domingo, 12 de diciembre de 2021

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

«¿Entonces, qué debemos hacer?»

Él contestaba:

«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:

«Maestro, ¿Qué debemos hacemos nosotros?»

Él les contestó:

«No exijáis más de lo establecido».

Unos soldados igualmente le preguntaban:

«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»

Él les contestó:

«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:

«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».

Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

HOMILÍA

Allí estaba... sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda; gorra marrón, manos arrugadas sosteniendo un viejo bastón de madera; pantalones que arremangados dejaban libres sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de lana tejido a mano. El anciano miraba a la nada…

Y el viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto, que me fue muy difícil acercarme a preguntarle, o siquiera consolarlo. Por el frente de su casa pasé mirándolo, al voltear su mirada la fijó en mi, le sonreí, lo saludé con un gesto, aunque no crucé la calle... no me animé, no lo conocía, y si bien entendí que en la mirada de aquella lágrima se mostraba una gran necesidad, seguí mi camino, sin convencerme de estar haciendo lo correcto.

En mi camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía.

Traté de olvidarme. Caminé rápido como escapándome. Compré un libro y, ni bien llegué a mi casa, comencé a leerlo, esperando que el tiempo borrara esa presencia.... pero esa lágrima no se borraba...

Los viejos no lloran así por nada, me dije.

Esa noche me costó dormir, la conciencia no entiende de horarios, y decidí que a la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido. Luego de vencer mi pena, logré dormir.

Recuerdo haber preparado un poco de café, compré galletas, y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho por conversar.

Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre.

- “¿Qué desea?”, preguntó, mirándome con un gesto adusto.

- “Busco al anciano que vive en esta casa.”

- “Mi padre murió ayer por la tarde”, dijo entre lágrimas.

- “¿Murió?”, dije decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.

- “¿Y usted quien es?”, volvió a preguntar.

- “En realidad, nadie”, contesté. Y agregué: “ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y, a pesar de que lo saludé, no me detuve a preguntarle qué le sucedía… hoy volví para hablar con él, pero veo que es tarde.”

- “No me lo va a creer pero usted es la persona de quien hablaba en su diario.”

Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicación.

- “Por favor, pase”, me dijo aún sin contestarme.

Luego de servir un poco de café, me llevó hasta donde estaba su diario, y la ultima hoja rezaba:

- "Hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable... hoy es un día bello".

Estamos en el tercer domingo de Adviento, domingo de la alegría, ya se acerca la Navidad.

Cada Adviento, mientras esperamos la venida del Señor, la Iglesia nos presenta este domingo para recordarnos que los cristianos tenemos todo lo necesario para vivir desde la Alegría, para hacer sentir a los demás la Alegría.

Desde el día de nuestro bautismo, el Señor vino a nuestras vidas, nos regaló su amor incondicional, y nos lo sigue regalando en cada momento. Para poder disfrutarlo plenamente sólo hay que seguir los consejos de Juan Bautista: compartir, dar lo mejor de nosotros, darnos por completo a los demás.

No dejemos pasar las oportunidades que la vida nos presenta para transmitir la alegría de ser cristiano, aunque sea con un gesto que parece inútil, aunque sea de la forma más imperceptible.

El Señor viene en cada persona que nos encontramos, y es responsabilidad nuestra darle la alegría que de Él hemos recibido. No hacen faltan grandes gestos, sino realizar los gestos cotidianos con la alegría propia de los que nos sentimos amados por Dios.

FELIZ DOMINGO DE LA ALEGRÍA Y QUE DIOS OS BENDIGA.

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