domingo, 3 de agosto de 2014

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 14, 13- 21
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde se acercaron los discípulos a decirle:
-- Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.
Jesús les replico:
-- No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
-- Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
-- Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, son contar mujeres y niños.

HOMILÍA
Hace muchos años, en el hospital, conocí a una niñita llamada María que sufría de una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse, era una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, quien había sobrevivido a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.

El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a darle su sangre. Yo lo vi dudar por un momento, antes de tomar un gran suspiro y decir:

- “Sí. Lo haré si eso salva a María. Le voy a dar mi sangre para que ella viva."

Mientras la transfusión se hacía, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana, muy sonriente. Mientras se veía regresar el color a las mejillas de la niña, de pronto el pequeño se puso pálido y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa:

- “¿A qué hora empezaré a morir?”

El niño no había comprendido al doctor, y pensaba que tenía que darle toda su sangre a su hermana para que ella viviera, y creía que él moriría... y aún así había aceptado.
Sólo cuando la entrega es total, cuando se entrega de corazón, el Señor multiplica lo que ofrecemos para quede frutos.
Es verdad que nosotros no podemos hacer milagros, pero sí que somos capaces de poner nuestras vidas en las manos del Señor para que él vaya multiplicando sus dones en nosotros, y su frutos puedan llegar a todos.
No es cuestión de dar más dinero, es cuestión de darlo todo, nuestro tiempo, nuestro amor, nuestros dones, lo que somos. Sólo así podrá el Señor hacer milagros.
No nos reservemos nada para nosotros, ya que dando se nos dará, entregándolo todo, recibiremos mil veces más.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

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