Ayer, día uno de diciembre no fue un día que apareciera en
los calendarios como algo señalado, como un día que destacara sobre los demás. Fue
domingo, un domingo más, y sin embargo para mi si era un día especial.
Hace once años, también fue domingo el día uno de diciembre,
lo recuerdo como si fuera ayer, ya que ese día el Señor me concedió el mejor
regalo que se le puede hacer a nadie, me concedió la misión de conocer, de amar
y de entregarme a la gente que él fuera poniendo en mi camino. Me concedió el
regalo de ordenarme sacerdote.
Once años, que han pasado volando, pero lo que no ha pasado
volando ha sido el camino recorrido y toda la gente que en ese camino he ido
conociendo. No sé si habré dejado huella, lo que sí sé es la huella que, todas
y cada una de las personas que he conocido, me han dejado, porque me han ayudado
a ser mejor persona, mejor cristiano y mejor sacerdote.
Doy gracias a Dios por ello, y en este primer día de mi
duodécimo año de sacerdote le pido me conceda sabiduría para poder explicar a
todos su gran misterio, cercanía, para poder llevarlo a todos los que se encuentren
conmigo, luz para poder iluminarlos con mi vida, paciencia para poder acogerlos
a todos, creatividad para poder hacerlo cercano y fácil de entender. Pero
también le digo que si son muchas cosas las que le pido me conformo con que me
haga capaz de amar mucho, porque amando al final seré capaz de hacerlo presente
allí donde esté.
Gracias a todos los que me habéis enseñado a ser cada día más feliz siguiendo este camino que Dios ha escogido para mi, a mi familia, por aguantarme, y a todos los que con vuestra amistad me habéis demostrado lo mucho que Dios nos regala cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario