LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 3, 10-18
En
aquel tiempo, la gente preguntó a Juan:
-- ¿Entonces, qué
hacemos?
Él contestó:
-- El que tenga dos
túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo
mismo.
Vinieron también a
bautizarse unos publicanos, y le preguntaron:
-- Maestro, ¿qué
hacemos nosotros?
Él les contestó:
-- No exijáis más de
lo establecido.
Unos militares le
preguntaron:
-- ¿Qué hacemos
nosotros?
Él les contestó:
-- No hagáis
extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la
paga.
El pueblo estaba en
expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la
palabra y dijo a todos:
-- Yo os bautizo con
agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de
sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la
horca para aventar la parva y reunir el trigo en el granero y quemar la paja en
una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras
muchas cosas exhortaba al pueblo y les anunciaba la Buena Noticia.
HOMILÍA
Allí estaba... sentado en una banqueta, con los pies
descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda; gorra marrón, manos arrugadas
sosteniendo un viejo bastón de madera; pantalones que arremangados dejaban
libres sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de lana
tejido a mano. El anciano miraba a la nada…
Y el viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto, que me fue muy difícil acercarme a preguntarle, o siquiera consolarlo. Por el frente de su casa pasé mirándolo, al voltear su mirada la fijó en mi, le sonreí, lo saludé con un gesto, aunque no crucé la calle... no me animé, no lo conocía, y si bien entendí que en la mirada de aquella lágrima se mostraba una gran necesidad, seguí mi camino, sin convencerme de estar haciendo lo correcto.
En mi camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía.
Traté de olvidarme. Caminé rápido como escapándome. Compré un libro y, ni bien llegué a mi casa, comencé a leerlo, esperando que el tiempo borrara esa presencia.... pero esa lágrima no se borraba...
Los viejos no lloran así por nada, me dije.
Esa noche me costó dormir, la conciencia no entiende de horarios, y decidí que a la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido. Luego de vencer mi pena, logré dormir.
Recuerdo haber preparado un poco de café, compré galletas, y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho por conversar.
Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre.
- “¿Qué desea?”, preguntó, mirándome con un gesto adusto.
- “Busco al anciano que vive en esta casa.”
- “Mi padre murió ayer por la tarde”, dijo entre lágrimas.
- “¿Murió?”, dije decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.
- “¿Y usted quien es?”, volvió a preguntar.
- “En realidad, nadie”, contesté. Y agregué: “ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y, a pesar de que lo saludé, no me detuve a preguntarle qué le sucedía… hoy volví para hablar con él, pero veo que es tarde.”
- “No me lo va a creer pero usted es la persona de quien hablaba en su diario.”
Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicación.
- “Por favor, pase”, me dijo aún sin contestarme.
Luego de servir un poco de café, me llevó hasta donde estaba su diario, y la ultima hoja rezaba:
- "Hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable... hoy es un día bello".
Y el viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto, que me fue muy difícil acercarme a preguntarle, o siquiera consolarlo. Por el frente de su casa pasé mirándolo, al voltear su mirada la fijó en mi, le sonreí, lo saludé con un gesto, aunque no crucé la calle... no me animé, no lo conocía, y si bien entendí que en la mirada de aquella lágrima se mostraba una gran necesidad, seguí mi camino, sin convencerme de estar haciendo lo correcto.
En mi camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía.
Traté de olvidarme. Caminé rápido como escapándome. Compré un libro y, ni bien llegué a mi casa, comencé a leerlo, esperando que el tiempo borrara esa presencia.... pero esa lágrima no se borraba...
Los viejos no lloran así por nada, me dije.
Esa noche me costó dormir, la conciencia no entiende de horarios, y decidí que a la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido. Luego de vencer mi pena, logré dormir.
Recuerdo haber preparado un poco de café, compré galletas, y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho por conversar.
Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre.
- “¿Qué desea?”, preguntó, mirándome con un gesto adusto.
- “Busco al anciano que vive en esta casa.”
- “Mi padre murió ayer por la tarde”, dijo entre lágrimas.
- “¿Murió?”, dije decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.
- “¿Y usted quien es?”, volvió a preguntar.
- “En realidad, nadie”, contesté. Y agregué: “ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y, a pesar de que lo saludé, no me detuve a preguntarle qué le sucedía… hoy volví para hablar con él, pero veo que es tarde.”
- “No me lo va a creer pero usted es la persona de quien hablaba en su diario.”
Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicación.
- “Por favor, pase”, me dijo aún sin contestarme.
Luego de servir un poco de café, me llevó hasta donde estaba su diario, y la ultima hoja rezaba:
- "Hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable... hoy es un día bello".
Estamos en el tercer domingo de Adviento, domingo de la
alegría, ya se acerca la Navidad.
Cada Adviento, mientras esperamos la venida del Señor, la
Iglesia nos presenta este domingo para recordarnos que los cristianos tenemos
todo lo necesario para vivir desde la Alegría, para hacer sentir a los demás la
Alegría.
Desde el día de nuestro bautismo, el Señor vino a nuestras
vidas, nos regaló su amor incondicional, y nos lo sigue regalando en cada
momento. Para poder disfrutarlo plenamente sólo hay que seguir los consejos de
Juan Bautista: compartir, dar lo mejor de nosotros, darnos por completo a los
demás.
No dejemos pasar las oportunidades que la vida nos presenta
para transmitir la alegría de ser cristiano, aunque sea con un gesto que parece
inútil, aunque sea de la forma más imperceptible.
El Señor viene en cada persona que nos encontramos, y es
responsabilidad nuestra darle la alegría que de Él hemos recibido. No hacen
faltan grandes gestos, sino realizar los gestos cotidianos con la alegría
propia de los que nos sentimos amados por Dios.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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