domingo, 27 de abril de 2014

DOMINGO II DEL TIEMPO PASCUAL

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19- 31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-- Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-- Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-- Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-- ¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

HOMILÍA

Erase una vez una familia feliz que vivía en una casita de los suburbios. Pero una noche se declaró un incendio en la cocina de la casa, un terrible incendio. Mientras las llamas se extendían, padres e hijos salieron corriendo a la calle. Entonces se llevaron un susto aún mayor: se dieron cuenta de que faltaba el más pequeño, un niño de cinco años. Al momento de salir, asustado por el crepitar de las llamas y por el acre olor del humo, había dado marcha atrás y había subido al piso de arriba.
¿Qué hacer?. El padre y la madre se miraron desesperados, las dos hermanas se pusieron a gritar. Aventurarse en aquel horno, todo llamas y humo, era ya imposible…Y los bomberos tardaban.
Pero de pronto, arriba de todo, se abrió la ventana de la buhardilla y el niño se asomó gritando de desesperación:
- ¡Papá! ¡Papá
El padre corrió y gritó:
- ¡Salta! ¡Tírate!
Mirando abajo, el niño sólo veía fuego y humo negro, pero sintió la voz y respondió:
- Papá, no te veo
- Te veo yo, y basta. ¡Tírate!
El niño saltó y se encontró sano y salvo en los brazos robustos de su padre, que le cogió al vuelo. Y todos se sintieron felices.
La fe no es cuestión de ver, ya se lo dijo el Señor a Tomás. La fe es cuestión de fiarse, de cerrar los ojos y dar un paso aún sin saber lo que le espera a uno. La fe es confiar en aquél que nos ha amado, que ha entregado a su hijo por nosotros, que ha muerto y resucitado simplemente porque nos ama.
Dichosos los que crean sin haber visto, y a pesar de no ver siguen adelante. Y a pesar de estrellarse muchas veces no se cansan de seguir caminando, de ¡seguir avanzando, de seguir saltando, porque saben que hay unos brazos fuertes que nos agarran, que nos sujetan.
Que siempre seamos portadores de esa fe, que mostremos al mundo que no hacen falta pruebas empíricas para creer en aquel que continuamente nos da muestras de su existencia, de su amor por nosotros.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 20 de abril de 2014

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y le dijo:
—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

HOMILÍA
Un niño pequeño quería conocer a Dios; sabia que era un largo viaje hasta donde Dios vive, así que empacó su maleta con pastelillos y refrescos, y empezó su jornada.
Cuando había caminado como tres manzanas, se encontró con una mujer anciana. Ella estaba sentada en el parque, sola contemplando algunas palomas.
El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber su refresco, cuando notó que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelillo.
Ella agradecida aceptó el pastelillo y sonrió al niño. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció uno de sus refrescos.
De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado!
El se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos dijo nunca una sola palabra, mientras oscurecía, el niño se percató de lo cansado que estaba, se levantó para irse, pero antes de seguir sobre sus pasos, dio vuelta atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo.
Ella, después de abrazarlo le dio la más grande sonrisa de su vida.
Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta. Su madre estaba sorprendida por la cara de felicidad. Entonces le preguntó:
-Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?
El niño contestó:
-¡Hoy almorcé con Dios!...
Y antes de que su madre contestara algo, añadió: -¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!
Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido por la expresión de paz en su cara, y preguntó:
-Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz? La anciana contestó:
-¡Comí con Dios en el parque!... Y antes de que su hijo respondiera, añadió:
-¿Y sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba! 
Si los cristianos comprendiéramos el sentido profundo de la resurrección del Señor, sería mucho más fácil que entendiéramos cómo mostrárselo a los demás.
Cristo resucitó, para que nosotros tuviéramos vida, pero sobre todo para que la trasmitiéramos a los demás. Y no hacen falta grandes cosas, ni grandes milagros, sino los gestos más simples, más cercanos, son los que mejor muestran a ese Cristo que volvió a la vida.
Creer en la resurrección, es saber que a pesar de las dificultades, tenemos a alguien que siempre está con nosotros, que no nos abandona, que nos ama y que quiere que seamos felices.
Creer en la resurrección, significa, mostrarle a las personas que nosotros creemos en ellas, que queremos que sean felices, y que vamos a hacer todo lo que esté en nuestra mano para que así sea.
Creer en la resurrección, es entregarnos por los demás, como Cristo se entregó por nosotros, para darles vida, y así ser nosotros los que resucitemos juntamente con ellos.

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN A TODOS, FELIZ VIDA, FELIZ ENTREGA.

viernes, 18 de abril de 2014

VIERNES SANTO

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN 18, 1-19,42
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ ¿A quién buscáis?
C. Le contestaron:
S. A Jesús, el Nazareno.
C. Les dijo Jesús:
+ Yo soy.
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: + -«¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. A Jesús, el Nazareno.
C. Jesús contestó:
+ Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
C. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. ¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?
C. Él dijo:
S. No lo soy.
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó:
+Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. ¿Así contestas al sumo sacerdote?
C. Jesús respondió:
+ Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si le hablado como se debe, ¿por qué me pegas?
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. ¿No eres tú también de sus discípulos?
C. Él lo negó, diciendo:
S. No lo soy.
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. ¿No te he visto yo con él en el huerto?
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. ¿Qué acusación presentáis contra este hombre?
C. Le contestaron:
S. Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
C. Pilato les dijo:
S. Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.
C. Los judíos le dijeron:
S. No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. ¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús le contestó:
+ ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
C. Pilato replicó:
S. ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
C. Jesús le contestó:
+ Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
C. Pilato le dijo:
S. Con que, ¿tú eres rey?
C. Jesús le contestó:
+ Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.
C. Pilato le dijo:
S. Y, ¿qué es la verdad?
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C. Volvieron a gritar:
S. A ése no, a Barrabás.
C. El tal Barrabás era un bandido.
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. ¡Salve, rey de los judíos!
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. Aquí lo tenéis.
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. ¡Crucifícalo, crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él. C. Los judíos le contestaron:
S. Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. ¿De dónde eres tú?
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?
C. Jesús le contestó:
+ No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. Aquí tenéis a vuestro rey.
C. Ellos gritaron:
S. ¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. ¿A vuestro rey voy a crucificar?
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. No tenemos más rey que al César.
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Soy el rey de los judíos".
C. Pilato les contestó:
S. Lo escrito, escrito está.
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.
C. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados.
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ Mujer, ahí tienes a tu hijo.
C. Luego, dijo al discípulo:
+ Ahí tienes a tu madre.
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ Tengo sed.
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ Está cumplido.
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
(Todos se arrodillan, y se hace una pausa)
C. Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”.
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura dé mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
HOMILÍA
Una famosa periodista había entrevistado a los personajes más famosos del mundo, artistas , políticos, escritores, gobernantes, inventores e ingenieros. Le apasionaba la vida de aquellos que más habían  influído en su comunidad o naciones  y su pregunta más categórica  era aquella que enfrentaba  a estos personajes  con sus propias obras.
Un día  de camino a su oficina  le dijo a su redactor que siempre había soñado con entrevistar al mismo Dios y hacerle  la gran  pregunta de su vida la cual  estaría  relacionada  con su obra máxima: el hombre.

De repente , se vio envuelta por una gran luz en medio de un torbellino:
-         Para, me dijo, asi que quieres entrevistarme?
-         Bueno, le contesté , si es que tienes tiempo.

Se sonrió por entre la barba  y dijo:
-         Mi tiempo se llama eternidad y alcanza para todo. Qué pregunta quieres hacerme?
-         Ninguna nueva ni difícil, para ti: que comentario te merece el hombre a quien creaste a tu imagen y semejanza y por el cual enviaste a tu hijo a morir por él?

Un poco entristecido, Dios me respondió :
 QUE SE ABURRE DE SER NIÑO POR LA PRISA DE CRECER, Y LUEGO SUSPIRA POR VOLVER A SER NIÑO.
 QUE PRIMERO PIERDE LA SALUD PARA TENER DINERO Y ENSEGUIDA PIERDE EL DINERO PARA RECUPERAR LA SALUD.
 QUE SE PASA TODA LA VIDA ACUMULANDO BIENES QUE JAMÁS DISFRUTARÁ Y SUS HIJOS DERROCHARÁN.
 QUE POR PENSAR ANSIOSAMENTE EN EL FUTURO, DESCUIDA SU HORA ACTUAL, Y NI VIVE EL PRESENTE NI EL FUTURO.
 QUE SE PASA TODA LA VIDA TRATANDO DE SER FELIZ Y SE OLVIDA QUE LA FELICIDAD NO ES OTRA COSA QUE LA CAPACIDAD DE DISFRUTAR LO QUE SE TIENE Y DE ENTREGARSE POR LOS DEMÁS.
 QUE SE PRIVA DE DISFRUTAR DE SUS HIJOS POR EL AFÁN  DE PROGRESAR Y CUANDO YA LO LOGRA,  DESCUBRE QUE PERDIÓ IRREMEDIABLEMENTE A SUS HIJOS.
 QUE SE PASA TODA LA VIDA ACUMULANDO CONOCIMIENTOS Y TÍTULOS, OLVIDÁNDOSE QUE LO  ÚNICO IMPORTANTE ES EL AMOR.
 QUE SE PASA LA VIDA BUSCANDO TRIUNFOS EXTERNOS CUANDO HA  FRACASADO EN EL HOGAR.
 QUE SE PASA LA VIDA BUSCANDO LA APROBACIÓN DE LOS DEMÁS CUANDO NI SIQUIERA ÉL MISMO SE APRUEBA.
 QUE SE PASA LA VIDA BUSCANDO EL GOLPE DE SUERTE IGNORANDO QUE ÉSTA ES PRODUCTO DE SUS DECISIONES.
 QUE SE PASA LA VIDA CAMBIANDO  A LOS AMIGOS, SIN COMPRENDER QUE SON LOS AMIGOS LOS QUE CAMBIAN.
 QUE SE PASA LA VIDA ACUMULANDO DINERO QUE COMPRA TODO, MENOS LA FELICIDAD.
 QUE SE PASA LA VIDA ACUMULANDO RENCORES CONTRA SUS OFENSORES Y LO ÚNICO QUE OBTIENE ES PERJUDICARSE A SÍ MISMO.
 QUE VIVE COMO SI NO FUERA A MORIRSE Y , SIN EMBARGO, SE MUERE COMO SI NO HUBIERA VIVIDO.
 QUE  ENVIÉ A MI HIJO AL MUNDO A MORIR Y RESUCITAR PARA QUE SEA FELIZ, PERO ÉL  ESCOGIÓ LA INFELICIDAD.

 POR PRIMERA VEZ VI A  DIOS LLORAR........................

FELIZ VIERNES SANTO. FELIZ VIDA, QUE DIOS QUE DIÓ SU VIDA POR NOSOTROS OS BENDIGA SIEMPRE.


jueves, 17 de abril de 2014

JUEVES SANTO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:
—Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le replicó:
—Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
Pedro le dijo:
—No me lavarás los pies jamás.
Jesús le contestó:
—Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo:
—Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo:
—Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos." (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios".)
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
— ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "El Maestro" y "El Señor", y decís bien, por que lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
HOMILÍA
El grupo estaba de excursión, en alegre algazara, cuando aparece a lo lejos un niño de unos ocho años que trae sobre sus hombros a otro más pequeñito, como de tres. Su rostro era radiante, tostadito como el de todos los campesinos del lugar. Más expresivo quizás al pasar a nuestro lado, pero incapaz de ocultar un cierto cansancio, producido sin duda por la distancia, lo difícil del camino y el peso del niño.
Para dar calor humano y aliento al pobre niño, pregunté con tono de cariñosa cercanía: “Qué amigo, ¿pesa mucho?”. Y él, con inefable expresión de cara y encogimiento de hombros, que encerraba gran carga de amor, de valor y resignación, dice con fuerza y decisión: “No pesa, es mi hermano”, y agarrando más fuertemente al pequeño, que sonríe y saluda con su manita derecha, echa una corta y lenta carrerita haciendo saltar con gracia a su hermanito que aún mira una vez atrás para sonreír.
Cuando Jesús se pone a lavarle los pies a los discípulos, no lo hace como un sacrificio, sino como un gesto natural, le sale de dentro, porque sabe que esa es su tarea, y que lo que quiere trasmitir no es una obligación, sino una forma de vida.
Nosotros, como cristianos nos quejamos muchas veces de lo difícil que es llevar a cabo todos los mandamientos y enseñanzas del Señor. Lo que no nos planteamos es que para poder llevarlas a cabo hace falta no que sepamos lo que hay que hacer, sino que lo hagamos como un gesto cotidiano y mecánico.
El amar a los demás no es una obligación, es una forma de vivir. Son nuestros hermanos los que nos rodean, y por consiguiente, no puede ser una carga el amarlos, sino todo lo contrario, un placer, algo natural, algo que se sobreentiende.
Que cada día, cuando el Señor se nos presente en nuestra vida, en la cara de aquellos que se nos acercan, nos acordemos de las palabras de aquel niño, “no pesa, es mi hermano”.

FELIZ JUEVES SANTO, FELIZ DÍA DEL AMOR FRATERNO. QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 13 de abril de 2014

DOMINGO DE RAMOS

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO 26, 14-27, 66
C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. -- ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -- ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
C. Él contestó
+ -- Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ --Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. -- ¿Soy yo acaso, Señor?»
C. Él respondió:
+ -- El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. -- ¿Soy yo acaso, Maestro?
C. Él respondió:
+ --Tú lo has dicho.
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ --Tomad, comed: esto es mi cuerpo.
C. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:
+ -Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ -- Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño." Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
C. Pedro replicó:
S. -- Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.
C. Jesús le dijo:
+ -- Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
C . Pedro le replicó:
S. -- Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C.- Y lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
+ -- Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.
C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces dijo:
+ -- Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.
C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ -- Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
+ -- ¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ -- Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ --Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. -- Al que yo bese, ése es; detenedlo.
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. -- ¡Salve, Maestro!
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ -- Amigo, ¿a qué vienes?
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
+ -- Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ -- ¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
C. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:
S. -- Éste ha dicho: "Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días."
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. -- ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. -- Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
C. Jesús le respondió:
+ --Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. -- Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?
C. Y ellos contestaron:
S. -- Es reo de muerte.
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
S. -- Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
S. --También tú andabas con Jesús el Galileo.
C. Él lo negó delante de todos, diciendo:
S. -- No sé qué quieres decir.
C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. -- Éste andaba con Jesús el Nazareno.
C. Otra vez negó él con juramento:
S. -- No conozco a ese hombre.
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. -- Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
S. -- No conozco a ese hombre.
C. Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
C. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. --He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.
C. Pero ellos dijeron:
S. --¿A nosotros qué? ¡Allá tú!
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
S. -- No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»
C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. --¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús respondió:
+ --Tú lo dices.
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. -- ¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. -- ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. -- No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. -- ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?
C. Ellos dijeron:
S. -- A Barrabás.
C . Pilato les preguntó:
S. -- ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?
C. Contestaron todos:
S. -- Qué lo crucifiquen.
C. Pilato insistió:
S. -- Pues, ¿qué mal ha hecho?
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. -- ¡Qué lo crucifiquen!
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. -- Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!
C. Y el pueblo entero contestó:
S. -- ¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
S. -- ¡Salve, rey de los judíos!
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. -- Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. -- A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?
C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ -- Elí, Elí, lamá sabaktaní.
C. (Es decir:
+ -- Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)
C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. -- A Elías llama éste.
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber.
Los demás decían:
S. -- Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. -- Realmente éste era Hijo de Dios.
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
C. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro.
C. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. -- Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: "A los tres días resucitaré." Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: "Ha resucitado de entre los muertos. La última impostura sería peor que la primera.”
C. Pilato contestó:
S. --Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

HOMILÍA
En una iglesia de las misiones de África, al hacer la colecta de dones para el ofertorio, dos encargados pasaban con una gran cesta de mimbres de las que se usan para recoger la mandioca.

En la última fila de bancos de la iglesia estaba sentado un pequeñín que miraba con pena la cesta que pasaba de fila en fila. Todos depositaban algún producto de sus cosechas. Le entristecía el pensar que no tenía nada para ofrecer al Señor. Los que llevaban la cesta ya estaban delante de él. No lo pensó más. Ante la sorpresa de todos, el pequeño se recostó en la cesta excusándose:

- Lo único que tengo se lo entrego en ofrenda al Señor.
He aquí el auténtico sentido de la Semana Santa. No son días para llenarlos con cosas que hacer, ni días sólo para disfrutar de las vacaciones. Son días para ofrecernos al Señor, como lo hizo Jesús, como lo hizo el niño del cuento.
La muerte y la resurrección de Jesús, son para nosotros el principal motivo de alegría, y sobre todo de entrega para los cristianos. Él se entregó por nosotros, hagamos nosotros lo mismo.
Cuando en la Eucaristía, después de la consagración, nos dice “haced esto en conmemoración mía”, no nos dice solamente que vayamos a misa, sino que la entrega que él hace por nosotros la hagamos nosotros por él, entregándonos a los demás.
Días grandes los que nos esperan, días de recuerdos, pero sobre todo días de entrega y de amor por los que nos rodean.

FELIZ SEMANA SANTA, FELIZ ENTREGA A DIOS Y A LOS HERMANOS.

domingo, 6 de abril de 2014

DOMINGO V DEL TIEMPO DE CUARESMA

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 11, 1-45
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:
-- Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
-- Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
-- Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le replican:
-- Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas
a volver allí?
Jesús contestó:
-- ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.
Dicho esto, añadió:
-- Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a
despertarlo.»
Entonces le dijeron sus discípulos:
--Señor, si duerme, se salvará.
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que
hablaba del sueño
natural.
Entonces Jesús les replicó claramente:
-- Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
-- Vamos también nosotros y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
-- Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
-- Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
-- Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
-- Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
-- Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
-- El Maestro está ahí y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
-- Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:
-- ¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
-- Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
-- ¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
-- Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad
cubierta con una losa.
Dice Jesús:
-- Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dice:
-- Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dice:
-- ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-- Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-- Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
-- Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

HOMILÍA
Cuestión de fe. Esa es la frase que resume el evangelio de hoy. Cuestión de fe. Jesús le pregunta a Marta: “¿Crees que tu esto?”, a lo que ella contestó: “sí, Señor”. Al final del evangelio nos cuenta el evangelista: “y muchos de los que fueron creyeron en Él”. No dice que todos los que estaban allí creyeron, sino que muchos fueron los que creyeron, porque el que no está abierto a la fe, ni aunque resucite un muerto, creerán.
Y esta es la gran enseñanza que nos deja el evangelio que hemos leído, que solo a través de la fe conseguiremos creer en la resurrección de Jesucristo, y en nuestra propia resurrección. Yo no tengo argumentos para convencer a nadie, y mucho menos pruebas tangibles que puedan explicar que después de la muerte existe una nueva vida. Sólo, por medio de la fe, podremos llegar a confiar en ello.
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua inició su travesía, después de años de preparación pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo decidido a llegar a la cima.
La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, visibilidad cero, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires... caía a una velocidad vertiginosa, solo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de la vida... El pensaba que iba a morir, sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos...
SI, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedo más que gritar: -"AYUDAME DIOS MIO..."
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
-"¿QUE QUIERES QUE HAGA?"
-"Sálvame Dios mío."
-"¿REALMENTE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?"
-"Por supuesto Señor "
-"ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE..."
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó...
Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... A DOS METROS DEL SUELO...
Sólo la confianza ciega en Dios nos podrá llevar a creer en la resurrección. Pero no sólo basta la fe para probar nuestra confianza en la vida eterna, sino que debemos dar un paso más. Sería demasiado fácil, que con sólo una espera pasiva, fuéramos capaces nosotros de transmitir esa confianza en Dios a los demás.
Nuestra tarea, como cristianos, es compartir nuestra experiencia con los que no creen, para que por nuestro medio puedan llegar a creer. Y la única forma que tenemos de hacerlo es siendo testigos de la vida ya en este mundo. Siendo testigos del amor que Dios nos tiene, siendo testigos vivos de la resurrección.

Por tanto el creer en la resurrección no  es sólo esperar la nueva vida, sino anticiparla en nuestros ambientes, dando luz, dando amor, dando vida a todos los que se crucen en nuestro camino. Sólo entonces podremos decir que creemos en la resurrección, sólo entonces podremos decir que somos cristianos.