domingo, 28 de septiembre de 2014

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 21, 28-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
--¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron:
-- El primero.
Jesús les dijo:
-- Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.

HOMILÍA
Dos son las partes en los que podríamos dividir el Evangelio de hoy. Por un lado encontramos a los hijos, dos en los que las palabras son los que los pierden. Palabras que abundan mucho hoy en día y que sin embargo cada vez tienen menos sentido. Cuantas palabras desperdician los políticos, la sociedad y la Iglesia. Palabras que no llevan a ningún lugar, porque carecen de obras que las acompañen.
Nosotros no podemos ser cristianos de palabra, que se conformen con escuchar las palabras del cura, o con decir muchas palabras en la oración. Nosotros debemos ser cristianos de obras, personas que lleven a su vida lo que la palabra de Dios nos dice en el Evangelio. Pero está claro que ninguno de nosotros es perfecto, y que sabemos que por más que nos comprometamos a intentar cambiar de vida, se nos hace cuesta arriba. Y es ahí donde entra el segundo personaje. El padre representa a ese Dios, que a pesar de la negativa de su hijo a ir, no se desespera con él, sino que tiene paciencia.
Eses es nuestro Dios, un Dios siempre dispuesto a darnos una segunda oportunidad. Un Dios olvidadizo, de nuestras faltas.
Siempre que hablo de esto, me acuerdo de una anécdota que me contaron: Se decía en una aldea que una anciana señora era una vidente. El cura quiso averiguar la autenticidad de sus visiones. La llamó y le dijo: "La próxima vez que Dios te hable pídele que te revele mis pecados, que sólo Él conoce. La mujer regresó pocos días más tarde y el cura le preguntó si Dios se le había vuelto a hablar. Y, al responderle que sí, le dijo: "¿Y le pediste lo que te ordené? "Sí, lo hice" ¿Y qué te dijo? Dile al cura que he olvidado sus pecados".
Ese es nuestro Dios mostrémoselo al mundo, no solo de palabras sino de obras. Y para terminar os cuento otra anécdota: En un hospital una hermana había curado con infinita ternura a un paciente totalmente incrédulo. Nunca le pudo hablar de Dios ni de Jesucristo. Cuando le dieron de alta, este hombre le dijo a la religiosa: "Hermana, usted no me habló de Dios, pero hizo mucho más: me lo hizo ver".

FELIZ SEMANA Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 21 de septiembre de 2014

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 20, 1-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-- El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña."
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

HOMILÍA
Muchos estaréis pensando, y yo el primero, que lo que cuenta la parábola de hoy es una auténtica injusticia. A mí me hace alguien lo que le hizo el dueño de la viña a los trabajadores primeros y no sé lo que haría. ¿Cómo me va a pagar lo mismo a mí, que he estado trabajando todo el día, que a alguien que solo ha trabajado una hora?, no es justo.
Y es que la parábola de hoy no habla de justicia, no habla de lo que es justo o no. Habla de algo, que sin nombrarlo, llena toda la parábola. Habla de palabras que la mayoría de las veces no entran dentro de nuestro vocabulario, habla de perdón, de misericordia, de amor.
Ese es nuestro Dios, un Dios en el que el perdón y el amor priman por encima de la justicia humana. Lo que pasa es que estamos tan acostumbrados a regirnos por nuestras leyes, que se nos escapa que Dios no haga lo mismo. No acabamos de entender que para Dios un solo momento de arrepentimiento, está por encima de todo lo malo que hayamos podido hacer.
Por eso hoy se nos pide, que mostremos al mundo a ese Dios misericordioso. Que nos olvidemos del Dios que castiga, del Dios que da miedo, y entreguemos a los demás ese Dios que perdona por encima de todo. Pero claro, ¿cómo podemos hacerlo? Cómo les mostramos a los demás a ese Dios?.
Existía un monasterio que estaba ubicado en lo alto de la montaña. Sus monjes eran pobres, pero conservaban en una vitrina tres manuscritos antiguos muy piadosos. Vivían de su esforzado trabajo rural y fundamentalmente de las limosnas que les dejaban los fieles curiosos que se acercaba a conocer los tres rollos, únicos en el mundo. Eran viejos papiros con fama universal de importantes y profundos pensamientos.
En cierta oportunidad, un ladrón robó dos rollos y se fugó por la ladera. Los monjes avisaron con rapidez al abad. El superior, como un rayo, buscó la parte que había quedado y con todas sus fuerzas corrió tras el agresor y lo alcanzó: "¿Qué has hecho?. Me has dejado con un sólo rollo. No me sirve. Nadie va a venir a leer un mensaje que está incompleto. Tampoco tiene valor lo que me robaste. Me das lo que es del templo o te llevas también este texto. Así tienes la obra completa."
"Padre, estoy desesperado, necesito urgente hacer dinero con estos escritos santos".
El abad le dijo:
“Bueno, toma el tercer rollo, si no, se va a perder en el mundo algo muy valioso. Véndelo bien. Estamos en paz”. 
Los monjes no llegaron a comprender la actitud del abad. Estimaron que se había comportado débil con el ladrón, y que era el monasterio el que había perdido. Pero guardaron silencio, y todos dieron por terminado el episodio.
 Cuenta la historia que después de una semana, el ladrón regresó. Pidió hablar con el Padre Superior:
"Aquí están los tres rollos, no son míos. Los devuelvo. Te pido, en cambio que me permitas ingresar como un monje. Cuando me alcanzaste, todo me esperaba, menos que tuvieras la generosidad como para darme el tercer rollo y la confianza en mí como para creer el valor de mi necesidad, y que todavía dijeras que estábamos en paz, perdonándome con mucha sinceridad. Eso me ha hecho cambiar. Mi vida se ha transformado".
Nunca ese hombre había sentido la grandeza del perdón, la presencia de tanta generosidad. El abad recuperó los tres manuscritos para beneficio del monasterio, ahora mucho más concurrido por la leyenda del robo y del resarcimiento. Y además consiguió un monje trabajador y de una honestidad a toda prueba.
Esta es la única forma de mostrar al mundo el Dios en el que creemos: haciendo nosotros lo mismo. Probemos a hacerlo, veremos cómo la imagen que los demás tienen de Dios cambia, pero sobre todo, también cambiará nuestra forma de ver a los demás.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 14 de septiembre de 2014

FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 3, 13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
--Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

HOMILÍA

Una niña en África, le dio a su maestra un regalo de cumpleaños.

Se trataba de un hermoso caracol.

- "¿Dónde lo encontraste?", le preguntó la maestra.

La niña le dijo que esos caracoles se encontraban solamente en cierta playa lejana.

La maestra se conmovió profundamente porque sabía que la niña había caminado muchos kilómetros para buscar el caracol.

- "No debiste haber ido tan lejos sólo para buscarme un regalo"

La sabia niña sonrió y le contestó:

- "Maestra, la larga caminata es también parte del regalo"
Hoy, 14 de septiembre, celebramos la exaltación de la Santa Cruz, hoy recordamos como Cristo, a través de la cruz nos dio el mejor regalo que nadie nos podía dar, la vida eterna, pero yo hoy me pregunto: ¿por qué sufrir la cruz? ¿no había otra manera, menos cruel, para darnos la vida? Y hoy Cristo, nos responde lo mismo que la niña a su maestra, la cruz es parte del regalo.
Nuestra vida está llena de momentos preciosos, pero también de momentos de cruz, y es en esos momentos, cuando miramos a Cristo crucificado, cuando vemos que el recorrió ya nuestro camino, pero sobre todo, que todo lo malo, todas nuestras faltas y sufrimientos, Cristo las clavó en la cruz para ser él el que las sufrirá, y así poder nosotros sufrir un poquito menos.
Pero sobre todo, la cruz, está puesta para recordarnos, que el verdadero regalo es la vida, y que es lo que nosotros debemos trasmitir. Cada vez que somos cruces para los demás, estamos haciendo todo lo contrario a lo que hizo Jesús. Nuestra tarea, es regalar vida, porque la cruz nos recuerda todo lo que Dios nos amó, para que nosotros pudiéramos amar a los demás.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.