Parece que fue ayer, y sin embargo han pasado ya doce años.
El 1 de Diciembre de 2002, 6 jóvenes eran ordenados sacerdotes por D. Antonio
Cañizares en la catedral de Granada. Desde ese día han sido muchas
experiencias, muchas vivencias, pero sobretodo han sido muchas personas las que
han hecho posible que el Dios que los llamó, se haya hecho presente en cada
momento y en cada acontecimiento de sus vidas.
Para mí, han sido doce años de alegrías, de felicidad
continua y sobre todo han sido doce años llenos del amor de Dios que me lo ha
ido demostrando día a día.
Hoy doce años después sólo me salen palabras de
agradecimiento para aquel que me llamó, que me encomendó la tarea de anunciarlo
y de llevarlo al corazón de todos.
Es verdad que también ha habido momentos malos, momentos en
los que mi debilidad y mi pobreza se han hecho más patentes y manifiestas, pero
también él conocía esa pequeñez mía y sobre todo que es en esos momentos donde
se hace más palpable y visible que todo mi trabajo, que toda mi vida depende de
Dios.
Desde ese día 1 de diciembre de 2002, muchas son las
personas que han pasado por mi vida, y cada una de ellas han dejado una huella
especial. Cada una ha ido calando en mi vida y sobre todo, cada una de ellas ha
ido haciendo que vaya creciendo como persona, como cristiano y como sacerdote.
Todos los pueblos por los que he pasado, han sido especiales
para mí, porque cada uno de ellos, con sus luces y sus sombras, han ido dando
sentido a mi vocación.
Mi primer destino, Pinos Puente, fue una escuela maravillosa
donde viví la experiencia de cómo el trabajo realizado por los diáconos que me
precedieron y de los curas que había allí daba frutos y donde mi trabajo era
continuar con esa labor. Allí encontré gente maravillosa de la cual sigo
teniendo la inmensa alegría de compartir pedacitos de su vida.
Aquel primer destino tuvo una sorpresa increíble e
inesperada, mi primera parroquia, Olivares. Inolvidable su gente, su calidez
humana, que contrasta con el frio del invierno, y sobre todo que fue allí donde
aprendí lo mucho que te pueden dar las personas y lo mucho que te puede dar
Dios a través de ellas.
Después llegaron tres pequeños pueblos donde he tenido mi
segunda familia, Gualchos, Lújar y Rubite. Cada uno distinto del otro, pero
todos con una característica común para mí, me he sentido querido, acogido y
sobre todo me he sentido plenamente feliz compartiendo mi vida y mi fe que
todos.
A los seis años de estar allí vino otra sorpresa increíble,
Castell y Los Carlos. Tres años de compartir, de llenarse de Dios a través de
todos esos pequeños momentos vividos y de descubrir como Dios va trabajando aún
cuando tu estas lleno de limitaciones. Dios sabe lo que hace con cada uno de
nosotros.
Y es precisamente eso lo que pensé en mi último cambio,
Almuñécar. Dios sabe por qué nos pone a cada uno en un sitio, por qué hace las
cosas que hace. Un lugar, donde me siento otra vez como en mi casa, querido,
acogido y sobre todo experimentando cada día, el amor de Dios en cada persona y
en cada acontecimiento. Un regalo que el Señor me ha hecho y que espero no
desaprovechar.
Sé, que tengo motivos más que de sobra para darle hoy
gracias a Dios por mi vocación y por todo lo que ha hecho en mi vida, y por eso
quería compartir con todos esta pequeña reflexión, para que sigáis pidiendo a
Dios por mi y por mis compañeros, no sólo para que nos vaya bien, sino para que
sepamos demostrarles a todos los que nos rodean que merece la pena dejarse amar
por Dios y poder trasmitir a los demás ese amor maravilloso.
Que Dios os bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario