domingo, 27 de diciembre de 2020

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor"), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

-- Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:

-- Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

 

HOMILIA

Una joven pareja entró en el mejor comercio de juguetes de la ciudad. Ambos se entretuvieron mirando los juguetes alineados en las estanterías. Había de todo tipo. No llegaban a decidirse. Se les acercó una dependienta muy simpática.

- "Mira", le explicó la mujer. "Tenemos una niña muy pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces, hasta de noche."

- "Es una cría que apenas sonríe", continuó el hombre. "Quisiéramos comprarle algo que la hiciera feliz, algo que le diera alegría aún cuando estuviera sola"

- "Lo siento", sonrió la dependienta con gentileza. "Pero aquí no vendemos padres."

Celebramos hoy el día de la Sagrada Familia. Recordamos con cariño, aquel pequeño hogar de Nazaret donde Jesús pasó 30 años, acompañado de María y José, pero sobre todo hoy recordamos que lo que los mantenía unidos no era un contrato, sino un vínculo mucho más fuerte: el amor.

Hoy en día nos preocupamos tanto de nosotros mismos, de nuestros gustos, de ser felices, que se nos olvida que la auténtica felicidad está en amar y en hacer felices a los que están más cerca de nosotros, a nuestra familia.

Y para hacerlos felices no hace falta dinero, no hace falta tener muchas cosas. Lo único necesario es quererlos y sentirse querido.

Por eso, en estas fechas en los que los regalos llenan las casas, regalemos lo más precioso que tenemos a nuestra familia, nuestro amor, nuestro tiempo, a nosotros mismos, seguro que así, nosotros encontraremos ese amor y sobre todo la gran alegría que procede del corazón de Dios.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS BENDIGA A TODAS LAS FAMILIAS.

viernes, 25 de diciembre de 2020

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:

-- Este es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

HOMILÍA

Carta de Jesús para ti:

Como sabes, hoy es mi cumpleaños. Todos los  años se hace una gran fiesta en mi honor y creo que en este año sucederá lo mismo. En estos días la gente hace muchas compras, hay anuncios en la radio, en la televisión y, en todas partes, no se habla de otra.

 La verdad, es agradable saber que, al menos un día del año, algunas personas piensan un poco en mi. Como tú sabes, hace muchos años empezaron a festejar mi cumpleaños. Al principio parecían comprender y agradecer lo mucho que hice por ellos, pero hoy en día nadie  sabe para qué lo celebran. La gente se reúne y se divierte mucho, pero no sabe de qué se trata. Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta en mi honor. Había cosas muy deliciosas en la mesa, todo estaba decorado y recuerdo también que había muchos regalos; pero.... ¿Sabes una cosa? Ni siquiera me invitaron. Yo era el invitado de honor y ni  siquiera se acordaron de invitarme. La fiesta era para mí y cuando llegó el gran  día me dejaron afuera, me cerraron la puerta... y yo quería compartir la mesa con ellos.  La verdad no me sorprendí, porque en los últimos años todos me cierran  la  puerta. Y, como no me invitaron, se me ocurrió estar sin hacer ruido. Entré  y me quedé en el rincón. Estaban todos bebiendo, había algunos ebrios contando chistes, carcajeándose. La estaban pasando en grande. Para colmo, llegó un viejo gordo vestido de rojo, de barba blanca y gritando ¡jo-jo-jo-jo!. Parecía que había bebido de más. Se dejó caer pesadamente en  un sillón y todos los niños corrieron hacia él, diciendo: ¡Papa Noël, Papá Noël!". ¡Como si la fiesta fuese en su honor! Llegaron las doce de  la noche y todos comenzaron a abrazarse; yo extendí mis brazos esperando  que alguien me abrazara y, ¿sabes?, nadie me abrazó... De repente todos empezaron a repartirse los regalos, uno a uno los fueron abriendo, hasta que  se abrieron todos. Me acerqué para ver si de casualidad había alguno  para  mí. ¿Qué sentirías si el día de tu cumpleaños se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada?. Comprendí entonces que yo sobraba en esa  fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré. Cada año que pasa es peor, la gente sólo se acuerda de la cena, de los regalos y de las fiestas, y de mi nadie se acuerda.  Quisiera que esta Navidad me permitieras entrar en tu vida, quisiera que  reconocieras que hace casi dos mil años vine a este mundo para dar mi vida  por ti en la cruz y de esa forma poder salvarte. Hoy sólo quiero que tú reconozcas esto con todo tu corazón.

Voy a contarte algo, he pensado que como muchos no me invitaron a su fiesta, voy a hacer la mía propia, una fiesta grandiosa como la que  jamás nadie se imaginó, una fiesta espectacular. Todavía estoy haciendo los últimos arreglos, por lo que este año estoy  enviando muchas invitaciones y en este día, hay una invitación para ti,  sólo quiero que me digas si quieres asistir, te reservaré un lugar, y escribiré tu nombre con letras de oro en mi gran libro de invitados. En esta fiesta sólo habrá invitados con previa reserva, y se tendrán que quedar afuera aquellos que no contesten mi  invitación.  Prepárate porque cuando todo esté listo, daré la gran fiesta. Hasta pronto...TU AMIGO, JESÚS.

FELIZ NAVIDAD A TODOS, Y QUE EL NIÑO QUE NACE NOS HAGA A NOSOTROS NACER A UNA VIDA LLENA DE AMOR.

domingo, 20 de diciembre de 2020

DOMINGO CUARTO DEL TIEMPO DE ADVIENTO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26- 38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:

-- Alégrate, llena de gracias, el Señor está contigo.

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:

-- No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Y María dijo al ángel:

-- ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?

El ángel le contestó:

-- El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.

María contestó:

-- Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y la dejó el ángel.

HOMILÍA

Cuentan que una vez tres árboles jóvenes estaban conversando sobre lo que querían ser cuando fueran grandes. El primero decía: «A mi me gustaría ser utilizado en la construcción de un gran Palacio para servir de techo a Reyes y Príncipes». El segundo dijo: «A mi me gustaría ser el mástil mayor de un hermoso barco que surque los mares llevando riquezas, alimentos, personas y noticias de un lado a otro de los océanos». El tercero, por su parte, dijo: «A mi me gustaría ser utilizado para construir un gran monumento de esos que se colocan en medio de las plazas o avenidas y que cuando la gente me vea, admire a Dios por su grandeza».

Pasaron los años, los árboles crecieron y llegó el tiempo del hacha y la sierra. Cada uno de los tres árboles fue a dar a distintos sitios: El primero fue utilizado para construir la casita de un campesino pobre que con el tiempo fue destruida y abandonada. Con los restos se levantó un pequeño establo para que los animales se protegieran del frío y de la noche... El segundo fue utilizado para la construcción de la barca de un pobre pescador que se pasaba la mayor parte del tiempo amarrada a la orilla de un lago... El tercero fue utilizado para la construcción de una cruz, donde fueron ajusticiados varios hombres...

No era lo que esperaban, pero si era lo que Dios necesitaba de ellos. Lo mismo que la Virgen, “ella se extrañó ante estas palabras y se preguntaba que saludo era aquel”, nos dice San Lucas. María no había ni imaginado lo que Dios tenía reservado para ella, y sin embargo su respuesta fue de total disponibilidad.

Al igual con nosotros, Nuestras expectativas y deseos, muchas veces no se cumplen, pero debemos pensar que lo que nos ocurre tiene su razón, y sobre todo, que allí donde estemos podemos servirle, y mucho, a Dios.

No es cuestión de quejarnos porque nuestros planes no han salido, es cuestión de alegrarnos, porque en cada momento, en cada situación Dios se sirve de nosotros, de nuestras vidas para seguir construyendo su gran obra de la salvación.

Tengamos la disponibilidad de María, y allí donde la vida y Dios nos hayan llevado digámosle, “aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 13 de diciembre de 2020

DOMINGO TERCERO DEL TIEMPO DE ADVIENTO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1, 6-8. 19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venia como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:

-- ¿Tú quién eres?

El confesó sin reservas:

-- Yo no soy el Mesías.

Le preguntaron:

-- Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?

El dijo:

-- No lo soy.

--¿Eres tú el Profeta?

Respondió:

-- No.

Y le dijeron:

-- ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?

Contestó:

-- Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor" (como dijo el Profeta Isaías).

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:

-- Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?

Juan les respondió:

-- Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

 

HOMILÍA

Un niño quería conocer a Dios. Sabía que tendría que hacer un largo viaje para llegar hasta donde Dios vive, así que preparó su maleta con pastelitos de chocolate, refrescos y emprendió el viaje. 

Cuando había caminado unos minutos, se encontró con una mujer anciana que estaba sentada en el parque, contemplando en silencio algunas palomas que picoteaban las migajas de pan que ella les traía todas las tardes.

El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber uno de sus refrescos cuando notó que la anciana parecía algo hambrienta, así que le ofreció uno de sus pastelitos. 

Ella agradecida aceptó con una dulce sonrisa, el niño le ofreció también uno de sus refrescos. De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado y feliz con su nueva compañera! Tanto, que se quedó toda la tarde junto a ella comiendo y sonriendo, aunque ninguno de los dos dijo palabra alguna.

Mientras oscurecía, el niño se sintió cansado y decidió regresar a su casa, después de haber dado algunos pasos, se detuvo, se dio la vuelta y corrió hacia la anciana, dándole un beso y un fuerte abrazo. Ella a cambió le regalo la más grande y hermosa sonrisa.

Cuando el niño llegó a su casa, su madre se quedó sorprendida al ver la cara de felicidad del niño y le preguntó: Hijo ¿qué ha pasado hoy que estás tan feliz? 

El niño con toda naturalidad le contestó: Es que hoy merendé con Dios. Y antes de que su madre contestara, añadió: Y ¿sabes qué? ¡Dios tiene la sonrisa más hermosa que he visto en mi vida!" 

Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo, también vio una gran felicidad y paz en su rostro y le preguntó: Mamá ¿qué ha pasado hoy que estás tan feliz? La anciana reposadamente le contestó: Estuve en el parque, merendando con Dios. Y antes de que su hijo respondiera, añadió: Y ¿sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba! 

En este tercer domingo de Adviento, la Iglesia nos presenta la figura de Juan como el testigo de la luz. Es verdad que él no hizo milagros, que él no se presentaba como el Mesías, no pretendía serlo, porque no era ese su cometido. Él era el que lo presentaba, el que lo anunciaba.

También a nosotros se nos presenta la ocasión de ser testigos. Está claro que ninguno de nosotros está a la altura, que no podemos pasar por Mesías ni parecernos a Jesucristo, pero sí que está en nuestras manos hacer presente a Dios, ser testigos de la luz, porque para eso sólo nos hace falta abrir nuestro corazón a todo aquel que se nos acerque.

No importa la edad, o las fuerzas que tengamos, siempre, con gestos insignificantes como una sonrisa, o compartir lo que tengamos, podemos ser testigos de la luz.

Que nunca nos cansemos, porque nunca sabemos dónde Dios quiere hacerse presente por medio de nosotros.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA

martes, 8 de diciembre de 2020

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26- 38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:

-- Alégrate, llena de gracias, el Señor está contigo.

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:

-- No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Y María dijo al ángel:

-- ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?

El ángel le contestó:

-- El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.

María contestó:

-- Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y la dejó el ángel.

HOMILÍA

Había una vez un gusano que se había enamorado de una flor.

Era por supuesto, un amor imposible, pero el animalito no quería seducirla ni hacerla su pareja. Ni siquiera quería hablarle de amor. Él solamente soñaba con llegar hasta ella, y darle un beso. Un solo beso.

Cada día, y cada tarde, el gusano miraba a su amada, cada vez más alta, cada vez más lejos. Cada noche soñaba que, finalmente, llegaba a ella y la besaba.

Un día, el animalito decidió que no podía seguir soñando cada noche con la flor y no hacer nada para cumplir su sueño. Así que, valientemente, avisó a sus amigos, los escarabajos, las hormigas y las lombrices, que treparía por el tallo para besar a la flor.

Todos coincidieron en que estaba loco, y la mayoría intentó disuadirlo, pero no hizo caso. El gusano llegó arrastrándose hasta la base del tallo y comenzó la escalada.

Trepó toda la mañana y toda la tarde, pero cuando el sol se ocultó, sus músculos estaban exhaustos.

- "Pasaré la noche agarrado del tallo, y mañana seguiré subiendo. Estoy más cerca que ayer", pensó, aunque sólo había avanzado diez centímetros y la flor estaba a más de un metro y medio de altura.

Sin embargo, lo peor fue que, mientras el gusano dormía, su cuerpo viscoso y húmedo resbaló por el tallo, y por la mañana el gusano amaneció donde había comenzado un día antes.

Miró hacia arriba y pensó que debía redoblar los esfuerzos durante el día y aferrarse mejor durante la noche. De nada sirvieron las buenas intenciones. Cada día, el gusano trepaba, y cada noche, resbalaba otra vez hasta el piso. Sin embargo, cada noche, mientras descendía sin saberlo, seguía soñando con un beso deseado.

Sus amigos le pidieron que renunciara a su sueño, o que soñara otra cosa, pero el gusano sostuvo, con razón, que no podía cambiar lo que soñaba cuando dormía, y que si renunciaba a sus sueños, dejaría de ser quien era.

Todo siguió igual durante días, hasta que una noche que el gusano soñó tan intensamente con su flor, que sus sueños se transformaron en alas... y a la mañana el gusano despertó mariposa, desplegó las alas, voló a la flor... y la besó.

Hoy día de la Inmaculada Concepción de María, el Señor nos regala lo más bello, el ejemplo de su madre. Nos da la posibilidad de seguir creciendo en nuestra vida de cristianos y parecernos cada vez más a María, porque lo que a ella la hace grande no es ser la madre del Señor, sino sentirse amada por él y sobre todo saber trasformar su vida a ejemplo de ese amor.

Hoy María, quiere acompañarnos en nuestro caminar, para que también nosotros seamos capaces de sentir el amor inmenso del Padre. Amor que nos envía, como a María, a llevar al mundo al Salvador.

Que nunca nos cansemos de amarle, porque sólo así podremos mostrar al mundo, que el amor es el único que transforma la vida de los que nos dejamos amar por Él.

FELIZ DÍA DE LA INMACULADA Y QUE MARÍA OS BENDIGA A TODOS.

domingo, 6 de diciembre de 2020

DOMINGO SEGUNDO DEL TIEMPO DE ADVIENTO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 1-8 

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. 

Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos." Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: "Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo." 


HOMILÍA

Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos. Así comienza el Evangelio de Marcos. Pero ¿Adónde va ese camino?, ¿cómo le preparamos los senderos al Señor? La respuesta es bastante fácil, de decir, claro está, porque llevarla a la práctica nos cuesta más trabajo: la única manera de hacerlo es implantar en este mundo el Reino de los cielos. Hacer de nuestro mundo un trocito de cielo ya en esta tierra. Pero claro, ¿cómo es el cielo?.

Cierto día, un gran sabio le pidió a Dios que le permitiera ver como era el Cielo y el Infierno para compartir su experiencia con los demás hombres.

Dios decidió mostrarle primero el infierno. Era una gran mansión, cuya única habitación era un largo e infinito comedor. El comedor era tan amplio como un gran río y al frente de cada comensal estaban servidos los mejores y más variados platos y manjares existentes. El sabio observó detenidamente sus caras y notó que estaban enfermos, y que tenían hambre ya que sus cubiertos eran tan largos como remos, y por más que intentaran estirar sus brazos no alcanzaban a alimentarse.

El sabio simplemente observó detenidamente y en silencio. Imaginaba que el cielo sería totalmente diferente.

Después de observar unos segundos más, Dios decidió mostrarle al sabio el Cielo.

Cual sería el asombro de ver la misma mansión, y entrar en ella. La única habitación era un gran comedor con las mismas dimensiones y características del infierno. Estaba servida con los mismos manjares ostentosos…

Observó que los comensales, a pesar de tener cucharas tan largas como remos se veían saludables, llenos de vigor y felices.. Él sabio se preguntó a sí mismo: ¿Pero cómo están tan felices si ellos por si mismos no pueden alimentarse?.

Y observó que cada comensal alimentaba al que estaba en frente.

Esa tiene que ser nuestra tarea para preparar el camino al Señor, una tarea que sí que podemos realizar. ¿O no es verdad que podemos mirar al que tenemos al lado y ayudarle cuando nos necesite?, ¿no es verdad que podemos estar atentos cuando nuestro hermano sufre y ser capaz de paliar su sufrimiento en lo que nos sea posible?.

Eso significa preparar el camino al Señor, esa es la manera de hacer de este mundo un pedacito de cielo, esa es la única manera de vivir el adviento y nuestra vida cristiana. Hagamos realidad ya entre nosotros lo que un día disfrutaremos para siempre.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.


domingo, 29 de noviembre de 2020

DOMINGO PRIMERO DEL TIEMPO DE ADVIENTO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-- Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!

HOMILÍA

Era un pequeño y antiguo pueblecito, presidido por un castillo aún más viejo, que estaban situados en la frontera de un país lejano, al lado de un gran desierto. Tanto el pueblo como el castillo eran muy aburridos, porque raramente pasaba alguien cerca de ellos. Alguna vez se detenían a pernoctar extrañas caravanas o caminantes solitarios, pero, en cuanto se alimentaban y descansaban, volvían a irse, dejando a los habitantes del pueblecito y del castillo con su diario aburrimiento.

Y así hasta que un día llegó un mensaje del rey de la nación informando de que, en la corte, se habían recibido noticias de que Dios en persona iba a venir a su país, si bien aún no se sabía qué ciudades y zonas visitaría. Pero era probable o, al menos, posible que pasara por nuestro

pueblecito. Por lo cual, por si acaso, el pueblo y el castillo debían prepararse para recibirle tal y como Dios se merecía.

Esto trastornó de entusiasmo a las autoridades, que mandaron reparar las calles, limpiar las fachadas, construir arcos triunfales, llenar de colgaduras los balcones. Y, sobre todo, nombraron centinela al más noble habitante de la aldea. Este centinela tendría la obligación de irse a vivir a la torre más alta del castillo y desde allí avizorar constantemente el horizonte, para dar lo antes posible la noticia de la llegada de Dios.

El centinela recibió el encargo con orgullo: jamás en su vida había hecho algo tan importante. Y se dispuso a permanecer firme en la torre con los ojos abiertos como platos. "¿Cómo será Dios?", se preguntaba a sí mismo. "¿Y cómo vendrá? ¿Tal vez con un gran ejército? ¿Quizá con una corte de carros majestuosos?" En este caso, se decía, será fácil adivinar su llegada cuando aún esté lejos.

Y durante las veinticuatro horas del día y de la noche no pensaba en otra cosa y permanecía en pie y con los ojos abiertos. Pero, cuando hubieron pasado así algunos días y noches, el sueño comenzó a rendirle y pensó que tampoco pasaría nada si daba unas cabezadas, ya que Dios vendría precedido por sones de trompetas, que, en todo caso, le despertarían.

Y pasaron no sólo los días, sino también las semanas, y la gente del pequeño pueblo regresó a su vida de cada día y comenzó a olvidarse de la venida de Dios. Y hasta el propio centinela dormía ya tranquilo las noches enteras y él mismo se dedicaba a pensar en otras cosas, porque ya no era capaz de concentrarse sólo en aquella espera.

Y pasaron no sólo las semanas, sino también los meses e incluso los años y ya nadie en el pueblo se acordaba de aquel anuncio para nada. Incluso un año de gran hambre, la población fue desfilando, uno tras otro, hacia tierras más prósperas. Y se quedó solo el centinela, aún subido en su torre, esperando, aunque ya con una muy débil esperanza. Y pasaban ejércitos y caravanas que, por unos momentos, encendían sus sueños, pero ninguno era el ejército o la caravana del Dios anunciado.

Y el centinela comenzó a pensar: "¿Para qué va a venir Dios? Si este pueblo nunca tuvo interés alguno, y ahora, vacío, mucho menos. Y si viniera al país, ¿por qué iba a detenerse precisamente en este castillo tan insignificante?" Pero, como a él le habían dado esa orden y como esa orden le había levantado la esperanza, su decisión de permanecer era más fuerte que sus dudas.

Hasta que un día se dio cuenta de que, con el paso de los días y los años, se había vuelto viejo y sus piernas se resistían a subir la escalera de la torre. Sintió que sus ojos se iban cerrando, que ya apenas veía y que la muerte estaba acercándose. Y no pudo evitar que de su garganta saliera una especie de grito: "Me he pasado toda la vida esperando la visita de Dios y me voy a morir sin verle."

Y entonces, justamente en ese momento, oyó una voz muy tierna a sus espaldas. Una voz que decía: "Pero ¿es que no me conoces?" Entonces el centinela, aunque no veía a nadie, estalló de alegría y dijo: "¡Oh, ya estás aquí! ¿Por qué me has hecho esperar tanto? Y ¿por dónde has venido que yo no te he visto?" Y, aún con mayor dulzura, la voz respondió: "Siempre he estado cerca de ti, a tu lado, más aún: dentro de ti. Has necesitado muchos años para darte cuenta. Pero ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: yo estoy siempre con los que me esperan y sólo los que me esperan, pueden verme."

Y entonces el alma del centinela se llenó de alegría. Y viejo y casi muerto, como estaba, volvió a abrir los ojos y se quedó mirando, amorosamente, al horizonte.

Comenzamos el tiempo de Adviento. Tiempo de espera, tiempo de mirar en nosotros y encontrarnos con aquel que nos ama, con aquel que siempre está a nuestro lado, con aquel que pasa por nuestras vidas deseando que lo reconozcamos. Que no pase este tiempo como algo más. Que nos sirva para encontrarnos con un Dios que nos espera hecho hombre para que lo amemos como Él nos ama a nosotros.

 

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA

domingo, 22 de noviembre de 2020

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 25, 31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.

Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.

Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha:

"Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme".

Entonces los justos le contestarán:

"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?"

Y el rey les dirá:

"En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos, más pequeños conmigo lo hicisteis".

Entonces dirá a los de su izquierda:

"Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.

Entonces también estos contestarán:

"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"

Él les replicará:

"En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo".

Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

 

HOMILÍA

Cierto día un maestro preguntó a sus discípulos:

¿Cómo podemos saber que la noche ha terminado y que ha empezado el día?

Todos los discípulos se apresuraron a responder: “Cuando vemos salir los primeros rayos de luz”, otros decían: “cuando podemos distinguir un árbol de una persona”, y así continuaron diciendo respuestas.

El maestro callaba, hasta que terminaron de hablar, entonces repuso: “Estáis equivocados, la noche termina y el día empieza cuando miramos a una persona y vemos al prójimo en ella”.

Ese es el reino que Jesús viene a traer. Ese es el reino que nosotros debemos implantar aquí en la tierra. Un lugar donde no veamos a hombres o a mujeres, sino en el que veamos a hermanos, al prójimo en cada esquina de la vida.

Al final de nuestra vida, nos van a juzgar de las veces que hayamos visto al prójimo en el que tenemos al lado, del amor que hayamos dado, del cariño que hayamos repartido, de la misericordia que hayamos tenido.

Cristo quiere reinar en nuestras vidas, y lo único que nos pide es que seamos capaces de iluminar las vidas de los que se acercan a nosotros, que hagamos que un nuevo sol se alce sobre el mundo. Un sol lleno de amor, de entrega, de generosidad.

Cristo puede reinar en este mundo, sólo debemos abrir los ojos y ver en cada uno de los que pasan a nuestro lado al prójimo, ser capaces de verlo a Él en el hermano.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 15 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 25, 14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó.

El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos.

En cambio, el que recibió uno fue hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

Al cabo de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos y se puso a ajustar las cuentas con ellos.

Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:

"Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco".

Su señor le dijo:

"Bien, siervo bueno y fiel; cómo has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor".

Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo:

"Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos".

Su señor le dijo:

"¡Bien, siervo bueno y fiel!; cómo has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor".

Se acercó también el que había recibido un talento y dijo:

"Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo".

El señor le respondió:

"Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabias que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes"».

 

HOMILÍA

“Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: – ¡Buen día, abuelo! Él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: – ¡Hoy es día de inventario, hijo! – ¿Inventario? – pregunté sorprendido. – Si... ¡El inventario de las cosas perdidas! – me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: – En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi inercia. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: – En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te amo". Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: – Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.

Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: – ¿Sabes qué he descubierto en estos días? – ¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó nuevamente: –¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atine a decir, con inseguridad: – No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: – El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.

Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese ser: "Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Señor, por favor perdóname".

El Señor ha puesto en nuestras vidas unos talentos, y los primeros perjudicados en no ponerlos a funcionar somos nosotros, nos perdemos la alegría de vivir por los demás, de ver como nuestra vida cobra un sentido más allá de nosotros, de nuestros gustos.

Por eso, seamos valientes, hagamos inventario, y comencemos a poner a trabajar nuestros talentos en hacer que los demás sientan nuestra presencia y  la presencia de Dios en sus corazones.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 8 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

-- El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:

--¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!

Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:

--Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.

Pero las sensatas contestaron:

-- Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.

Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:

--Señor, señor, ábrenos. Pero él respondió:

--Os lo aseguro: no os conozco.

Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.

 

HOMILÍA

Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí  los Euros que sus padres les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajos extras.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran
originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba claro, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora.

El primer niño gritó: -¡Mira mamá un globo! Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al cielo. Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá  le comprara  un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas,
tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.
-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara.
Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:
-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores?

Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:-Haz tu mismo la prueba. Suéltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás. Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:
-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene dentro.

Lo que hace arder nuestras lámparas, no es si somos más listos, más altos, más guapos, o más piadosos. Lo que hace arder nuestra lámpara es lo que llevamos dentro. Lo que somos capaces de hacer por los demás, lo que somos capaces de dar a los que se acercan a nosotros.

Dentro de nosotros está la capacidad para hacer que cuando Jesús venga, encuentre nuestras lámparas encendidas y ardiendo. Solo tenemos que darnos cuenta, y comenzar a llenar nuestras lámparas del mejor aceite posible, llenarlas de amor por los demás.

Que nunca se nos apaguen nuestras lámparas, eso será señal de que vivimos como auténticos cristianos, de que nos hemos dado cuenta de que cuanto más demos de lo que llevamos dentro, más será lo que recibamos.

Hoy celebramos el día de la Iglesia Diocesana, donde se nos recuerda que es necesario que todas nuestras lámparas alumbren allí donde vivimos, que colaboremos con nuestra parroquia pero sobre todo que seamos Iglesia viva, porque esa es nuestra forma de decirle al mundo que la luz de Cristo es la que brilla entre nosotros.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 1 de noviembre de 2020

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron los discípulos; y él se puso a hablar, enseñándolos:

-- Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos lo que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

 

HOMILÍA

Hoy celebramos una de las fiestas más cercanas a todos nosotros. Recordamos a los mejores hijos de la Iglesia a aquellos que siendo como tu y como yo lograron llevar una vida parecida al Evangelio, una vida fundamentada en el mensaje de la Bienaventuranzas.

El Señor nos pide a nosotros que sigamos el ejemplo de todas aquellas personas que, siendo como nosotros, con sus fallos y sus equivocaciones, nos han demostrado que se pueda, en esta vida, cumplir el mensaje del Señor.

Pero él sabe que esto es difícil, por eso nos deja un regalo para que podamos hacerlo.

Hace ya un tiempo, un hombre castigó su pequeña niña de 3 anos por desperdiciar un rollo de papel de regalo dorado.

El dinero era escaso en esos días por lo que exploto en furia, cuando vio a la niña tratando de envolver una caja para ponerla debajo del árbol de Navidad, mas sin embargo la niña le llevo el regalo a su padre la siguiente mañana y
dijo:
" Esto es para ti, Papá "
" El se sintió avergonzado de su reacción de furia, pero este volvió a explotar cuando vio que la caja estaba vacía.

Le volvió a gritar diciendo: " ¡¡¡Que no sabes que cuando das un regalo a alguien se supone que debe haber algo adentro!!!

La pequeñita se volvió hacia arriba con lagrimas en los ojos y dijo, " Oh, Papá, no está vacía, Yo sople besos dentro de la caja, Todos para ti, Papi. "

El Padre se sintió morir; Puso sus brazos alrededor de su niña y le suplico que lo perdonara.

Se ha dicho que el hombre guardó esa caja dorada cerca de su cama por años y siempre que se sentía derrumbado, él tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña había puesto ahí.

Así es el regalo que el Señor nos ha dejado, con todos los santos. No los vemos, pero todos ellos están intercediendo por nosotros, ayudándonos a vivir cada día mejor, a dar lo mejor de nosotros mismos.

Disfrutemos de este día, disfrutemos de todas las personas que han marcado nuestra vida y que ya están descansando en el Señor, pero sobre todo disfrutemos de esta vida, viviendo las bienaventuranzas, con la ayuda de todos aquellos santos que han pasado por nuestra vida y que sigan protegiéndonos y animándonos.

QUE DIOS OS BENDIGA Y FELIZ DÍA DE TODOS LOS SANTOS.

domingo, 25 de octubre de 2020

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?».

Él le dijo:

«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente".

Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:

"Amarás a tu prójimo como a ti mismo."

En estos dos mandamientos sostienen toda la Ley y los Profetas».

HOMILÍA

Cuentan que un sacerdote se aproximó a un herido en medio del fragor de la batalla y le preguntó:

- ¿Quieres que te hable de Dios?

- Primero dame agua que tengo sed -  dijo el herido.

El sacerdote le entregó el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en kilómetros a la redonda.

- ¿Ahora puedo?, preguntó de nuevo.

- Primero, dame de comer - suplicó el herido. 

El sacerdote le dio el último mendrugo de pan que atesoraba en su mochila

- Tengo frío – fue el siguiente clamor y el hombre de Dios se despojó de su abrigo pese al frío y cubrió al lesionado.

- Ahora sí – le dijo al sacerdote – ahora puedes hablarme de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último pedazo de pan y tu único abrigo. Ahora sí quiero conocer a tu Dios.

Está claro que para nosotros los cristianos los mandamientos son amar a Dios y al prójimo, pero debemos saber que para pode amar a Dios necesitamos amar primero al prójimo, sino nuestra fe se queda en una mera espiritualidad vacía de contenido.

Para poder llegar a Dios el camino que nos marcó y que cada día nos marca, pasa por la persona que tenemos al lado, porque sólo podremos expresar nuestro amor por Dios en el que tenemos más cerca.

Por eso empeñémonos en amar al prójimo, porque amando al hijo, amamos también al Padre.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 18 de octubre de 2020

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 22, 15-21

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:

-- Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:

-- Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.

Le presentaron un denario. Él les preguntó:

-- ¿De quién son esta cara y esta inscripción?

Le respondieron:

-- Del César.

Entonces les replicó:

-- Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

 

HOMILÍA

Al igual que el agua y el aceite no se pueden mezclar, la política y el dinero tampoco hay que mezclarlo con la Iglesia. Eso es precisamente lo que Jesús nos quiere decir hoy en el evangelio, aunque podemos dar un paso más.

Un periodista visitó un día a la madre Teresa de Calcuta mientras ella estaba ocupada en curar a un enfermo en un estado verdaderamente repugnante. "Yo no haría esto" - dijo el periodista a la madre Teresa - ni por un millón de dólares" "Por un millón de dólares tampoco yo lo haría", respondió la madre y siguió en su tarea tan repugnante para el periodista pero lo más natural para ella que veía en el enfermo el mismo rostro de Jesús..

Al igual que en la moneda vieron al César, nuestra moneda no es otro que el prójimo, el más necesitado. Eso es darle a Dios lo que es de Dios, darle dignidad en aquel que la ha perdido, darle amor a aquel que está falto de cariño, darle compañía al que se siente solo, darle alegría al que se siente triste.

Dios no quiere de nosotros nada para él, porque no necesita nada, pero clama cada día por aquello que tenemos nosotros y que tantos necesitan.

Seamos capaces de separar, dinero e Iglesia, pero nunca separemos Dios y prójimo.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 11 de octubre de 2020

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 22, 1-14

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

--El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda". Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.

HOMILÍA

Cada Domingo Dios nos vuelve a demostrar cuánto nos ama, cada Domingo el Señor vuelve a salir a los caminos de nuestra vida a buscar invitados a su fiesta, y cada Domingo nosotros buscamos mil y una excusas para no acudir a Él.

Parece una rutina en nuestra vidas, porque ya no sólo es el hecho de ir o no ir a misa, si no el hecho de que esa invitación que Dios nos hace es para celebrar con Él la gran fiesta de vivir, de amar, de perdonar, y es a esa fiesta a la que nos negamos a ir. No nos cansamos de buscar razones para convencernos de que lo que hacemos, es en verdad lo que debemos hacer.

Hace tiempo me encontré con un texto que me abrió los ojos ante las excusas que le ponemos a Dios:

-          ¿No te parece extraño cómo un billete de 10€ "parece" tan grande cuando lo das a Cáritas, pero tan pequeño cuando lo llevas a las tiendas?

-           ¿No te parece extraño cuán larga parece una hora cuando estamos en la iglesia, pero muy corta cuando juega al fútbol nuestro equipo favorito o cuando vemos una película?

-          ¿No te parece extraño que no puedas pensar en algo que decir cuando rezas, pero no tienes ninguna dificultad en pensar cosas de que hablar con un amigo?

-           ¿No te parece extraño lo difícil que nos parece leer un capítulo de la Biblia, y lo fácil que es leer una revista del corazón?

-           ¿No te parece extraño cómo siempre buscamos los asientos de adelante en cualquier espectáculo o concierto, y siempre buscamos los asientos de atrás en la iglesia?

-           ¿No te parece extraño que necesitemos 2 ó 3 semanas de aviso para incluir una cita de la iglesia en nuestra agenda, pero podemos ajustar nuestra agenda para otros eventos en el último momento?

-          ¿No te parece extraño lo difícil que es compartir con otros una verdad simple del evangelio, y lo fácil que es compartir un chisme?

-          ¿No te parece extraño que creamos lo que dicen los periódicos, pero cuestionamos lo que dice la Biblia?

Menos mal que tenemos a un Dios que es paciente y que a pesar de nuestras excusas nunca se cansa de invitarnos a vivir nuestra vida vestidos con trajes de gala, con el traje de amor y de la entrega incondicional. Sólo tenemos que responder a su invitación, dejarnos de excusas y vivir como Cristo vivió. Por que “un Dios que te hizo sin ti, no pude salvarte sin ti”.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA

domingo, 4 de octubre de 2020

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 21, 33-43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

-- Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?

Le contestaron:

-- Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»

Y Jesús les dice:

-- ¿No habéis leído nunca en la Escritura?: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.

HOMILIA

Está claro que la parábola de hoy va dirigida al pueblo de Israel. Ellos eran la viña del Señor, pero no reconocieron a Jesucristo como su Mesías y se le quitó para dársela a un pueblo que diera sus frutos a su tiempo, se nos dio a nosotros los cristianos. Y aquí es donde viene la pregunta del millón. ¿Qué frutos estamos dando nosotros con la viña que el Señor nos ha dado?

Y ya no estoy hablando de nuestra familia, de nuestro9 pueblo, de nuestra vida, sino que miramos nuestro mundo, esa gran viña que el Señor nos ha dado, y ¿qué frutos estamos dando?

Algunos datos para que veamos los frutos que estamos dando:

El 10% de la población mundial posee el 86% de los recursos del planeta, mientras que el 70% más pobre (más de 3.000 millones de adultos) sólo cuenta con el 3%.

La riqueza mundial está dividida en dos sectores: la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante.

El 40% de la población mundial vive con menos de 2 dólares/día; la esperanza de vida en África Subsahariana es de 31 años menos que en los países desarrollados, y cada año siguen muriendo 10,7 millones de niños y niñas por causa de la pobreza.

Os cuento una historia: El único sobreviviente de la inundación de un barco a causa de una terrible tormenta, fue llevado por las olas a una isla completamente deshabitada. El hombre, desesperado y sin saber qué hacer, rezaba continuamente a Dios pidiendo por su rescate. Todos los días miraba hacia al horizonte en busca de algún barco, pero nunca veía nada. Ni siquiera el indicio de una pequeña señal. Con el paso del tiempo perdió toda esperanza. Ya cansado decidió construir una pequeña choza con ramas secas para protegerse del viento y la lluvia, y además, guardar las pocas pertenencias que conservaba.

Pero un día, mientras escarbaba en el suelo en busca de algo de comida, vio sorprendido que su pequeña choza ardía en llamas: estaba siendo consumida por el fuego con todo lo que había dentro. La desesperación fue total. Ya no podía pasarle nada peor. Todo estaba perdido. El hombre estaba derrumbado: “¡Dios mío, cómo pudiste hacerme esto!”, exclamaba mientras lloraba amargamente. 

Al día siguiente, muy temprano, por la mañana, al hombre le despertó el sonido de un barco que se aproximaba a la isla.  ¡Venían a rescatarlo!

“¿Cómo supieron que estaba aquí?”, preguntó a los hombres que lo rescataron. “Tuviste suerte, - le contestaron – Vimos tus señales de humo”.

En la viña del Señor también hay muchas señales de humo, son todos esos datos que nos muestran que hay mucho trabajo por hacer y que de nosotros depende que vayamos a rescatarlos. Esos son los verdaderos frutos que se nos piden y ante esas señales no podemos cerrar los ojos o volver la cabeza, porque esta viña es responsabilidad de todos, y luego deberemos dar cuenta de nuestras obras.

Por eso pidamos hoy al Señor que esta viña que él ha puesto en nuestras manos seamos capaces de cuidarla y que todas las señales de humo que hay en ella aviven en nosotros el deseo de salir a rescatar a todas las personas que sufren y que en muchas ocasiones está en nuestra mano hacer algo por ellas.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 27 de septiembre de 2020

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

--¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?

Contestaron:

-- El primero.

Jesús les dijo:

-- Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.

HOMILIA

Dos son las partes en los que podríamos dividir el Evangelio de hoy. Por un lado encontramos a los hijos, dos en los que las palabras son los que los pierden. Palabras que abundan mucho hoy en día y que sin embargo cada vez tienen menos sentido. Cuantas palabras desperdician los políticos, la sociedad y la Iglesia. Palabras que no llevan a ningún lugar, porque carecen de obras que las acompañen.

Nosotros no podemos ser cristianos de palabra, que se conformen con escuchar las palabras del cura, o con decir muchas palabras en la oración. Nosotros debemos ser cristianos de obras, personas que lleven a su vida lo que la palabra de Dios nos dice en el Evangelio. Pero está claro que ninguno de nosotros es perfecto, y que sabemos que por más que nos comprometamos a intentar cambiar de vida, se nos hace cuesta arriba. Y es ahí donde entra el segundo personaje. El padre representa a ese Dios, que a pesar de la negativa de su hijo a ir, no se desespera con él, sino que tiene paciencia.

Eses es nuestro Dios, un Dios siempre dispuesto a darnos una segunda oportunidad. Un Dios olvidadizo, de nuestras faltas.

Siempre que hablo de esto, me acuerdo de una anécdota que me contaron: Se decía en una aldea que una anciana señora era una vidente. El cura quiso averiguar la autenticidad de sus visiones. La llamó y le dijo: "La próxima vez que Dios te hable pídele que te revele mis pecados, que sólo Él conoce. La mujer regresó pocos días más tarde y el cura le preguntó si Dios se le había vuelto a hablar. Y, al responderle que sí, le dijo: "¿Y le pediste lo que te ordené? "Sí, lo hice" ¿Y qué te dijo? Dile al cura que he olvidado sus pecados".

Ese es nuestro Dios mostrémoselo al mundo, no solo de palabras sino de obras. Y para terminar os cuento otra anécdota: En un hospital una hermana había curado con infinita ternura a un paciente totalmente incrédulo. Nunca le pudo hablar de Dios ni de Jesucristo. Cuando le dieron de alta, este hombre le dijo a la religiosa: "Hermana, usted no me habló de Dios, pero hizo mucho más: me lo hizo ver".

FELIZ SEMANA Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 20 de septiembre de 2020

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

-- El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña."

Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

HOMILIA

Muchos estaréis pensando, y yo el primero, que lo que cuenta la parábola de hoy es una auténtica injusticia. A mí me hace alguien lo que le hizo el dueño de la viña a los trabajadores primeros y no sé lo que haría. ¿Cómo me va a pagar lo mismo a mí, que he estado trabajando todo el día, que a alguien que solo ha trabajado una hora?, no es justo.

Y es que la parábola de hoy no habla de justicia, no habla de lo que es justo o no. Habla de algo, que sin nombrarlo, llena toda la parábola. Habla de palabras que la mayoría de las veces no entran dentro de nuestro vocabulario, habla de perdón, de misericordia, de amor.

Ese es nuestro Dios, un Dios en el que el perdón y el amor priman por encima de la justicia humana. Lo que pasa es que estamos tan acostumbrados a regirnos por nuestras leyes, que se nos escapa que Dios no haga lo mismo. No acabamos de entender que para Dios un solo momento de arrepentimiento, está por encima de todo lo malo que hayamos podido hacer.

Por eso hoy se nos pide, que mostremos al mundo a ese Dios misericordioso. Que nos olvidemos del Dios que castiga, del Dios que da miedo, y entreguemos a los demás ese Dios que perdona por encima de todo. Pero claro, ¿cómo podemos hacerlo? Cómo les mostramos a los demás a ese Dios?.

Existía un monasterio que estaba ubicado en lo alto de la montaña. Sus monjes eran pobres, pero conservaban en una vitrina tres manuscritos antiguos muy piadosos. Vivían de su esforzado trabajo rural y fundamentalmente de las limosnas que les dejaban los fieles curiosos que se acercaba a conocer los tres rollos, únicos en el mundo. Eran viejos papiros con fama universal de importantes y profundos pensamientos.

En cierta oportunidad, un ladrón robó dos rollos y se fugó por la ladera. Los monjes avisaron con rapidez al abad. El superior, como un rayo, buscó la parte que había quedado y con todas sus fuerzas corrió tras el agresor y lo alcanzó: "¿Qué has hecho?. Me has dejado con un sólo rollo. No me sirve. Nadie va a venir a leer un mensaje que está incompleto. Tampoco tiene valor lo que me robaste. Me das lo que es del templo o te llevas también este texto. Así tienes la obra completa."

"Padre, estoy desesperado, necesito urgente hacer dinero con estos escritos santos".

El abad le dijo:

“Bueno, toma el tercer rollo, si no, se va a perder en el mundo algo muy valioso. Véndelo bien. Estamos en paz”. 

Los monjes no llegaron a comprender la actitud del abad. Estimaron que se había comportado débil con el ladrón, y que era el monasterio el que había perdido. Pero guardaron silencio, y todos dieron por terminado el episodio.

 Cuenta la historia que después de una semana, el ladrón regresó. Pidió hablar con el Padre Superior:

"Aquí están los tres rollos, no son míos. Los devuelvo. Te pido, en cambio que me permitas ingresar como un monje. Cuando me alcanzaste, todo me esperaba, menos que tuvieras la generosidad como para darme el tercer rollo y la confianza en mí como para creer el valor de mi necesidad, y que todavía dijeras que estábamos en paz, perdonándome con mucha sinceridad. Eso me ha hecho cambiar. Mi vida se ha transformado".

Nunca ese hombre había sentido la grandeza del perdón, la presencia de tanta generosidad. El abad recuperó los tres manuscritos para beneficio del monasterio, ahora mucho más concurrido por la leyenda del robo y del resarcimiento. Y además consiguió un monje trabajador y de una honestidad a toda prueba.

Esta es la única forma de mostrar al mundo el Dios en el que creemos: haciendo nosotros lo mismo. Probemos a hacerlo, veremos cómo la imagen que los demás tienen de Dios cambia, pero sobre todo, también cambiará nuestra forma de ver a los demás.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 13 de septiembre de 2020

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 18, 21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:

--Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?

Jesús le contesta:

--No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Y les propuso esta parábola:

--Se parece el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo".

El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré". Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.

Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

HOMILÍA

Si dijéramos que el Evangelio de hoy nos habla de que debemos perdonar siempre a nuestro hermano, no diríamos ninguna mentira, pero sería una forma simplista de explicar la grandeza del mensaje que hoy el Señor nos propone.

Hoy el Señor, sin mencionarlo nos habla de una comunión de vida, de un tender puentes entre nuestras vidas, limitadas y con errores, y las vidas de los que están a nuestro alrededor. Hoy el Señor quiere que nos fijemos en nuestros fallos, en nuestros errores, para no ser jueces injustos de aquellos que nos pueden hacer algún mal.

Se cuenta que, en una oportunidad, dos hermanos que vivían en fincas vecinas, separadas solamente por un pequeño arroyo, entraron en conflicto.
Fue la primera gran desavenencia en toda una vida trabajando lado a lado, repartiendo las herramientas y cuidando uno del otro.
Durante muchos años recorrieron un camino estrecho y muy largo que acompañaba la orilla del arroyo para, al final de cada día, poder cruzarlo y disfrutar la compañía del otro. A pesar del cansancio, hacían la caminata con placer, pues se amaban.
Pero ahora todo había cambiado. Lo que había empezado con un pequeño mal entendido finalmente explotó en un intercambio de palabras ásperas, seguidas por semanas de total silencio.

Una determinada mañana, el hermano mayor oyó que golpeaban a su puerta. Al abrir se paró ante un hombre que llevaba una caja de herramientas de carpintero en la mano.
- Estoy buscando trabajo, le dijo. Quizá usted tenga algo para hacer, por pequeño que sea.
- ¡Sí!- le dijo el campesino- claro que tengo trabajo para ti. ¿Ves aquellos campos más allá del arroyo? Son de mi vecino. En realidad, mi hermano menor. ¡Nos peleamos y no puedo soportarlo más! ¿Ves aquella pila de madera cerca del granero? Quiero que construyas una cerca bien alta a lo largo del arroyo para que no tenga que verlo más.
- Creo que entiendo la situación, dijo el carpintero. Muéstreme donde está la pala, el martillo y los clavos que con seguridad haré un trabajo que lo dejará satisfecho.
Como necesitaba ir hasta el pueblo cercano, el hermano mayor mostró al carpintero donde estaba el material y se marchó.
El hombre trabajó arduamente durante todo el día, midiendo, cortando y martillando. Ya anochecía cuando terminó su obra.
El campesino regresó de su viaje y sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. ¡No había ninguna cerca!
En vez de la cerca había un puente que unía las dos orillas del arroyo. Era realmente un hermoso trabajo, pero el campesino se enfureció y le dijo:
- Tú eres muy atrevido construyendo ese puente después de todo lo que te conté.
Sin embargo, las sorpresas no habían terminado aún. Al mirar otra vez hacia el puente, vio al hermano aproximándose de la otra orilla, corriendo con los brazos abiertos. Por un instante permaneció inmóvil. Pero, de repente, en un único impulso, corrió hacia su hermano y se abrazaron llorando en el medio del puente.
El carpintero estaba marchándose con su caja de herramientas cuando el hermano que lo contrató le pidió emocionado: "¡Espera! Quédate con nosotros algunos días más". Pero el carpintero le contestó: "me gustaría mucho quedarme, pero, lamentablemente, tengo muchos otros puentes para construir."

El Señor no habla sólo de perdonar, habla de que el hermano con el que no hablamos, con el que estamos enfadados, la mayoría de la veces con razones poderosas, es alguien que necesitamos en nuestra vida, que nos ayudará a crecer, y que si lo aislamos con el odio o con la indiferencia, perderemos una gran oportunidad para desarrollarnos como cristianos y como personas.

Perdonemos, “hasta setenta veces siete”, tendamos puentes, abramos nuestro corazón, porque todos, hasta nosotros, necesitamos una segunda oportunidad para poder dar todo lo que llevamos en nuestro interior.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.