domingo, 2 de junio de 2013

DOMINGO DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 11b-17
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
-- Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó:
-- Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
-- No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.
Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos:
-- Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
HOMILÍA
Según una vieja leyenda, un famoso guerrero va de visita a la casa de un maestro Zen. Al llegar se presenta a éste, contándole de todos los títulos y aprendizajes que ha obtenido en años de sacrificados y largos estudios.

Después de tan sesuda presentación, le explica que ha venido a verlo para que le enseñe los secretos del conocimiento Zen.

Por toda respuesta el maestro se limita a invitarlo a sentarse y ofrecerle una taza de té.

Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro vierte té en la taza del guerrero, y continúa vertiendo té aún después de que la taza está llena.

Consternado, el guerrero le advierte al maestro que la taza ya está llena, y que el té se escurre por la mesa.

El maestro le responde con tranquilidad:

- "Exactamente señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría usted aprender algo?"

Ante la expresión incrédula del guerrero el maestro enfatizó:

- "A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada".
Cada vez que vamos a la Eucaristía, se realiza en nosotros el misterio de llenarnos de Dios, de recibirlo a Él para llenar nuestra fe de su don, de su amor. Pero de nada sirve llenarnos, si nuestra taza ya estaba llena.
Llegamos con preocupaciones, y sobre todo llenamos nuestra vida de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, de nuestras fragilidades, por eso termina la misa y salimos igual que entramos, y repartimos en nuestra vida eso que llevamos dentro.
Sin embargo, si somos capaces de vaciarnos de nosotros mismos, de llenarnos de Dios, de ese cuerpo entregado, de ese don del amor, al salir, al volver a nuestra vida, entregaremos lo que llevamos, al mismo Dios hecho cuerpo, al mismo Amor entregado.

Día grande, el que celebramos hoy, vaciémonos de nosotros mismos, llenémonos de Dios, y seamos custodias, que lleven a Cristo a la calle, para darlo y repartirlo en el amor.

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