LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 51-58
En aquel tiempo,
dijo Jesús a los judíos:
-- Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el
pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban los
judíos entre sí:
-- ¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les
dijo:
-- Os aseguro que si
no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en
él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el
que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el
de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá
para siempre.
HOMILÍA
En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa
al ver que había llamado a su puerta un extraño, correctamente vestido, que le
pedía algo de comer.
“Lo siento”, dijo ella, “pero ahora mismo no tengo nada en
casa”.
“No se preocupe”, dijo amablemente el extraño. ”Tengo una
piedra de sopa en mi cartera; si usted me permitiera echarla en un puchero de
agua hirviendo, yo haría la más exquisita sopa del mundo. Un puchero muy
grande, por favor.
A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y
fue a contar el secreto de la piedra de sopa a sus vecinas. Cuando el agua
rompió a hervir, todo el vecindario se había reunido allí para ver a aquel
extraño y su piedra de sopa.
El extraño dejó caer la piedra en el agua, luego probó una
cucharada con verdadera delectación y exclamó:
“¡Deliciosa! Lo único que necesita es unas cuantas patatas.”
“¡Yo tengo patatas en mi cocina!”, gritó una mujer. Y en
pocos minutos estaba de regreso con una gran fuente de patatas peladas que
fueron derechas al puchero.
El extraño volvió a probar el brebaje.
“¡Excelente!, dijo; y añadió pensativamente:
“¡Si tuviéramos un poco de carne, haríamos un cocido de lo
más apetitoso....!”
Otra ama de casa salió zumbando y regresó con un pedazo de
carne que el extraño, tras aceptarlo cortésmente, introdujo en el puchero.
Cuando volvió a probar el caldo, puso los ojos en blanco y
dijo:
“¡Ah, que sabroso! Si tuviéramos unas cuantas verduras,
sería perfecto, absolutamente perfecto...”
Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con
una cesta llenan de cebollas y zanahorias. Después de introducir las verduras
en el puchero, el extraño probó nuevamente el guiso y, con tono autoritario,
dijo:
“La sal”.
”Aquí la tiene”, le dijo la dueña de la casa.
A continuación dio orden:
“Platos para todo el mundo”.
La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de platos.
Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas. Luego se sentaron a disfrutar
de la espléndida comida, mientras el extraño repartía abundantes raciones de su
increíble sopa.
Todos se sentían extrañamente felices y mientras reían,
charlaban y compartían por primera vez su comida. En medio del alborozo, el
extraño se escabulló silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de
sopa, que ellos podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa
del mundo.
Hoy celebramos el domingo del Corpus. La Iglesia pone un día
especial para recordarnos que Cristo nos dejó su Cuerpo y su Sangre, no para
que creáramos tradiciones, sino para que lo viviésemos. La Eucaristía es
nuestra piedra de sopa, sólo poniendo cada uno de nosotros parte de nuestra
vida en ella, será como tenga sentido.
El Señor nos dejó el mandato de “haced esto en conmemoración
mía”, sólo cuando cumplimos ese mandato en comunidad, poniendo nuestro corazón
en la Eucaristía, sólo entonces estamos cumpliendo su mandato.
Disfrutemos de este día, en el que el amor es el principal
protagonista. Y amar no es otra cosa que dar lo que tengo, que poner mi corazón
en las manos del Señor para que él haga la sopa más rica, porque en esa sopa
está los corazones de todos.
FELIZ DOMINGO DEL CORPUS Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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