PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MARCOS 14,
1-15, 47.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su
ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo,
a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la
cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «La Calavera»),
y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se
repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada
uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la
acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDIOS. Crucificaron con él a dos
bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura
que dice: «Lo consideraron como un malhechor.»
Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y
diciendo:
S.- ¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en
tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
C. Los sumos sacerdotes, se burlaban también de él diciendo:
5.- A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que
el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y
creamos.
C. También los que estaban crucificados con él 10
insultaban. Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la
media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
+- Eloí Eloí lamá sabactaní. (Que significa: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?)
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S.- Mira, está llamando a Elías.
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre,
la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
S.- Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había
expirado, dijo:
S- Realmente este hombre era Hijo de Dios.
C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre
ellas María Magdalena, Maria la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé,
que cuando él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que
habían subido con él a Jerusalén.
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del
sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el Reino
de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó de qué hubiera muerto ya; y, llamando al
centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.
Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este
compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un
sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.
Palabra del Señor
HOMILÍA
El sol se despedía del Imperio Tré. El vasallo caminaba
junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.
- “¿Qué es lo que más te gusta de la vida, anciana?”
La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso.
- “Los atardeceres”
El vasallo preguntó, confundido:
- “¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré”
Y, reafirmándose en lo dicho, agregó:
- “¿Sabes?... Yo prefiero los amaneceres.”
La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:
- “Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma.”
- “¿Cosas? ¿De ti misma...?”, inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.
Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
- “Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio el precioso, al final llega a ser plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres... ¡mira!”
La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré. El vasallo guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza.
- “¿Qué es lo que más te gusta de la vida, anciana?”
La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso.
- “Los atardeceres”
El vasallo preguntó, confundido:
- “¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré”
Y, reafirmándose en lo dicho, agregó:
- “¿Sabes?... Yo prefiero los amaneceres.”
La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:
- “Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma.”
- “¿Cosas? ¿De ti misma...?”, inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.
Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
- “Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio el precioso, al final llega a ser plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres... ¡mira!”
La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré. El vasallo guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza.
Hoy Domingo de Ramos comenzamos el amanecer de nuestra
Semana Santa. Es el inicio de algo bello, pero que tendrá su plena belleza en
la entrega de Jesús en la cruz y en su resurrección.
Para nosotros los cristianos esta Semana es un fiel reflejo
de lo que tiene que ser nuestra vida, una vida llena de oportunidades para
disfrutar, para sentir la belleza de lo que nos rodea, pero también para pasar
por momentos de pasión, de sufrimiento. Pero tanto en los buenos como en los
malos momentos sabemos que el final es hermoso, merece la pena. Pero también
sabemos que durante todo ese trayecto, vamos cogidos de la mano de aquel que
nos ama, que se entregó por nosotros.
Disfrutemos de esta Semana Santa como disfrutamos de nuestra
vida, sabiendo que debemos entregarnos al cien por cien, pero también sabiendo
que el final es lo más hermoso de ella ya que por mucha pasión, siempre llega,
como el ocaso del día, la resurrección.
FELIZ SEMANA SANTA, Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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