LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 8, 1- 11
En aquel tiempo,
Jesús se retiró al Monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el
templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los letrados y los
fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y colocándola en medio, le
dijeron:
-- Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda
apedrear a las adulteras: tú, ¿qué dices?
Le preguntaban esto
para comprometerlo, y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el
dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
-- El que esté sin
pecado, que le tire la primera piedra.
E inclinándose otra
vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno,
empezando por los más viejos, hasta el último. Y se quedó solo Jesús y la mujer
en medio de pie.
Jesús se incorporó y
le preguntó:
-- Mujer, ¿dónde
están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?
Ella le contestó
-- Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
-- Tampoco yo te
condeno. Anda y adelante no peques más.
HOMILÍA
"Iba un difunto camino del cielo, donde esperaba
encontrarse con Dios para su juicio. Se acercó a la entrada: las puertas
estaban abiertas de par en par y nadie vigilaba. Se animó y cruzó la puerta.
¡Estaba dentro del cielo! De sala en sala se fue internando en el cielo, hasta
que llegó a lo que tendría que ser la oficina de Dios; en su centro vio,
sobre un escritorio, las gafas de Dios. No pudo resistir la tentación de
echar una mirada a la Tierra con esas gafas. Con ellas se veía la realidad
profunda de todo y de todos: lo profundo de las intenciones de los políticos,
las auténticas razones de los economistas, las tentaciones de los hombres de
Iglesia, los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad. . .
Entonces se le ocurrió localizar a su socio de la financiera donde trabajaba; lo logró; en ese instante su colega estafaba a una pobre mujer viuda con un crédito bochornoso que terminaría de hundirla en la miseria para siempre. Al ver la injusticia que su socio iba a realizar, tuvo un profundo deseo de justicia. Buscó bajo la mesa el banquito de Dios y lo lanzó a la Tierra. El banquito le pegó un gran golpe a su socio, tumbándolo allí mismo.
En ese momento Dios llegaba a su despacho. Nuestro amigo se sobresaltó; Dios le llamó, pero no estaba irritado. Simplemente le preguntó qué estaba haciendo. El pobre trató de explicar que había entrado en la gloria porque estaba la puerta abierta; él quería pedir permiso; pero no sabía a quién...
-No, no -le dijo Dios-, no te pregunto eso. Lo que te pregunto es lo que hiciste con mi banquito.
Animado, le contó que había entrado en su despacho, había visto el escritorio y las gafas, y no había resistido la tentación de echar una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento.
-No, no -volvió a decirle Dios. Todo eso está muy bien. No hay nada que perdonar. Mi deseo profundo es que todos los hombres fueran capaces de ver el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado. Pero hiciste algo más. ¿Qué pasó con mi banquito donde apoyo los pies?
Animado del todo, le contó a Dios que había estado observando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injusticia, y que sin pensar en nada había tomado el banquito y se lo había arrojado a la espalda.
-¡Ah, no! -volvió a decirle Dios-. Ahí te equivocas. No te diste cuenta de que, si bien te habías puesto mis gafas, te faltaba tener mi corazón. Imagínate que si yo cada vez que veo una injusticia en la Tierra me decidiera a tirarles un banquito, no alcanzarían los carpinteros de todo el universo para abastecerme de proyectiles. No, hijo mío. No. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis gafas, si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Solo tiene derecho a juzgar el que tiene el poder de salvar".
Entonces se le ocurrió localizar a su socio de la financiera donde trabajaba; lo logró; en ese instante su colega estafaba a una pobre mujer viuda con un crédito bochornoso que terminaría de hundirla en la miseria para siempre. Al ver la injusticia que su socio iba a realizar, tuvo un profundo deseo de justicia. Buscó bajo la mesa el banquito de Dios y lo lanzó a la Tierra. El banquito le pegó un gran golpe a su socio, tumbándolo allí mismo.
En ese momento Dios llegaba a su despacho. Nuestro amigo se sobresaltó; Dios le llamó, pero no estaba irritado. Simplemente le preguntó qué estaba haciendo. El pobre trató de explicar que había entrado en la gloria porque estaba la puerta abierta; él quería pedir permiso; pero no sabía a quién...
-No, no -le dijo Dios-, no te pregunto eso. Lo que te pregunto es lo que hiciste con mi banquito.
Animado, le contó que había entrado en su despacho, había visto el escritorio y las gafas, y no había resistido la tentación de echar una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento.
-No, no -volvió a decirle Dios. Todo eso está muy bien. No hay nada que perdonar. Mi deseo profundo es que todos los hombres fueran capaces de ver el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado. Pero hiciste algo más. ¿Qué pasó con mi banquito donde apoyo los pies?
Animado del todo, le contó a Dios que había estado observando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injusticia, y que sin pensar en nada había tomado el banquito y se lo había arrojado a la espalda.
-¡Ah, no! -volvió a decirle Dios-. Ahí te equivocas. No te diste cuenta de que, si bien te habías puesto mis gafas, te faltaba tener mi corazón. Imagínate que si yo cada vez que veo una injusticia en la Tierra me decidiera a tirarles un banquito, no alcanzarían los carpinteros de todo el universo para abastecerme de proyectiles. No, hijo mío. No. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis gafas, si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Solo tiene derecho a juzgar el que tiene el poder de salvar".
Muchas veces se nos olvida, que las piedras, o los banquitos
de madera, no pueden quitar el pecado y el mal. Solamente el amor es el que
puede vencer al pecado.
Eso es precisamente lo que Jesús nos quería mostrar cuando
perdonó a la mujer acusada. Y eso es precisamente lo que nosotros debemos
practicar en este tiempo de cuaresma y durante toda nuestra vida. Que la mejor
manera de mirar a los demás es con la misericordia con la que Dios nos mira a
nosotros. Que la mejor forma de quitar nuestras faltas es amar y perdonar como
Dios nos ama y nos perdona.
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.
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