domingo, 24 de junio de 2018

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO, SOLEMNIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 57-66.80
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como a su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡ No! Se va a llamar Juan. »
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».
Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.

HOMILÍA
El gran Leonardo da Vinci había aceptado pintar el comedor del convento de Santa María de las Gracias en Milán con un gran fresco que representara la última cena de Jesús con sus apóstoles. Quería que esta pintura fuera su obra mayor y por eso trabajaba con calma y atención excepcionales. Por eso, no obstante la impaciencia de los frailes del convento, el trabajo progresaba con mucha lentitud.
Para representar el rostro de Jesús Leonardo había buscado, por meses, el modelo que tuviera todas las condiciones necesarias, un rostro que expresara fuerza y dulzura a la vez, espiritualidad y bondad intensa.
Finalmente lo encontró y dio a Jesús el rostro de un joven abierto y bueno que había encontrado en la ciudad.
Años después, Leonardo volvió a dar vueltas y vueltas por la ciudad, pero ahora visitaba los barrios bajos de Milán, por las tabernas más sospechosas y ambiguas. Necesitaba encontrar un rostro para pintar al apóstol traidor, Judas. Después de noches y noches transcurridas en medio de borrachos y malhechores de toda laña, Leonardo encontró al hombre que necesitaba para su Judas. Lo llevó al convento y se puse a retratarlo. Estaba por comenzar cuando vio en los ojos de aquel hombre brillar una lágrima. "¿Por qué lloras?" - le preguntó - Leonardo mirando atentamente aquel hombre. "Yo soy aquel joven que le sirvió para pintar el rostro de Jesús", le respondió.
Hoy se nos presenta la imagen la de Juan el Bautista, el que sirvió para preparar el camino de Jesús, para anunciarlo a los demás. Con su vida y su palabra mostraba el camino que debían seguir los que querían encontrarse con Jesús.
Cada día se nos presenta a nosotros la oportunidad de mostrar no solo el camino a Jesús, sino al mismo Cristo en nuestra vida, el problema es que muchas veces nuestra forma de vivir no refleja aes Cristo en el que creemos, no somos reflejos de él, sino de nosotros mismos, porque nuestra actitud, nuestra  forma de vivir está muy lejos de Jesús.
Por eso hoy Juan nos vuelve a decir que preparemos el camino a Jesús, pero no sólo para que nosotros nos encontremos con él, sino para que otros viéndonos puedan ver al mismo Cristo y no a Judas.
QUE DIOS OS BENDIGA. FELIZ DÍA DE SAN JUAN.


domingo, 17 de junio de 2018

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha".
Les dijo también: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra".
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
HOMILÍA
-¿Por qué habré nacido picapedrero? refunfuñaba Yamat, mientras golpeaba con su viejo martillo una dura piedra bajo el sol sofocante.
- No es justo que yo lo sea, por haberlo sido mi padre, mi abuelo y todos mis antepasados. Por un puñado de arroz he de estar aquí sudando, para engordar a ese viejo pedazo de tocino que es mi amo. Si al menos me pagasen bien... Si fuera rico. ¡Ay, si fuera rico!... Quisiera descansar bajo una tienda de seda azul.
- Serás rico.
Era la voz de los dioses que habían escuchado el lamento de Yamat. Yamat no creía en lo que veían sus ojos. La vieja tela de su tienda se había convertido en un espléndido y suave tejido de seda azul como el cielo. Pasó por allí un rico señor del lugar, soberbio sobre su caballo blanco. No se dignó mirar la tienda de seda. No se inclinó para saludar a Yamat. Yamat se desesperaba de rabia y de envidia.
- Ojalá fuera yo ese rico señor, dueño de este poblado.
- Lo serás. Era la voz de los dioses que habían atendido el lamento de Yamat. Ahora iba orgulloso por los caminos polvorientos del poblado. El galopar del caballo atraía a la gente. Todos se asomaban a las puertas y se inclinaban para saludarle al pasar. Pero las nubes de polvo que levantaba su caballo y el sol caluroso, abrasador, agobiaban su viaje.
- Ojalá fuera sol. Yo, el sol.
- Serás sol. Yamat se sentía un dios poderoso y fuerte. Con sus rayos y su calor florecías los almendros, reverdecían los campos, se doraban los trigales, maduraban los frutos. El era el sol. Eran los demás, ahora, quienes padecían las molestias del sudor el cansancio, el aire irrespirable de los días de bochorno. Le gustaba que los hombres admirasen la belleza del amanecer y los colores mágicos de la puesta del sol. El era el sol.
Pero un día apareció en el cielo un gigantesco nubarrón.
Era espeso e impenetrable.
El sol dobló sus esfuerzos y desprendió todo su calor. Pero los rayos del sol no podían superar ese obstáculo. El sol se puso rabioso.
- Ojalá fuera nube.
- Serás nube. Contestaron los dioses. Yamat era feliz. Se hinchó desmesuradamente luego rápidamente se estiró y se retorció entre fragor de lluvia granizo rayos y truenos. Se volvió torrente y se deslizó hacia el valle como una avalancha salvaje.
- Ahora sí que soy fuerte.
Pero en su loca carrera hacia el valle una gran piedra obstaculizó su camino. El torrente se hinchó y empujó todo lo que pudo... Se sintió incapaz... Al poco tiempo se estancó frente a una roca majestuosa y firme.
- Ojalá fuera piedra.
- Lo serás. Contestaron los dioses.
Un día llegó un picapedrero...se sintió hacer pedazos.
Yamat se puso a llorar a lágrima viva.
- Quiero ser picapedrero - gritó desesperado.
Y así fue. Yamat volvió a ser picapedrero. Y empezó de nuevo a golpear con su viejo martillo las duras piedras de la cantera.
Nadie escuchó más su lamento.
De nada nos sirve vivir continuamente deseando ser alguien o tener unas cualidades que no tenemos. El Señor al plantar su fe en nosotros, no se planteó si éramos mejores o peores, sólo quería y sigue queriendo que esa fe siga creciendo en nosotros día a día, y para eso debemos esforzarnos tal y como somos para seguir alimentándola.
No esperemos a cambiar, para dar frutos, demos los frutos que podamos y eso nos irá haciendo cambiar poco a poco. FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 10 de junio de 2018

DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 3, 20-35

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que lo los dejaban ni comer.

Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:

«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:

«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.

Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. En vedad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».

Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: “Mira tu madre y tus hermanos y te buscan”. Les contestó: “Quiénes son mi madre y mis hermanos” Y paseando la mirada por el corro, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi hermana”

HOMILÍA

Había una vez... un señor que le pidió a su vecino una olla prestada. El dueño de la olla no era demasiado solidario, pero se sintió obligado a prestarla.

A los cuatro días, la olla no había sido devuelta, así que, con la excusa de necesitarla fue a pedirle a su vecino que la devolviera.

—Casualmente, iba para su casa a devolverla... ¡el parto fue tan difícil!

—¿Qué parto?

—El de la olla.

—¿Qué?

—Ah, ¿usted no sabía? La olla estaba embarazada.

—¿Embarazada?

—Sí, y esa misma noche que me la prestó tuvo familia, así que debió hacer reposo pero ya está recuperada.

—¿Reposo?

—Sí. Un segundo por favor –y entrando en su casa trajo la olla, un jarrito y una sartén.

—Esto no es mío, sólo la olla.

—No, es suyo, esta es la cría de la olla. Si la olla es suya, la cría también es suya.

“Este está realmente loco”, pensó, “pero mejor que le siga la corriente”.

—Bueno, gracias.

—De nada, adiós.

—Adiós, adiós..Y el hombre marchó a su casa con el jarrito, la sartén y la olla.

Esa tarde, el vecino otra vez le tocó el timbre.

—Vecino, ¿no me prestaría el destornillador y la pinza (alicate)?

...Ahora se sentía más obligado que antes.

—Sí, claro.

Fue hasta adentro y volvió con la pinza (alicate) y el destornillador.

Pasó casi una semana y, cuando ya planeaba ir a recuperar sus cosas, el vecino le tocó la puerta.

—Ay, vecino ¿usted sabía?

—¿Sabía qué cosa?

—Que su destornillador y la pinza (alicate) son pareja.

—¡No! –dijo el otro con ojos desorbitados— no sabía.

—Mire, fue un descuido mío, por un ratito los dejé solos, y ya la embarazó.

—¿A la pinza (alicate)?

—¡Sí y le traje la cría –y abriendo una canastita entregó algunos tornillos, tuercas y clavos que dijo había parido la pinza (alicate).

“Totalmente loco”, pensó. Pero los clavos y los tornillos siempre vienen bien.

Pasaron dos días. El vecino pedigüeño apareció de nuevo.

—He notado –le dijo— el otro día, cuando le traje la pinza (alicate), que usted tiene sobre su mesa una hermosa ánfora de oro. ¿No sería tan gentil de prestármela por una noche?

Al dueño del ánfora le tintinearon los ojitos.

—Cómo no –dijo, en generosa actitud, y entró a su casa volviendo con el ánfora perdida.

—Gracias, vecino.

—Adiós.

—Adiós.

Pasó esa noche y la siguiente y el dueño del ánfora no se animaba a golpearle al vecino para pedírsela. Sin embargo, a la semana, su ansiedad no aguantó y fue a reclamarle el ánfora a su vecino.

—¿El ánfora? –dijo el vecino – Ah, ¿no se enteró?

—¿De qué?

—Murió en el parto...—¿Cómo que murió en el parto?

—Sí, el ánfora estaba embarazada y durante el parto, murió.

—Dígame ¿usted se cree que soy estúpido? ¿Cómo va a estar embarazada un ánfora de oro?

—Mire, vecino, si usted aceptó el embarazo y el parto de la olla. El casamiento y la cría del destornillador y la pinza (alicate), ¿por qué no habría de aceptar el embarazo y la muerte del ánfora?

Los cristianos muchas veces escogemos nuestra fe, lo que queremos creer y nos hacemos una religión a nuestra manera. Pero en tiempos de Jesús le pasaba lo mismo, su familia piensa que está loco sobre todo cuando empieza a hablar de dar su vida por los demás.

Nosotros debemos aceptar el mensaje de Cristo en su totalidad, porque si aceptamos sólo lo que no nos compromete a nada, lo que no nos complica la vida, lo que no nos hace diferentes a los demás, qué merito tenemos.

Que el Señor nos ayude a no quedarnos con lo fácil de nuestra fe, sino que lo aceptemos todo, porque en cumplirlo todo está nuestra felicidad.  
FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

domingo, 3 de junio de 2018

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 14, 12-16.22-26

El primer día de ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

--¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

Él envió a dos discípulos diciéndoles:

--Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: “El maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

--Tomad, esto es mi cuerpo.

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo:

--Esta es mi sangre, sangre de alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.

Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

HOMILÍA

Un campesino estaba haciendo un pozo en su campo. Cuando llevaba horas cavando, encontró un cofre enterrado. Lo sacó de allí y al abrirlo, vio lo que nunca había visto en su vida: un fabuloso tesoro, lleno de diamantes, monedas de oro y joyas bellísimas. Pasado el primer momento, el campesino se quedó mirando y al cofre y pensó que todo aquello era un regalo de Dios que él no merecía. Él era un simple campesino que vivía feliz trabajando la tierra. Seguramente habría habido alguna equivocación, por lo que tomó el camino que conducía a la casa donde vivía Dios para devolvérselo. Mientras caminaba, encontró a una mujer llorando al borde del camino. Sus hijos no tenían nada para comer. El campesino tuvo compasión de ella y, pensando que a Dios no le importaría, abrió el cofre y le dio un puñado de diamantes y monedas de oro. Más adelante vio un carro parado en el camino. El caballo que tiraba de él había muerto. El dueño estaba desesperado, porque su caballo era lo único que tenía para trabajar y vivir. El campesino abrió su cofre de nuevo y le dio lo suficiente para comprar un nuevo caballo. Al anochecer llegó a una aldea donde un incendio había arrasado todas las casas. Los habitantes de la aldea dormían en la calle. El campesino pasó la noche con ellos y al día siguiente les dio lo suficiente para que reconstruyeran la aldea. Y así iba recorriendo el camino aquel campesino. Siempre se cruzaba con alguien que tenía algún problema. Fueron tantos que, cuando le faltaba poco para llegar a la casa de Dios, sólo le quedaba un diamante. Era lo único que le había quedado para devolverle a Dios. Aunque poco le duró, porque cayó enfermo de unas fiebres, y una familia lo recogió para cuidarlo. En agradecimiento, les dio el diamante que le quedaba. Cuando llegó a la casa de Dios, éste salió a recibirle. Y antes de que el campesino pudiera explicarle todo lo ocurrido, Dios le dijo:

- Menos mal que has venido amigo. Fui a tu casa para decirte una cosa, pero no te encontré. Mira, en tu campo hay enterrado un tesoro. Por favor, encuéntralo y repártelo entre todos los que lo necesiten.

Cada domingo, al celebrar la Eucaristía, estamos celebrando el día del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pero es necesario un día específico para hacernos recordar que lo que vivimos dentro de la Iglesia, hay que compartirlo también por las calles de nuestro pueblo.

El Evangelio de hoy nos cuente aquella primera Eucaristía, pero termina con estas palabras “después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos”. No es algo fortuito, sino más bien una declaración total de lo que expresamos en la Eucaristía. Jesús después de celebrar ese gran misterio con sus discípulos sabe que lo tiene que hacer realidad, y sale para entregar su vida en la cruz.

Que maravilloso sería, que cada domingo, después de celebrar la Eucaristía, nosotros saliésemos de la iglesia dispuestos a dar nuestra vida por los demás. Pidámoslo en este gran día al Señor, que nunca nos cansemos de compartir con los demás este gran regalo que Dios nos ha hecho.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.