domingo, 20 de diciembre de 2015

DOMINGO IV DE ADVIENTO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 39- 45
En aquellos días, María se puso de camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel escuchó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo voz en grito:
--¡Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

HOMILÍA
Sabéis que me encantan los cuentos, pero el que os pongo a continuación es algo especial para mi, ya que lo leí de pequeño y se me quedó grabado.

La estatua del príncipe feliz dominaba la ciudad. Toda ella estaba revestida de  láminas de oro, por ojos tenía dos diamantes y un gran rubí resplandecía en  la empuñadura de su espada.  Una noche llegó a la ciudad una golondrina.  Sus compañeras se habían marchado al sur seis semanas antes. Ella se había  retrasado y debía volar antes de que llegase el frío. Vio la estatua encima de  una columna y decidió pasar la noche allí. Se posó a sus pies, protegió la  cabeza debajo de las alas y se durmió hasta que sintió que le caía una gota  de agua.  ¿Estará lloviendo? - se preguntó la golondrina, y le cayó otra gota.  Segura de que llovía decidió buscar mejor sitio para dormir.  Pero antes de  que pudiese abrir sus alas, la golondrina vio algo asombroso: a la estatua del  príncipe feliz le brotaban lágrimas de los ojos. Eran las gotas que la habían  mojado. ¿Por qué lloras? - le preguntó la golondrina intrigada.  -Lloro porque,  cuando estaba vivo, tenía un corazón como el tuyo y me pasaba las horas  jugando en los jardines de mi palacio. Todo me alegraba y por eso me  llamaban príncipe feliz. Pero, desde que me han puesto en este lugar tan  alto, puedo contemplar a todas las personas tristes del pueblo y, aunque  ahora tengo un corazón de plomo, la tristeza de los demás me hace llorar.  Mira, no lejos de aquí vive la señora más pobre de este pueblo. Su hijo está  enfermo y tiene mucha sed. El niño le pide naranjas a su madre, pero ella no  tiene con qué comprarlas y sólo puede darle agua del río. Toma uno de mis  ojos de diamante y llévaselo.  Aunque la golondrina sabía que debía huir de  aquel frío mortal, hizo lo que le pidió el príncipe feliz. Cogió en su pico uno de  los ojos de diamante y lo llevó a la madre. Cuando la golondrina regresó a la  plaza donde estaba la estatua, dijo al príncipe.  -¡Qué extraño! Con todo el  frío que hace, siento un calorcillo que me crece en el pecho. -Te sientes así -  comentó el príncipe - porque has obrado bien. Toma ahora mi otro ojo y  entrégaselo a aquella niña que busca pan para la familia y no lo encuentra.  - Pero no podrás ver - dijo la golondrina -  -No me importa. Lo que más deseo  es que esa niña y su familia puedan tener la comida que necesitan.  Otra vez  hizo la golondrina lo que el  príncipe le pedía. Cuando regresó, comenzó a  nevar nuevamente.  -Vete a reunirte con tus compañeras - le aconsejó el  príncipe -, que el frío se acerca.  -No - respondió la golondrina - ahora que no  puedes ver, me quedaré contigo y te acompañaré siempre. Aunque tenga  mucho frío, te contaré lo que vea.  -Dime qué cosas tristes ves en el pueblo.   -Veo a muchos niños con hambre recorriendo las calles.  - Toma el oro que  cubre mi cuerpo - pidió el príncipe y repártelo entre esos niños.  Nevaba y  nevaba y, aunque la golondrina sentía mucho frío, nada la detenía y repartió  las piezas de oro a los niños que gritaban: ¡al fin podremos comer!. Pero la  golondrina sufría cada vez más por el frió hasta que finalmente enfermó. Para  espantar el frío, no dejaba de mover las alas, mientras contaba al príncipe  todo lo que veían sus ojos. No le quedaban muchas fuerzas y comprendió que  no podría resistir ya mucho más.  -Adiós mi querido príncipe feliz - dijo la  golondrina.  Le dio un beso y cayó a sus pies. En el mismo instante, el  corazón de plomo de la estatua se rompió en pedazos.  Y el día en que Dios  dijo a uno de sus ángeles "tráeme las dos cosas más hermosas de ese  pueblo", el ángel llevó ante él a la buena golondrina y el corazón de plomo de  la estatua del príncipe feliz, que habían sido tirados por la gente importante  de la ciudad. Desde ese día la golondrina canta a Dios y el príncipe feliz les  habla de los pobres que todavía quedan en el mundo.
Es la mejor explicación de lo que hoy quiere Dios decirnos, hay más alegría en dar que en recibir. María es el modelo, ella trasmitió a su prima la alegría del nacimiento de Jesús y es tarea nuestra trasmitirla también a los demás, y la mejor forma de hacerlo es entregar lo que tenemos, sin reservarnos nada. Porque cuando somos capaces de vaciarnos de todo, es cuando verdaderamente tendremos un corazón lleno.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA.

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