia pero sobre todo que seamos Iglesia viva, porque esa es nuestra forma de decirle al mundo que la luz de Cristo es la que brilla entre nosotros.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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