LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1, 1-18
En el principio ya
existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La
Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo
todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había
vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre
enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz,
sino testigo de la luz.
La Palabra era la
luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y
los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor
carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó
entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del
Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio
de él y grita diciendo:
-- Este es de quien
dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes
que yo."
Pues de su plenitud
todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de
Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo
ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado
a conocer.
HOMILÍA
Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las
demás ciudades del planeta. Esta ciudad estaba habitada por pozos. Pozos
vivientes, pero pozos al fin.
Los pozos se diferenciaban entre sí no solo por el lugar en el que estaban
excavados sino también por el brocal, la abertura que los conectaba con el
exterior. Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de
metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más
pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal, y las
noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.
Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en
algún pueblito humano: La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se
precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no
es lo superficial sino el contenido.
Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de
cosas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de
electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte y
fueron llenándose de pinturas , pianos de cola y sofisticadas esculturas
postmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de
manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Pasó el tiempo.
La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar
nada más.
Los pozos no eran todos iguales así que, si bien algunos se conformaron, hubo
otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su
interior. Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se
le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.
No paso mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos
gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio
en su interior.
Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus
camaradas ensanchándose desmedidamente. El pensó que si seguían hinchándose de
tal manera , pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su
identidad.
Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su
capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más
hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta que todo lo que tenia dentro
de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo
debía vaciarse de todo contenido.
Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego , cuando vio que no había otra
posibilidad, lo hizo.
vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se
apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho.
Un día , sorpresivamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa:
adentro, muy adentro , y muy en el fondo ¡encontró agua!. Nunca antes otro pozo
había encontrado agua.
El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo
las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua hacia fuera. La
ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante
escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó
a despertar.
Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto , en tréboles, en flores, y en
tronquitos endebles que se volvieron árboles después. La vida explotó en
colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El
Vergel".
Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro.
- "Ningún milagro", contestaba el Vergel. "Hay que buscar en el
interior, hacia lo profundo"
Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desandaron la idea cuando
se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse. Siguieron
ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas.
En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del
vacío. Y también empezó a profundizar. Y también llegó al agua. Y también
salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo.
- "¿Qué harás cuando se termine el agua?", le preguntaban.
-" No sé lo que pasará", contestaba. "Pero, por ahora, cuánto
más agua saco, más agua hay"
Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.
Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que
habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma. Que el mismo río
subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.
En días como los de Navidad, donde las comidas, los regalos
y las cosas sin importancia ocupan un lugar fundamental en nuestras vidas, es
cuando debemos reconocer que cada año viene la Navidad para recordarnos que lo
verdaderamente importante en nuestras vidas no es el tener, sino el compartir.
La Palabra vino a nosotros para darnos a conocer a Aquel que
recorre nuestras vidas, que nos une por medio del amor, que nos hace ser
hermanos. Compartamos lo que somos, para que así nos sea mucho más fácil
compartir lo que tenemos.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA
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