LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 24, 37-44
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
-- Cuando venga el
Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente
comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando
menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá
cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo
llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la
llevarán y a otra la dejarán. Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día
vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de
la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su
casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos
penséis viene el Hijo del Hombre.
HOMILÍA
Era un crudo día de invierno en que llovía torrencialmente.
Una pobre mujer llegó a un pueblo e iba de casa en casa pidiendo limosna. Sus
vestidos eran viejos pero muy limpios y llevaba en su cabeza un pañuelo, por lo
que el viento y la lluvia no permitían ver casi su rostro. En la mano derecha
sujetaba un viejo bastón y en su brazo izquierdo una cesta.
La pobre mujer pedía algo para comer. Algunos le dieron
panes duros, otros le dieron una miserable moneda, otros no le dieron nada. Un
solo vecino, de los menos acomodados del pueblo, la hizo entrar en su casa y le
dijo que se acercara al fogón para secar un poco su ropa. Su mujer, que acababa
de hacer un rico pastel, le dio un buen pedazo a la pobre mendiga.
Al día siguiente, todas las personas a cuya puerta había
llamado la mendiga, fueron invitados a cenar en el castillo de un señor muy
acaudalado que vivía en el pueblo. Nadie esperaba este honor y quedaron todos
muy sorprendidos. Cuando entraron en el comedor, vieron dos mesas, una llena de
exquisitos manjares y otra mucho más grande, en uno de cuyos platos sólo había
un trozo de pan duro, en otro una pequeña moneda y la mayoría estaban
completamente vacíos. Entonces apareció la dama del castillo, indicándole a sus
invitados que tomaran asiento en la mesa más grande. Sólo un matrimonio fue
invitado a que se sentaran junto a ella en la mesa llena de manjares. Y les
dijo: “Aquella desgraciada mendiga que se presentó ayer a vuestra puerta, fui
yo; pensando en los tiempos difíciles que vive tanta gente, he querido poner a
prueba vuestra generosidad.
Estas dos buenas personas que veis aquí a mi lado, me
permitieron entrar en su casa y me atendieron lo mejor que pudieron, me
ofrecieron secar mi ropa en su fogón y me dieron de comer. Por eso ellos son
mis invitados de honor, y además les daré una pensión para el resto de sus
días. En cuanto a vosotros, comed lo que me disteis de limosna y que
encontraréis en esos platos. Para que la próxima vez estéis más atentos a
quienes os pidan ayudan”.
Estad preparados, nos dice el Señor. Comenzamos el tiempo de
Adviento con ese mensaje, un recordatorio de que en cualquier momento, y o sólo
en los días de Navidad, ese Cristo pequeño y pobre puede tocar en nuestra
puerta, puede acercarse a nosotros y espera que lo recibamos.
Estad preparados, porque su venida no se anuncia con grandes
luces, como las de los comercios en Navidad, ni con villancicos, sino que viene
en silencio, de manera callada, y sólo espera de nosotros una acogida desde el
corazón.
Que este Adviento nos ayude a nosotros a tener siempre
dispuesto nuestro corazón para acoger a ese niño pequeño que nació en Belén y
que nace cada día en todos y especialmente en los que más sufren.
FELIZ SEMANA Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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