domingo, 11 de enero de 2015

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 3, 13- 17
En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirle diciéndole:
-- Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y acudes a mi?
Jesús le contestó:
-- Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. 
Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía:
-- Este es mi hijo, el amado, mi predilecto.

HOMILIA

Cuentan la historia de un hombre que reflejaba la derrota en su forma de vestir. Ocurrió en París, en una calle céntrica aunque secundaria. Este hombre, sucio, maloliente, tocaba un viejo violín. Frente a él y sobre el suelo estaba su boina, con la esperanza de que los transeúntes se apiadaran de su condición y le arrojaran algunas monedas para llevar a casa. El pobre hombre trataba de sacar una melodía, pero era imposible identificarla por lo desafinado del instrumento, y por la forma displicente y aburrida con que lo tocaba. Un famoso concertista, que junto con su esposa y unos amigos salía de un teatro cercano, pasó frente al mendigo. Todos arrugaron la cara al oír aquellos sonidos tan discordantes, y no pudieron menos que reír de buena gana. La esposa le pidió al concertista que tocara algo. El hombre echó una mirada a las pocas monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió hacer algo. Le solicitó el violín y el mendigo musical se lo prestó con cierto resquemor.
Lo primero que hizo el concertista fue afinar las cuerdas del instrumento que tenía en sus manos. Luego, vigorosamente y con gran maestría arrancó una melodía fascinante del viejo violín. Los amigos comenzaron a aplaudir y los transeúntes comenzaron a arremolinarse para ver el improvisado espectáculo. Al escuchar la música, la gente de la cercana calle principal acudió también y pronto había una pequeña multitud escuchando arrobada el extraño concierto. La boina se llenó no solamente de monedas, sino de muchos billetes. Mientras el maestro sacaba una melodía tras otra, con tanta alegría. El mendigo musical estaba aún más feliz de ver lo que ocurría y no cesaba de dar saltos de contento y repetir orgulloso a todos: "¡Ese es mi violín! ¡Ese es mi violín!". Lo cual, por supuesto, era rigurosamente cierto.
Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor, y eso nos debe recordar aquel día en el que empezamos nosotros una nueva vida, una vida que Jesucristo quiso compartir con nosotros, la vida de cristianos. Al igual que aquel viejo mendigo, el Señor nos regaló el día de nuestro bautismo un violín, una vida preciosa, que puesto en sus manos logró hacer sonar una bella melodía, llena de amor y de entrega por los demás. Pero ¿cómo suena en nuestras manos?.
Cada uno de nosotros, tiene la obligación de hacer que aquel regalo suene maravillosamente, siempre y cuando seamos capaces de afinarlo, a través del amor, de la compasión, del perdón y de la entrega incondicional, al igual que lo hizo Jesús.
No desaprovechemos esa vida, saquémosle el máximo partido, y sobre todo, hagamos que todos los que nos rodean se queden asombrados de lo maravillosa que puede ser la vida si tocamos las mismas notas que tocó que el Señor. Así llegaremos al corazón de todos, al igual que el Señor llegó a nuestro corazón.

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