domingo, 9 de noviembre de 2014

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO - LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRAN

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
—Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
— ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
—Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
—Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

HOMILÍA
Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente
había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en
la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de
venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos
populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y
equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían
hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y
juguetes para que los chicos gastaran allí  los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o
pagándoles trabajitos extras.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de
todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su
tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran
originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las
personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que
toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo
extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estabaclarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño gritó:
-¡Mira mamá un globo!
Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus
chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había
soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto
hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba
haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico
espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al
cielo.
Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores
colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que un
tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá  le comprara  un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos,
consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y
que eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas,
tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos,
miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si un honda angustia
se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se
dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.
-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole
para que lo tomara.
Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le
contestó, en forma de pregunta:
-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube
tan alto como los otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:-Hace vos mismo la prueba. Soltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás.
Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y
su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente
lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a
palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita
enrulada, le dijo con cariño:
-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el
color, sino lo que tiene adentro.
Somos Templos del Espíritu Santo, somos piedras vivas en este gran edificio que es la iglesia, pero lo importante no es nuestro aspecto, nuestro exterior. No importa si somos jóvenes o viejos, grandes o chicos, guapos o feos, lo que verdaderamente importa es lo que hay en nuestro interior.
El amor que seamos capaces de dar, es lo que nos hace ser tan importantes y tan necesarios a los ojos de Dios. Y al igual que hay muchos tipos de piedras en un edificio, y todas son importantes si cumplen con su función de sostener el edificio, nosotros, que todos somos distintos, si cumplimos con nuestra tarea de amar a Dios y a los hermanos, también somos imprescindibles para Dios.
No nos cansemos nunca de ser parte de este gran edificio que es la Iglesia, y sobre todo, no nos cansemos nunca de llenarnos del amor de Dios, para así poder subir como el globo y hacer subir hacia Dios a los demás.

FELIZ DOMINGO Y QUE DIOS OS BENDIGA

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