LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 14, 15-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-- Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al
Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la
verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en
cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré
huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis
y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi
Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y
los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré
y me revelaré a él.
HOMILÍA
Cuentan que un hombre, profundamente creyente, tuvo una
crisis de fe. No sabía dónde encontrar a Dios, y se fue directo a la Iglesia.
Llegó y empujó la puerta, pero esta no se abría. Se fue a la puerta lateral, y
esta también estaba cerrada. Entonces miró hacia arriba y vio un letrero donde
ponía: “no te esfuerces, yo estoy ahí afuera”.
Esa es una gran lección que continuamente se nos olvida, y
que hoy nos viene a recordar el Evangelio: “yo estoy con mi Padre, y vosotros
conmigo y yo con vosotros”. Nos empeñamos continuamente en buscar a Dios en
todas partes, y no sabemos que lo tenemos muy cerca, que está dentro de
nosotros, dentro de las personas que nos rodean.
El Señor no quiere edificios de ladrillo, no quiere grandes
casas, lo único que quiere es un corazón donde se le acoja de verdad, es ahí
donde realmente se siente a gusto. Un corazón capaz de amarle a Él amando a los
demás.
Nos empeñamos continuamente en buscarle en cosas sin vida,
en edificios, en imágenes, y claro está, no lo encontramos. Si las iglesias
estuvieran vacías de gente, serían sólo edificios bonitos, pero sin ningún
sentido. Lo que hace grandes a las iglesias, son los corazones que las llenan,
que les dan vida, que les hacen vibrar.
Busquemos a Dios allí donde podamos encontrarlo, amémoslo
allí donde Él se encuentra, dejemos que él habite nuestra casa, que él se quede
con nosotros, porque le preparemos el mejor sitio que tengamos, nuestro
corazón. Porque un corazón lleno de Dios, se hace más grande para acoger a
todos los que nos encontramos en nuestra vida, pero un corazón lleno de
nosotros, se empequeñece, hasta tal punto que sólo nosotros podemos estar
dentro.
Pidámosle a Dios que engrandezca nuestro corazón, como lo
hizo con María, que en este mes de mayo, nos ha recordado que cuanto más nos
entreguemos a Dios, más podremos entregarnos a los demás.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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