LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5, 13- 16
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
--Vosotros sois la
sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve
más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del
mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se
enciende una lámpara para meterla debajo del candelero, sino para ponerla en el
candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el
cielo.
HOMILÍA
Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y
gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia
fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y
feliz; ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en
función de sí mismo. Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba
suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que
hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a
aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos
injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía
demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos.
¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de
su propio placer? ¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su
existencia en su satisfacción individual? ¿Cómo armonizar estos sentimientos de
goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con
todo lo que había aprendido de sus mayores? ¿Qué sentido tenía una vida que
sólo se significaba a sí misma? Ese día, más que otros, esos pensamientos lo
abrumaron.
Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de
los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para, aunque sea en
ausencia, ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en
otro lugar, con otra gente podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una
vida de servicio a los demás, una vida solidaria. Debía tomarse el tiempo de
reflexionar sobre su presente y sobre su futuro.
Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en
dirección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la
vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta
allí llegaba.
En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad
quizás por última vez. Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.
- "Por un peso te alquilo el catalejo. "
Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un
pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano
mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda. Martín
encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la dio al viejo, que desplegó el
catalejo y se lo alcanzó. Después de un rato de mirar consiguió ubicar su
barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención.
Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín
separó sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto
dorado seguía allí.
- "¡Qué raro!", exclamó Martín sin darse cuenta de
que hablaba en voz alta.
- "¿Qué es lo raro?", preguntó el viejo.
- "El punto brillante", dijo Martín, "ahí en
el patio de la escuela", siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para
que viera lo que él veía.
- "Son huellas", dijo el anciano.
- "¿Qué huellas?", preguntó Martín.
- "¿Te acuerdas de aquel día...? Debías tener siete
años; tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la
escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el
primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares",
contestó el viejo.
Y después de una pausa siguió:
- "¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tenías un lápiz
nuevecito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cortaste
el lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el
nuevo lápiz a Javier."
- "No me acordaba", dijo Martín. "Pero eso
¿qué tiene que ver con el punto brillante?"
- "Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se
volvió importante en su vida."
- "¿Y?"
- "Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en
la vida de otros", explicó el viejo, "las acciones que contribuyen al
desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas."
Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante
en la vereda a la salida del colegio.
- "Ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te
acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo del guardapolvo
arrancado."
Martín miraba la ciudad.
- "Ese que está ahí en el centro", siguió el
viejo, "es el trabajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron
de la fábrica...y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que
juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez... las
huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque
la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él."
Apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él,
empezó a ver cómo miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la
ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, todo el pueblo parecía iluminado por
sus huellas doradas.
Vosotros sois la sal, vosotros sois la luz, así es como el
Señor les decía a sus discípulos y a todos nosotros que o pasamos por la vida
dando sabor y luz a la vida de los demás o no estamos cumpliendo con la tarea
que nos encomienda cada día.
La vida del cristiano es ser capaz de dejar en la vida de
los demás esas huellas doradas, entrar en su vida mediante el amor
desinteresado y transformarla, como la sal transforma el sabor de las comidas y
como la luz trasforma la oscuridad.
No dejemos pasar las oportunidades que nos deja el Señor
para poder hacer que los demás sientan cercano a ese Dios que envió a su hijo
para que nuestra vida tuviera el sabor y luz del amor sin límites.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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